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La UE recela de una guerra diplomática

Bruselas amenaza con sanciones pero duda de que tengan eficacia con Rusia Los estrechos lazos comerciales con Europa favorecen al Kremlin en la crisis

Lucía Abellán
El primer ministro británico, David Cameron; la canciller alemana, Angela Merkel; el presidente de Rumanía, Traian Basescu; y el presidente de la Comisión Europea (CE), José Manuel Durão Barroso, en la cumbre extraordinaria del jueves sobre Ucrania.
El primer ministro británico, David Cameron; la canciller alemana, Angela Merkel; el presidente de Rumanía, Traian Basescu; y el presidente de la Comisión Europea (CE), José Manuel Durão Barroso, en la cumbre extraordinaria del jueves sobre Ucrania. OLIVIER HOSLET (EFE)

Europa vive estos días una emergencia muy distinta de las que han agitado al continente en los últimos años. Frente a peligros como la quiebra de un país o el hundimiento del euro, los Veintiocho se enfrentan ahora a un escenario desconocido desde el conflicto de los Balcanes: la posibilidad de una guerra a las puertas del club comunitario. Con el agravante de que, en esta ocasión, uno de los dos contendientes es Rusia, nostálgica de su pasado imperialista y unida a la UE por grandes lazos comerciales. Esos dos elementos conforman una ecuación difícil de despejar.

La diplomacia europea responde dando pequeños pasos, por dos motivos fundamentales. El primero es que ni la UE ni la OTAN contemplan una solución militar a este conflicto. Sin armas de por medio, la única ofensiva disponible es la diplomática, lo que implica ir intensificando la respuesta con medidas graduales. El segundo motivo es que buena parte de los Veintiocho —con Alemania a la cabeza— recelan de enfrentarse directamente a Rusia, un socio del que importan en conjunto alrededor de un tercio de la energía que consumen (y en algunos países hasta el 80%). “Somos más dependientes de Rusia que Estados Unidos. Las sanciones nos harían más daño”, admite una alta fuente comunitaria.

Aun así, la gravedad de la situación ha llevado a Europa a invocar una posibilidad hasta ahora inédita: la imposición de sanciones a Rusia. Es la amenaza que han lanzado los jefes de Estado y de Gobierno reunidos la semana pasada en Bruselas. El amago, unido a la suspensión inmediata de dos negociaciones clave, resulta tibio ante la magnitud del desafío ruso, pero va un paso más allá de lo que la poderosa Alemania, junto a Estados como Italia o España, estaba dispuesta a aprobar. “Es verdad que los oligarcas siguen teniendo opción de viajar por Europa y de colocar su dinero donde quieran, pero por ahora no veo una solución mejor que la adoptada”, reflexiona Knut Fleckenstein, eurodiputado socialdemócrata alemán que preside una comisión de cooperación parlamentaria entre Rusia y la UE.

El hecho de que fracasasen los contactos diplomáticos el mismo jueves, mientras los líderes de los países miembros trataban de pactar medidas, influyó bastante en el resultado. “En la segunda parte del Consejo Europeo, muchos de los [líderes] que por la mañana no estaban por la labor de tomar medidas contra Rusia adoptaron una posición más firme de lo que podía haber sido en un principio”, explican fuentes comunitarias al tanto de la reunión.

Hay otro elemento que mueve a Europa más de lo que le gusta reconocer. Se trata del mayor arrojo que está mostrando EE UU en este conflicto. Mientras los Veintiocho debatían sobre cómo mantener los cauces de comunicación con el Kremlin, Washington anunciaba las primeras sanciones —retirada de visados y congelación de activos— a un grupo de ciudadanos rusos (aún por definir). Ese desafío de la Administración Barack Obama al presidente ruso, Vladímir Putin, condicionó los resultados de la cumbre y alejó radicalmente a Reino Unido de su habitual pragmatismo.

El primer ministro británico, David Cameron, presionó fuertemente a sus socios para castigar a Rusia, lo que colocó al líder tory al frente de una extraña alianza con los países que experimentaron el yugo soviético. Lo cierto es que Cameron, por salvaguardar la posición transatlántica, y Polonia, Hungría y los bálticos, por su animadversión a Rusia, se convirtieron en defensores de la mano dura contra Putin.

Al final, como casi siempre en la UE, el resultado se situó a medio camino. Los Estados miembros suspendieron dos negociaciones que llevan años atascadas y abrieron la puerta a medidas más contundentes. “Haremos más si la tensión no baja”, advierten fuentes comunitarias. Por encima de todo, los consultados valoran algo que no siempre ocurre en la política exterior europea: la existencia de un frente único que consagra por escrito su voluntad de ir más allá si la situación no se aplaca en los próximos días.

De momento, los diplomáticos europeos van a preparar el siguiente paso, por si es necesario adoptarlo en breve. Se trata de sanciones en toda regla, equivalentes a las que ha anunciado EE UU: retirada de visados y congelación de activos a las personas consideradas responsables del conflicto. Además, Bruselas amaga con suspender las cumbres bilaterales que hasta ahora ha celebrado dos veces al año con Rusia.

Existen otras medidas de mayor calado que la UE puede acabar adoptando. Limitación de importaciones, denuncias de los altercados comerciales ante la Organización Mundial de Comercio (en lugar de intentar llegar a pactos, como se hace ahora), expulsión del país del G-8 (el grupo de los siete países más industrializados más Rusia, que podría acabar fuera si todos lo aprueban), suspensión de las relaciones con la OTAN...

“Rusia va a pagar un alto precio diplomático por esto”, vaticina el alto cargo comunitario. Con las cifras en la mano, a Moscú no le interesa la ofensiva que ha iniciado. Porque Europa depende del gas ruso, sí, pero Putin tampoco puede prescindir del cliente europeo, al que le vende un cuarto de su producción energética.

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Sobre la firma

Lucía Abellán
La redactora jefa de Internacional de EL PAÍS ha desarrollado casi toda su carrera profesional en este diario. Comenzó en 1999 en la sección de Economía, donde se especializó en mercado laboral y fiscalidad. Entre 2012 y 2018 fue corresponsal en Bruselas y posteriormente corresponsal diplomática adscrita a la sección de España.

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