Los vecinos más antiguos de Crimea
El líder de la importante comunidad griega de la península afirma que el Parlamento de la región no es legítimo y que ha sido cómplice de Yanukóvich
“Nadie quiere aquí la verdad, porque la verdad te convierte en enemigo de todos”, afirma Nikolái Sumulidi, el jefe de la comunidad griega de Crimea y uno de los dos diputados griegos del Soviet Supremo de esta república (Parlamento de 100 legisladores). Sumulidi estuvo adscrito al grupo parlamentario del Partido de las Regiones (que tiene la mayoría absoluta en el Soviet Supremo de Crimea), pero lleva “tres meses sin asistir a las sesiones”. “Este Parlamento no es legítimo”, opina. Muy crítico con el régimen de Víctor Yanukóvich (pese a haberle apoyado en las elecciones de 2010) y con las autoridades locales, Sumulidi dice que el Parlamento de Crimea ha actuado como “un cómplice” del dirigente ucranio. “Yo no voy al Parlamento ni quiero votar porque no quiero tener las manos manchadas de sangre”, afirma. En 2006, Sumulidi resultó herido cuando una granada fue lanzada contra su domicilio.
A diferencia de los tártaros de Crimea, a los que Moscú intenta seducir con promesas transmitidas por los musulmanes rusos (sobre todo los del rico territorio de Tatarstán, en el Volga), los griegos de Crimea, considerados los más antiguos pobladores de la península, se sienten abandonados por Grecia, su país de referencia. “Hace miles de años que estamos en Crimea”, afirma. En la península hay cerca de 20.000 griegos, lo que supone una minoría en relación a los rusos (1.180.400 personas, o el 58,30% según el censo de 2001), los ucranios (492.200, el 24,30%) y los tártaros (243.400, el 12%), pero Sumulidi cree que “no hay en el mundo unos griegos como nosotros”.
Los griegos llegaron a Crimea de forma discontinua: en los siglos VI y V antes de Cristo fundaron colonias en la costa del mar Negro como Kerch (Pantikades o Bospor), Feodosia y Jersonés (en la actual Sebastopol) y se dedicaron al floreciente comercio de esclavos. Luego, fueron súbditos de Bizancio y, a fines del siglo XIX y principios del XX, obtuvieron refugio en el imperio zarista de la persecución del imperio otomano, Más tarde, después de la II Guerra Mundial, fueron los comunistas quienes vinieron huyendo de la caza desatada contra ellos en Grecia con el apoyo de EE UU.
En 1944, en plena Segunda Guerra Mundial, los griegos de Crimea, al igual que los tártaros locales, fueron acusados de colaboracionistas y deportados. “Los que tenían pasaporte griego fueron a Uzbekistán y los que tenían pasaporte soviético, a la zona de Ural y Siberia”, explica Sumulidi, que, siendo un bebé, fue desterrado con su familia a Asia Central. “Mi abuelo vino a Crimea desde Constantinopla huyendo de las matanzas del Imperio Otomano y mi abuela es una griega local”, afirma. “Mi familia era la más rica de Crimea y el hermano de mi abuelo, que había estudiado en un seminario en Costantinopla, fue el archimandrita de la iglesia ortodoxa griega en Crimea”, dice.
Viven en Crimea hace miles de años pero se sienten olvidados por Atenas
En 1976, Sumulidi recibió el pasaporte soviético, porque “nos presionaban a ello”. En 1989 volvió a Crimea, cuando en Uzbekistán se produjeron disturbios étnicos que también espantaron a los tártaros. “Hemos sufrido tres deportaciones en cien años, del Imperio Otomano a Rusia, de Crimea a Uzbekistán y luego de Uzbekistán a Crimea”, explica el diputado, que lleva siete años reclamando de nuevo su pasaporte griego, sin que la burocracia de Atenas atienda su petición.
La comunidad de griegos de Crimea mantiene con sus propios recursos una biblioteca y un centro cultural que imparte clases dominicales de griego en Simferópol. En la universidad local hay un departamento de griego, con profesores enviados desde Atenas, pero Sumulidi se queja de que, debido al “corrupto sistema de ingreso”, no estudia en él ni un solo griego. Los griegos de Crimea tienen un programa en el canal de televisión Krym, que ha dependido de Kiev y que las autoridades de la península se han adjudicado. El programa del próximo sábado (bilingüe en ruso y en griego) peligra, afirma María Panaet, colaboradora de Sumulidi e hija de un partisano griego exiliado en la URSS. “Estamos preparando el programa y nos negamos a leer las noticias que las autoridades locales han redactado especialmente para nosotros. Vamos a leer nuestra propia información”, sentencia Panaet.
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