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El fin de una era en Georgetown

El históricamente barrio más acomodado de Washington ha perdido influencia política, residentes e interés comercial

Calles de Georgetown, Washington
Calles de Georgetown, Washingtonwashington.org

El exterior de la casa de ladrillos rojos en el número 3307 de la calle N, en pleno corazón de Georgetown, está perfectamente conservado. En ella vivieron John y Jackie Kennedy en los cuatro años previos a su desembarco en la Casa Blanca, en 1961. Ahora es una finca particular que sigue atrayendo a curiosos y nostálgicos. Las mansiones de estilo inglés que hay en sus alrededores también lucen como antaño. A simple vista uno pensaría, quizá la mismísima expareja presidencial, que este barrio al suroeste de Washington apenas ha cambiado en el último medio siglo y que retiene todo el esplendor de sus mejores tiempos.

Pero unos metros más adelante en la misma N esta percepción se empieza a quebrar: aparecen algunas casas en venta y en una calle perpendicular hay otras que dan la impresión de llevar años deshabitadas. Y según se va bajando hacia el río Potomac el aura de exclusividad del pasado acaba desapareciendo del todo. Paralela a la N, la calle M es la principal artería comercial del barrio y está repleta de tiendas de esas mismas marcas que se pueden encontrar en todas las grandes ciudades de Estados Unidos y en sus ‘malls’. Y en el paseo peatonal junto al río sobresale un gran complejo de salas multicines.

Los fines de semana Georgetown se llena de personas ávidas de ocio y consumismo, pero esta apuesta también ha ido perdiendo fuelle en los últimos años. Por ejemplo, un centro comercial en la M acaba de culminar un largo proceso de remodelación para tratar de revertir su declive. En un solo año, entre 2009 y 2010, los locales libres pasaron de suponer el 10% del total al 56%.

El ocaso también ha alcanzado al mercado inmobiliario. En algunas semanas de este año, las ventas han llegado a caer un 30%, según datos de la inmobiliaria Homes Nap. En un reciente mes se vendieron 14 casas, la mitad que en Adams Morgan, la zona de la capital federal con más transacciones. De hecho, incluso algunos apartamentos sencillos ya son más baratos en Georgetown que en otras partes de la ciudad. Muchos millonarios siguen viviendo en las calles tranquilas y residenciales del norte del barrio -como la N en la que lo hacían los Kennedy- pero cada vez son menos, como revelan las casas vacías y el severo descenso en las ventas. Ahora, las grandes fortunas se decantan más por residir en algunas de las urbanizaciones exclusivas que están floreciendo a las afueras de Washington fruto del buen momento económico de la urbe.

Pero hubo un período no tan lejano en que ocurría todo lo contrario: en el que Georgetown era el epicentro en el que vivían las élites de Washington y se cocían los entresijos del poder. Y es que, en definitiva, tras el actual cambio de fisonomía de algunas áreas del barrio y su popularización subyace el fin de una época. Una época que tuvo su clímax en los años 60 de la mano de John F. Kennedy -que ya vivió en Georgetown a principios de los 50 cuando era senador- y de las famosas fiestas estilosas que organizaba su esposa Jackie. “Los Kennedy definieron la gracia de la aristocrática moderna y transformaron una dormida capital política en una ciudad de clase mundial”, escribió hace unos años el ‘Washington Post’.

Seguramente la mejor prueba de ese espíritu es que el mismo día que tomó posesión como presidente de EE UU -el 21 de enero de 1961-, tras el baile inaugural y de que Jackie partiera a la Casa Blanca, donde iba a pasar su primera noche, Kennedy decidió continuar con la celebración: acudió a la fiesta que tenía lugar en la casa de Georgetown de su amigo Joseph Alsop, periodista del ‘Post’, y estuvo de juerga hasta altas horas de la madrugada. Según la extensa rumorología, el presidente usaba ese inmueble como lugar de encuentro con sus amantes. Tras el asesinato de Kennedy, en noviembre de 1963, Jackie se instaló en otra casa en la calle N, pero al cabo de un año se mudó a Nueva York en busca de más privacidad para ella y sus hijos.

En las fiestas de Georgetown se entremezclaba el ‘establishment’ político, económico y periodístico. Lo hacían, por ejemplo, en las que acogía en su casa Katharine Graham, la que fuera editora del ‘Washington Post’ desde principios de los 60, cuando tomó las riendas del diario que había comprado su padre en 1933, y que el pasado agosto fue vendido al presidente de Amazon, Jeff Bezos. Al margen de su lectura sobre la industria periodística, la adquisición del rotativo por parte del fundador del gigante del comercio por Internet supone otra simbólica demostración de la pérdida de poder de esa suerte de Georgetown aristocrático, del cual Graham era una exponente.

