Tiempos de esperanza y de cautela para la comunidad iraní en EEUU
Se trata del mayor colectivo de la diáspora del país. Su activismo político y social ha aflorado en la última década
Abbas Milani hace 27 años que no vuelve a Irán, Jamal Abdi ni siquiera ha visitado el país natal de sus padres, mientras que Forough Yazdani lo hace con cierta frecuencia pese a que tampoco nació allí. Los tres son algunos nombres y apellidos detrás de la estadística de las aproximadamente 1,5 millones de personas de origen iraní que viven en Estados Unidos, donde se concentra la mayor comunidad de toda la diáspora. Son tiempos de esperanza pero a su vez de cautela para este colectivo en general heterogéneo y próspero, que confía en que el acuerdo preliminar sobre la paralización del programa nuclear cristalice en los próximos seis meses y que, sobre todo, suponga una apertura del régimen de Teherán. Su sueño es que derive en una mayor democratización y les permita a muchos de ellos volver a visitar su patria de origen sin miedo a ser detenidos o padecer represalias.
El auge de la comunidad iraní en EEUU está estrechamente vinculado al apogeo de la revolución islámica de 1979, y por tanto al absoluto declive de las relaciones diplomáticas entre Washington y Teherán. Antes del derrocamiento del sha Mohamed Reza Pahlevi en enero del 79 apenas vivían en EEUU varias decenas de miles de iraníes, muchos de ellos estudiantes universitarios. Pero a partir de entonces, -tras el retorno del exilio del ayatolá Ruhollah Jomeini en febrero de ese año, la suspensión de las relaciones entre EEUU e Irán en abril de 1980, y el inicio en septiembre de la larga guerra con Irak- la cifra de exiliados fue ampliándose rápidamente, componiendo el grueso del colectivo actual.
Pese a que buena parte de ellos partieron de Irán por motivos similares, a Estados Unidos llegaron “todo tipo de personas” atraídas por las oportunidades laborales, según apunta Milani, un reconocido historiador y profesor del departamento de Estudios Iraníes de la Universidad de Stanford. La mayoría se instalaron en los estados de California y Nueva York, y en Washington DC. Esta diversidad de clase e inquietudes provocó que apenas aflorase un sentido de comunidad y mucho menos el mínimo indicio de activismo político. Milani atribuye la apatía a dos factores. Por un lado, el principal objetivo de los inmigrantes era integrarse rápidamente y asentar raíces en EEUU; y por el otro, “los ideales de la revolución eran tan incomprendidos que había una desconfianza general hacia la política”, explica en conversación telefónica.
En la última década, sin embargo, este perfil bajo ha ido desapareciendo, coincidiendo con la escalada de la tensión entre Washington y Teherán a raíz de los crecientes recelos acerca del programa nuclear iraní, y las recurrentes especulaciones sobre una hipotética intervención militar norteamericana después que el expresidente George W. Bush incluyese en 2002 a Irán en el llamado “eje del mal”. Como si los tambores de guerra hubieran sido un drástico toque de atención, desde entonces la diáspora ha empezado a mostrarse más orgullosa de su identidad y ha “surgido una verdadera versión de una sociedad civil y cultural” para defender los intereses de la comunidad.
Según Milani, también ha influido notablemente a este cambio de actitud el florecimiento económico y académico de una cierta elite entre el colectivo iraní en EEUU. Algunos de ellos ocupan destacados puestos empresariales, sobre todo en el sector tecnológico. Desde esta atalaya ha nacido un deseo de mejorar la percepción de Irán entre los estadounidenses y, a su vez, de tratar de influir en las decisiones políticas que afectan a ambos países. “Es muy duro formar parte de una comunidad que es constantemente atacada. Ser de un país que niega el Holocausto hace que sea mucho más difícil vivir exiliado”, afirma el profesor, quien, tras una primera etapa entre 1964 y 1975, volvió a EEUU en 1986 después de empezar a sufrir por su seguridad en Irán y haber pasado un año en prisión durante la monarquía del sha.
En estos 27 años no ha vuelto a pisar su tierra natal por temor a posibles hostilidades del régimen, que ha criticado algunos de sus libros y que en 2009 le acusó de promover una “conspiración americana” a favor de la revolución verde que estalló tras la cuestionada victoria electoral del expresidente Mahmud Ahmadineyad. “Algunos volvieron y fueron detenidos, así que se extendió el sentimiento de que no era seguro volver”, subraya. Según una encuesta reciente de la organización civil Public Affairs Alliance of Iranian Americans (PAAIA), un 69% de los iraní-americanos nunca han estado en Irán, no han vuelto desde que emigraron o si han retornado lo han hecho de forma excepcional.
Y entretanto en su país de acogida, para Milani, de 64 años, no ha sido nada fácil la tarea de vencer los estereotipos y mejorar la mala percepción mayoritaria respecto a Irán. “Pero al final, en general, los americanos han sido capaces de entender que se puede ser iraní pero no apoyar al régimen, y que hay muchos iraníes educados y que contribuyen a EEUU”.
Su pasado vital es bien distinto pero Jamal Abdi, de 31 años y nacido en EEUU de padres iraníes, se expresa en términos similares. “Te encuentras en una posición complicada”, asegura respecto a la paradoja de vivir en un país que es uno de los principales enemigos de su país de origen y en medio de un entorno que generalmente no va más allá de los clichés que se ciernen sobre ambas realidades.
