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Bucarest paga caro el precio de la modernidad europea

La ampliación del metro, la primera gran obra de la capital rumana desde el comunismo, revela las dificultades para adaptarse al estándar europeo

Pablo Ximénez de Sandoval
Ciudadanos en una estación de metro en Bucarest el pasado noviembre.
Ciudadanos en una estación de metro en Bucarest el pasado noviembre. DANIEL MIHAILESCU (AFP)

Desde el centro de Bucarest se tarda unos 20 minutos en coche en llegar al barrio de Drumul Taberei, al suroeste, en el sector 6 de la capital rumana. A la entrada del barrio, una gran avenida que tenía tres carriles por cada lado ahora solo tiene uno. En medio, hay una gigantesca zanja. Las tuberías del gas han sido desviadas por la acera e invaden lo que antes era zona verde. El atasco está garantizado. Son las obras de la infraestructura más polémica de Rumanía, la línea 5 del metro de la capital. Las obras acumulan ya un mínimo de dos años de retraso y los vecinos no logran entender por qué. Los carteles en las vallas anuncian: “En 3 años, llegarás al centro en 3 minutos”. Pero en algunos de ellos, los vecinos han pintado un cero al lado del tres, que hace un efecto verdaderamente cómico: “En 30 años…”.

La zanja europea

  • La línea 5 del metro de Bucarest es la primera gran obra en la capital de Rumanía desde la caída del comunismo. Adjudicada en 2011, lleva dos años de retraso y llegó a estar un año completamente parada por puros problemas de gestión financiera.
  • Los problemas de regulación, procedimientos y corrupción han hecho que Rumanía solo pueda gastarse el 33% de los fondos UE.

Drumul Taberei es un barrio construido en los años setenta que alberga una clase media trabajadora de Bucarest. Tiene fama de buena zona para tener niños, con muchas callejuelas sin tráfico, plazoletas interiores, parques y tranquilidad entre medias de bloques de ocho pisos con mucho pequeño comercio. Pero no tenía metro. Hoy es zona de guerra y también el ejemplo del aprendizaje en el que está metido Rumanía para que los problemas de esta obra no se repitan en otras.

La obra fue adjudicada por 267 millones de euros en 2010 a un consorcio de la española FCC, la italiana Astaldi y dos empresas rumanas. Se trataba de construir 6,1 kilómetros de metro, con nueve estaciones, además de una conexión con otra línea. En principio, lo iban a pagar el Banco Europeo de Inversiones y el Estado rumano. Pero Rumanía dejó sin asignación presupuestaria las obras en 2011 y 2012. Ese año, llegaron a pararse por completo los trabajos durante meses, con las zanjas ya abiertas, para asombro ciudadano. El plazo inicial para los trabajos era de dos años y medio y ya va para cuatro y medio. Gracias a que la UE hizo una excepción y aceptó financiar un 60% con fondos europeos, los trabajos se pudieron retomar. Para entonces, el retraso y las molestias habían indignado a todo Bucarest.

Las obras del metro invaden toda la avenida principal de Drumul Tabereri.
Las obras del metro invaden toda la avenida principal de Drumul Tabereri.

Los problemas de regulación excesiva, de burocracia y de corrupción han hecho que Rumanía haya sido, desde la entrada en la UE en 2007, el peor país en absorción de fondos europeos, es decir, en gastarse lo que le da la Unión en programas de modernización. En el anterior ejercicio presupuestario (2007-2013) tuvo disponibles hasta 30.000 millones de euros en distintas áreas. Para 2012 solo había conseguido gastarse el 11%, y esa cifra era el doble de todos los años anteriores. En 2013, consiguió multiplicarla hasta el 33%. Entre medias, ha habido un duro aprendizaje que debería notarse en el siguiente ejercicio (2014-2020), que está aún en negociación pero que tendrá alrededor de 40.000 millones. Esa adaptación de la burocracia postcomunista a la burocracia europea tuvo su momento más duro cuando, a mediados de 2012, la UE cortó durante varios meses la transferencia de fondos europeos por deficiencias inaceptables en su gestión.

"¡Esto con Ceaucescu se habría hecho en tres meses!", clama un taxtista en el atasco

Dos años de retraso y tres con una zanja abierta gigantesca puede que no parezcan tanto tiempo. Desde luego, no para un madrileño. Pero esta es la primera gran obra que se hace en Bucarest en democracia. En infraestructuras, democracia son procedimientos, normas, presupuestos, controles, alegaciones. Es la primera obra desde que el dictador comunista Nicolae Ceaucescu (1965-1989) ordenara derribar barrios enteros para construir avenidas. Los habitantes de Bucarest no habían visto nunca la obra civil en acción al modo europeo. Algunos incluso echan de menos lo expeditivas que son las obras en las dictaduras: “Con Ceaucescu, esto se habría hecho en tres meses”, dice un taxista, sin valorar el precio en derechos humanos oculto en esa afirmación. Al final, como en todas partes, la bofetada se la lleva el primer ministro: “¡Ponta es un mentiroso!”, clama, indignado con el atasco que padece cada vez que entra y sale de Drumul Taberei.

