Lento, pero avanzan los Zapatistas
En el sureste mexicano hay un movimiento que sigue creyendo que el orden de las cosas puede y debe ser distinto
Hablar en términos de éxito o fracaso no corresponde con la lógica de las comunidades zapatistas declaradas abiertamente en rebeldía hace veinte años. Llegar a estas tierras con parámetros y datos estadísticos traídos de fuera e intentar concluir si han tenido o no frutos, es un ejercicio, en mi opinión, poco provechoso.
El ritmo y los tiempos aquí son distintos. Y, en todo caso, sus alcances se inscriben más en un ámbito muy local y no están a la vista fácilmente. Sobrevivir, organizados como lo están, es una de sus victorias. Lo dejaron claro el 21 de diciembre de 2012 cuando, en el cambio de era maya, marcharon en silencio por miles sólo para decir “aquí seguimos”.
Pasé el Año Nuevo en Oventic, uno de los cinco caracoles zapatistas, donde el último día de 2013 hubo fiesta en grande ante los ojos de miles de invitados para conmemorar las dos décadas de la insurrección del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN). La experiencia –sin duda- fue única. Para empezar porque estos anfitriones, como se sabe, no suelen permitir la entrada de visitantes, mucho menos si son periodistas. Al pasar unas horas en territorio zapatista lo que queda girando en la cabeza son básicamente preguntas.
En el sureste mexicano hay un movimiento que sigue creyendo que el orden de las cosas puede y debe ser distinto y vive en consecuencia, con lo que implica –para bien y para mal-- permanecer al margen de programas sociales gubernamentales y al margen de todo lo que huela a partidos políticos. En su lugar, han ido poco a poco generando sus propias instancias, como la “Coordinación general del Sistema de Salud Autónoma Zapatista, La Otra Salud”, de la cual forma parte la “Clínica la Guadalupana”, que se encuentra en Oventic y ofrece –entre otros servicios-- atención ginecológica, incluidos ultrasonidos.
Las fiestas de aniversario del levantamiento armado del primero de enero de 1994 son otro ejemplo de lo que a nivel de autogestión han alcanzado estas comunidades indígenas, agrupadas en “Caracoles” (La Realidad, La Garrucha, Morelia, Roberto Barrios y Oventic), cada uno con su respectiva Junta de Buen Gobierno, y que constituyen la estructura de organización política y social que prevalece en los 29 Municipios Autónomos Rebeldes Zapatistas, (MAREZ).
Con alrededor de 2 mil visitantes, la de Oventic, en el municipio de San Andrés Larráinzar, fue la conmemoración más concurrida. Y aunque anticipadamente se había informado en un comunicado firmado por el subcomandante Moisés, que no aceptarían la presencia de prensa, la verdad es que entraron quienes quisieron y el proceso de registro ante la Comisión de Vigilancia fue bastante simple: un hombre apuntó mi nombre sin apellido y mi nacionalidad, y nadie me exigió identificación ni solicitó revisar mi bolsas o pertenencias.
Adentro había una especia de kermés. A cada paso, puestos atendidos por zapatistas en los que los visitantes podían comprar productos cultivados o elaborados en su mayoría por ellos mismos: desde elotes, tamales de conejo, café y tabaco, hasta souvenirs de todo tipo, como camisetas, pósters, o incluso botas negras revolucionarias, hechas a mano, a un precio de 450 pesos (34 dólares aproximadamente). Todo funcionando como cooperativa y sin desperdiciar la oportunidad de recaudar fondos.
Al mismo tiempo, en un templete instalado en una cancha de baloncesto, tocaban grupos de músicos también zapatistas y la gente bailaba entre la neblina, lo mismo corridos que contaban la historia del EZLN, que temas norteños como “Flor de Capomo”, de los Cadetes de Linares. Después vino el discurso político a cargo de la Comandanta Hortensia y entre los “vivas”, la única mención al Subcomandante Marcos. A pesar de un frío que calaba los huesos, el baile siguió hasta después de las cuatro de la madrugada. La fiesta se vivió sin que anfitriones o foráneos consumiéramos gota de alcohol.
Éste último elemento vale la pena subrayarlo: en territorio zapatista está prohibido tomar y sembrar droga. El contraste con los pueblos cercanos no zapatistas es enorme y está a la vista. A la mañana siguiente al festejo, de camino de regreso a San Cristóbal de las Casas, el conductor de la camioneta que nos llevaba tenía que ir esquivando a alcoholizados hombres zigzagueantes que aparecían de pronto entre la bruma a la orilla de la carretera. Los zapatistas, es verdad, siguen siendo pobres como dicen quienes los critican, pero podría declararse que han dejado de ser miserables.
“Lento, pero avanzamos”, se lee en una bolsita con un caracol bordado a mano, a la venta en una pequeña tienda en Oventic. La leyenda, pintada también en alguno de los murales de las modestas construcciones, parece una buena síntesis de lo que en territorio zapatista ha venido ocurriendo en los últimos 20 años.
La evidencia de un relevo generacional indica, además, que el proceso continúa. Lo dicen los rostros de niños y jóvenes que, aunque no habían nacido aquel primero de enero de 1994, hoy usan pasamontañas, más con un sentido de pertenencia –y yo diría que hasta de orgullo— que para proteger su identidad en medio de un ambiente belicista.
Y así lo han podido constatar quienes han formado parte de las, hasta ahora, tres “generaciones” de “alumnos” de “La Escuelita Zapatista”, ejercicios en los que los visitantes viven una semana con una familia en alguna comunidad rebelde para aprender cómo ejercen su autonomía. Tras muchos años, los zapatistas decidieron, de nuevo, mostrarse al mundo. ¿Lo harán de nuevo? No lo sabemos. Por lo pronto, han conseguido llamar la atención y proclamar que, aunque lento, han avanzado.
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