Graham, fallecida en 2001, es una de las cinco poderosas mujeres retratadas en el libro ‘The Georgetown Ladies’ Social Club’ (‘El club social de señoras de Georgetown’) de C. David Heymann, biógrafo de Jackie Kennedy. El resto son Sally Quinn, esposa del exdirector del ‘Post’ Ben Bradlee; Lorraine Cooper, de un exsenador; Evangeline Bruce, de un exembajador; y Pamela Harriman, de un millonario. El libro describe las interioridades de estos círculos como una combinación de sexo, escándalos y aventuras políticas. “Lo que en última instancia comparten las cinco de Georgetown es su habilidad de mantener un posado político y de proteger, cueste lo que cueste, la imagen que buscaron crear”, escribe Heymann.

El término del ‘club social de señoras de Georgetown’ lo acuñó el expresidente de EE UU Ronald Reagan, bajo cuyo mandato (1981-1989) el barrio recuperó parte del brillo social que ostentó en los sesenta. Fue, sin embargo, un breve espejismo. Desde entonces su influencia se ha ido diluyendo en paralelo a la metamorfosis que ha experimentado la trastienda de la política. Ahora, los presidentes -como Barack Obama- cada vez se mezclan menos con la sociedad local y ponen mucho más énfasis en sus encuentros con potenciales donantes electorales. “La captación de fondos se ha convertido en los últimos años en un trabajo a tiempo completo para los políticos y sus equipos. Y si pretendes optar a la presidencia sin duda tienes que ir a fiestas de donantes”, apunta Daniel Auble, investigador del Center for Responsive Politics, una entidad civil con sede en Washington.

A la pérdida de influjo político por parte de las élites de Georgetown se le ha unido en los últimos años el efecto del despunte de otras zonas residenciales y de ocio en la capital, lo que ha golpeado doblemente al barrio. Con el objetivo de frenar este declive y atraer a más visitantes y residentes a Georgetown, una agrupación de empresarios, vecinos y líderes cívicos propuso hace unos días al Ayuntamiento 75 medidas a implantar a lo largo de los próximos 15 años. Buena parte de ellas son peticiones de mejora de la comunicación con el resto de la ciudad. Por ejemplo, piden que la red de metro llegue a Georgetown, se instale un amplio sistema de tranvía y se mejoren las vías para ciclistas. También hay algunas propuestas curiosas, como que se estudie un servicio de góndolas a través del Potomac que conecte en pocos minutos el barrio con la ciudad de Arlington (en el estado de Virginia), que está a la otra orilla del río.

“Queremos hacer un barrio más agradable para el visitante”, explica Ed Solomon, uno de los representantes electos del distrito que negociará estas iniciativas con la Alcaldía. “No creo que Georgetown haya perdido brillo, aún es un lugar icónico pero ahora simplemente hay más opciones en otras partes de la ciudad”, agrega. Solomon asegura que la comunidad empresarial sigue viendo un enorme potencial en Georgetown porque se mantiene como un emplazamiento único en Washington, gracias a su proximidad al río y a un gran parque, la tranquilidad de sus calles arboladas con casas antiguas y la impronta de su histórica universidad. 

De hecho, Georgetown ha sido desde siempre un sitio repleto de particularidades. Originariamente, desde su fundación en la década de 1750, fue una ciudad independiente bajo la colonia británica de Maryland que atrajo a notables residentes, como el expresidente de EEUU Thomas Jefferson. El primer mandatario del país, George Washington, la visitaba frecuentemente mientras adquiría las tierras para fundar la capital que llevaría su nombre. Erigida en un epicentro comercial gracias a su conexión fluvial, no se fusionó oficialmente con Washington hasta 1871.

Desde sus inicios, Georgetown tuvo una destacada presencia de afroamericanos entre su población. El predominio se acentuó aún más a mediados del siglo XIX tras el fin de la esclavitud, y a principios del siglo XX los ciudadanos de color ya suponían cerca del 50% de los residentes, por encima de los niveles del resto de Washington. En esa época el barrio mantenía varias instalaciones industriales, lo que lo hacía un lugar remoto y sucio y, por ende, poco deseable de visitar.

Pero a partir de los años 30 la tendencia empezó a cambiar después de que se construyese un puente que mejoró la comunicación con la ciudad y se fueran desmantelando las fábricas. Así, cada vez más ciudadanos blancos fueron poco a poco interesándose por las numerosas casas de estilo inglés que permanecían en perfecto estado en el barrio. Y con el transcurso de los años, Georgetown se transformó del todo: pasando de tener una población mayoritaria negra de clase trabajadora a una blanca de clase alta. De las personas de camisa de cuello azul a las de color blanco. El detonante definitivo llegó en los 50 cuando fue denominado oficialmente como un barrio de preservación histórica. 

La transición racial se ha mantenido en las últimas décadas. Mientras que en 1990 las personas negras suponían el 26% de la población del distrito en el que se ubica Georgetown, en 2010 representaban el 13%, según las últimas estadísticas oficiales. En el caso de los ciudadanos blancos, la proporción pasó del 59% al 67% en el mismo intervalo de 20 años. En el conjunto de Washington la preponderancia es la contraria: la población negra supone el 51% y la blanca el 35%. El ocaso de Georgetown no trastoca, por ahora, su cosmología racial.

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