Las obras del metro de Bucarest hace tiempo que superaron el ámbito municipal y se han convertido en argumento político y de campaña, también en las europeas. Hasta el punto de que el primer ministro Víctor Ponta, que accedió al cargo en mayo de 2012 cuando ya se estaban abriendo las zanjas, tiene publicada en su página web una entrevista dedicada íntegramente a dar explicaciones sobre el metro a unos ciudadanos que hace décadas que no ven construir uno. En ella promete que “la acera será devuelta a los ciudadanos” y da como fecha 2015. “Pasa en todas las capitales”, explica Ponta. “He preguntado a alcaldes de las ciudades más grandes de Europa. En todas partes hay el mismo problema”.

Rumanía recibió 30.000 millones de euros de la UE en 2007. Para 2012, solo había logrado gastarse el 11%

Pero los bucarestinos es la primera vez que lo ven. “Parece que están empezando todas las obras a la vez”, se queja Ion Militaru. Por su pequeña calle solo pasaban los vecinos para aparcar, pero ahora se meten todos los coches para tratar de buscar atajos que les saquen del atasco del bulevar Drumul. Se queja del polvo en los coches y las ventanas, pero también admite que las infraestructuras son las mismas que hace 40 años y que algo había que hacer.

El problema de las aceras, el polvo, y el ruido es el mismo en todas partes, pero el de la ineficiencia no. Sebastien Picaut, delegado de FCC para Rumanía, pone un ejemplo: “Lo normal es que, desde que sale una licitación hasta que se adjudica pasen unos cuatro meses. En Rumanía es un año”. La previsión de FCC es acabar la obra en septiembre de 2015, asegura Picaud. En el plano técnico, no hay ninguna dificultad. Todo lo que han padecido de más los ciudadanos ha surgido en los despachos. Empresas como la española se encuentran con una burocracia aún no adaptada a procedimientos europeos, con toneladas de papeles que son contestados en los tribunales coma por coma.

Ramona Manescu, actual eurodiputada del Partido Nacional Liberal y candidata de nuevo en estas elecciones europeas, es la exministra de Transportes a la que le pilló el parón de las obras, pero también su reanudación. Asegura que las dificultades de Rumanía para absorber los fondos europeos son por “falta de capacidad administrativa, sobrerregulación, y prolongados procedimientos burocráticos de licitación”. “Estoy segura de que la experiencia previa tendrá resultados en el uso futuro de los fondos europeos”, añade. “Hemos aprendido sobre la marcha”.

Los trabajos se pararon casi un año por problemas de gestión

En el Ayuntamiento del Sector 6 (la junta de distrito), donde se encuentran las obras, llegan todas las quejas aunque no tienen ninguna responsabilidad sobre la obra. “Es cierto, la gente no está acostumbrada”, reconoce Tudor Turku, asesor del alcalde. Pero poco a poco van reconociendo que el metro aumentará el valor de los pisos, que ahora mismo andan sobre los 60.000 euros. “Antes no se hacían obras y ahora parece que se hace todo a la vez”, dice Turku. “En la calle se dice que antes éramos un barrio tranquilo y ahora somos la gran zanja de Bucarest”.

Mientras, el peluquero Daniel Sander, dueño de la peluquería Raysa Beauty Center en plena avenida Drumul, no sabe si podrá aguantar mucho más. Tiene una valla a dos metros de su puerta y es verdaderamente difícil llegar hasta este local, que antes estaba en un lugar privilegiado del barrio. Tenía 30 clientes al día y ahora han bajado a la mitad. Ha despedido a 4 de los 12 empleados que tenía. Mientras, “los impuestos son los mismos y los gastos son los mismos”. Hace tiempo que se pone en lo peor. “Sabe Dios cuánto aguantaré. La esperanza es lo último que se pierde”.

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Sobre la firma

Pablo Ximénez de Sandoval
Es editorialista de la sección de Opinión. Trabaja en EL PAÍS desde el año 2000 y ha desarrollado su carrera en Nacional e Internacional. En 2014, inauguró la corresponsalía en Los Ángeles, California, que ocupó hasta diciembre de 2020. Es de Madrid y es licenciado en Ciencias Políticas por la Universidad Complutense.

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