A diferencia del profesor universitario, Abdi evita revelar por qué nunca ha visitado Irán, dejando entrever motivos políticos. Pese a ello, está plenamente involucrado en la colectividad iraní en EEUU y es un claro ejemplo de la pujanza de variadas iniciativas cívicas en los últimos años. Es el director de políticas del National Iran American Council (NIAC), una organización fundada en 2002 en Washington con el objetivo de mejorar el conocimiento sobre Irán en EEUU, incrementar la participación de la comunidad y abogar por una solución dialogada al contencioso entre ambos países. “No solo queremos prevenir una guerra sino cambiar las dinámicas dentro de Irán y tener nuestras voces representadas”, comenta. Así, no es de extrañar que una de las principales tareas de la entidad sea hacer lobby tanto en el Capitolio como en la Casa Blanca a favor de la vía diplomática con Teherán.
La primera gran satisfacción le llegó al NIAC en septiembre con el primer signo de incipiente deshielo a raíz de la histórica conversación telefónica entre el presidente de EEUU, Barack Obama, y su homólogo iraní, Hasán Rohaní. Ahora, tras el preacuerdo en Ginebra sobre el programa nuclear -del que la entidad destaca que ambas partes entendieron que “cada una tenía que ganar algo”-, su principal objetivo es garantizar que el pacto no descarrile por presiones domésticas. Por ello, está tratando de persuadir a los congresistas que apuestan por una nueva ronda de sanciones contra Irán.
El auge del activismo en los últimos años no es, sin embargo, unidireccional. Salpica a todos los actores de la cada vez más influyente comunidad iraní: no solo se ha producido en el bando de los contrarios al régimen sino también en el de los que defienden en Washington la línea dura de la república islámica, según apunta el académico Milani, que matiza, por eso, que se trata de grupos pequeños y con un peso minoritario en comparación con el que tienen los opositores.
Un caso aparte es el rol que juega Reza Pahlavi, el hijo mayor del último sha, que reside en EEUU desde antes de la revolución islámica de 1979. La deposición de su padre le cogió en pleno período de entrenamiento como piloto de las Fuerzas Armadas y desde entonces no ha podido volver a Irán. En estos más de 30 años, ha vivido principalmente a las afueras de Washington, desde donde ha impulsado una tibia pero continúa campaña en contra del régimen clerical iraní, que ha acentuado en los últimos años. Su hermano pequeño también está vinculado con EEUU pero su caso está marcado por la tragedia: en 2011 se suicidó en Boston tras varios años de vida muy discreta.
El apogeo del activismo del colectivo iraní va más allá de la arena política y del desafío nuclear. En los últimos años han asomado también asociaciones a favor de los derechos de las mujeres y otras de tipo cultural. Una de ellas es la Iranian American Community Center (IACC), que desde hace tres años organiza actividades culturales y educativas para unas 650 familias iraníes que viven en el conurbano de Washington. “Es muy necesario que conozcan más su cultura. Por ejemplo, celebramos el año persa y los solsticios, y damos clases de idiomas. Y también que los americanos sepan más sobre los iraníes más allá de verlos como terroristas”, ironiza Forough Yazdani, el tercer nombre y apellido detrás de las estadísticas oficiales de ciudadanos de origen iraní en EEUU. Esta dentista de 45 años es una de las impulsoras del IACC y constituye una excepción dentro del perfil predominante entre la diáspora. Sus padres llegaron a EEUU mucho antes del convulso 1979 y ella nació aquí en 1968. Además, desde entonces ella y sus progenitores han visitado Irán con cierta frecuencia y sin sufrir problema alguno.
Abbas Milani, Jamal Abdi y Forough Yazdani. En definitiva, tres integrantes de la numerosa comunidad iraní en Estados Unidos, con antecedentes totalmente distintos pero que comparten esperanzas y recelos de cara a la nueva fase que se puede abrir ahora en Irán y en la maltrecha relación entre su país de origen y el de acogida. Milani admite que no hay “ninguna garantía” de que el preacuerdo sobre la suspensión nuclear se acabe ratificando pero confía en que ocurra todo lo contrario. Y que, por ello, personas como él puedan ayudar en la transición democrática y empezar a volver a visitar Irán con absoluta tranquilidad. Abdi, por su parte, pone el foco en que el fin de la hostilidad saque al país de su largo aislacionismo. Mientras que Yazdani en que el pacto de Ginebra se traduzca en la anhelada apertura que mejore la vida diaria y reduzca las flagrantes violaciones de los derechos humanos.
Sus opiniones coinciden, en general, con las de la mayoría de la diáspora en EEUU. Según la encuesta del PAAIA en febrero, para un 56% de los iraní-americanos lo más importante es el impulso de la democracia y los derechos humanos en Irán, por delante del 31% que reclama un cambio de régimen. Y un 68% pedía que se retiren las sanciones económicas a Teherán a cambio de que paralice el enriquecimiento de uranio. Ahora el gran reto es que la diplomacia no se tambalee. Y que estos deseos se conviertan en realidad a miles de kilómetros de distancia, aunque eso siempre suele ser lo más difícil.
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