_
_
_
_
_

El magnate afirma que seguirá en política incluso fuera del Parlamento

Berlusconi se dirige a sus seguidores concentrados ante su casa en Roma

Partidarios de Forza Italia apoyan a Berlusconi ante su casa en Roma.Foto: reuters_live | Vídeo: FILIPPO MONTEFORTE (AFP) | reuters-live!

Silvio Berlusconi ya no se parece a Silvio Berlusconi. Hasta hace muy pocas semanas, la política italiana se asemejaba a aquella vieja definición de fútbol: "Un deporte en el que juegan once contra once y siempre gana Alemania". Aquí, cuando no ganaba Berlusconi, perdían los demás. Desde que en 1994 descendió de sus negocios a la política al grito de "amo a Italia", el viejo cantante de cruceros, magnate de los medios de comunicación y seductor de jóvenes previo pago se las ha ingeniado para convertirse en una pieza imprescindible en el complicado engranaje de la política italiana.

Propietario de un carisma innegable —y de las televisiones suficientes como para multiplicarlo hasta el infinito—, Berlusconi siempre escondía un as en la manga, un conejo en la chistera, un chiste, un cheque o una amenaza para voltear las situaciones adversas. Ya no.

Hasta este miércoles, cuando mandó llenar la puerta del palacio Grazioli de un ejército de acarreados, convenientemente surtidos de banderas y bocadillos, Berlusconi ya no parecía más que un collage de sí mismo. Ni siquiera escondido detrás de una gruesa capa de maquillaje lograba disimular su cansancio infinito, la vulgaridad de un discurso que no era más que una copia mal pegada de sus intervenciones anteriores.

Ni una idea nueva, ni una emoción, ni siquiera una broma de las suyas para disimular con garbo la hora agónica de su expulsión. Nada. Solo una promesa a sí mismo: "No me voy a esconder en un convento. Seguiré aquí, con vosotros. No os desesperéis si el líder del centroderecha no está en el Senado. No es necesario para seguir haciendo política. Sabéis que hay líderes de otros partidos, ahí está [Matteo] Renzi o [Beppe]Grillo, que dirigen sus formaciones y no están en el Parlamento".

Pero se le olvidó añadir que ni el joven Renzi, que lidera el Partido Democrático, ni el populista Grillo llevan tras de sí una reata de procesos pendientes ni, sobre todo, una condena aún por descontar. Porque, aunque no irá a la cárcel por el caso Mediaset, sí tendrá que descontar un año de pena en arresto domiciliario o cumpliendo servicios sociales. A un hombre siempre dispuesto a la broma, le han sabido a cuerno quemado todas las que se han hecho a costa de la posibilidad de que el exjefe del Gobierno tuviese que rehabilitarse limpiando letrinas en una granja de desintoxicación de un conocido cura mediático. Y luego, el vino agrio del resentimiento: "Brindan porque han llevado a un adversario, a un enemigo, ante un pelotón de ejecución, que es lo que llevaban esperando desde hace 20 años. Por eso están eufóricos..., pero no creo que con esto hayan vencido definitivamente el partido de la democracia y la libertad".

Y esa es, por el momento, la más eficaz arma de Berlusconi. Aunque con un partido demediado por la traición dolorosa de Angelino Alfano y con una peligrosa intemperie ante la justicia, todo el mundo cree —sobre todo sus enemigos— que el hasta ahora Cavaliere aún intentará alguna jugada a la desesperada.

Únete a EL PAÍS para seguir toda la actualidad y leer sin límites.
Suscríbete

De hecho, unas horas antes de que el Senado se reuniera para aplicarle la ley Severino —y a pesar de que en teoría todo estaba atado para su expulsión—, pocos eran los que se atrevían a garantizar que se fuese a producir realmente. Y, aún ahora, el fantasma de su poder acude en su ayuda.

Anoche, después de media hora de discurso desmadejado, con la voz rota, solo fue capaz de esbozar una promesa: "Os doy cita para el inicio de la próxima campaña electoral, que será una campaña por la libertad. Os aseguro que no olvidaré jamás esta jornada".

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_