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Columna
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El oráculo colectivo

Nada de lo que ha salido del cónclave comunista chinom permite calificar la reunión de histórica

Lluís Bassets

El mercado no es un fin, sino un instrumento. Es como la máquina de vapor, la electricidad, la energía nuclear o la tecnología digital. Sirve para asignar recursos a partir del juego entre la oferta y la demanda, sustituyendo así otros centros de decisión menos eficientes. Así es como concibe la función del mercado el Partido Comunista de China. Y así es como encaja la idea de mercado con la de sociedad socialista.

Nada distinto a lo que ocurre con las tecnologías digitales. Los dirigentes chinos conocen los peligros que comportan, sobre todo para el monopolio político comunista. Pero saben también que son imprescindibles para seguir creciendo y, sobre todo, aspirar a convertirse de nuevo en la superpotencia que China fue un día. La solución es la combinación del máximo desarrollo tecnológico con un creciente control de la ciberesfera.

Lo mismo sucede con el funcionamiento del mercado. Los comunistas chinos consideran indeseable una sociedad de mercado en la que los poderes públicos apenas interfieran en su funcionamiento o solo lo hagan para hacerlo más eficiente. Tampoco les gusta relacionar el mercado con la de democracia, ni siquiera con unas libertades individuales indivisibles que no desean. Se trata solo de que el mercado asigne los recursos cuando lo decida la dirección comunista, en sustitución de la obsoleta planificación socialista o de las directrices emanadas del Gobierno y del Partido.

El único cambio experimentado es el que se ha producido este fin de semana, en los cuatro días de reunión del Comité Central del Partido Comunista, y ha sido por el momento de orden meramente semántico, y objeto por tanto de las exégesis que haga falta para descubrir su significado. Hasta ahora el mercado tenía una función "básica" en la economía socialista con características chinas y ahora la tiene "decisiva".

La nueva dirección comunista china, correspondiente a la quinta generación después de Mao Zedong, se encargó de calentar el ambiente antes de la celebración de la reunión, a la que se cargó de expectativas y se comparó incluso con dos plenos históricos, el que presidió Deng Xiaoping en 1978 y abrió el país al mundo, y el que se celebró en 1993, justo después de la revuelta estudiantil de Tian Anmen, bajo presidencia de Jiang Zemin, en el que se acuñó el auténtico oximorón (o contradicción en sus términos) que es una economía socialista de mercado. Parte de la campaña previa fueron las reuniones que Xi Jinping mantuvo con representantes de la élite empresarial y periodística mundial, en los que se esmeró en el arte de seducir y fascinar a sus anfitriones respecto a la eficacia y las excelencias de tan original sistema.

A la vista del comunicado final, habrá que esperar a resultados más tangibles para clasificar este Tercer Pleno de 2013 al lado de los dos históricos anteriores. Pero no se puede descartar que próximas decisiones liberalizadoras, respecto al sistema financiero, al suelo agrario, a la participación de capitales privados en empresas públicas o a los estímulos al consumo tomen alguna de las muchas frases anodinas o incomprensibles del comunicado como fundamento.

El Partido Comunista actúa como una especie de oráculo colectivo. La opacidad de sus sistemas de trabajo, reuniones y decisiones convierte la tediosa palabrería que contienen sus comunicados en un objeto privilegiado para la enigmística política. Bajo la lengua de madera, las frases hechas o las citas y homenajes implícitos a sus distintos dirigentes, se esconden decisiones, consensos entre tendencias y dirigentes, planes ocultos o posibilidades abiertas.

La interpretación de esa fraseología, a pesar de la penosa calidad de los textos, requiere tanta paciencia y tiempo como enfrentarse a los más enrevesados textos filosóficos o religiosos. A fin de cuentas, en una resolución como la aprobada por el Tercer Pleno, bajo los estereotipos del lenguaje político más envarado, hallamos de todo, incluyendo conceptos prohibidos, como una insólita y escondida referencias a los "derechos humanos", la idea del Estado de derecho, referencias a la civilización ecológica, a la gobernanza o al soft power, cuyo valor hay que minimizar a la vista de las constantes protestas de ortodoxia ideológica y de fidelidad al monopolio del poder por parte del Partido Comunista.

Junto a la impenitente verbosidad de raíces maoístas, hay dos decisiones organizativas que refuerzan la idea de una etapa presidencialista con Xi Jinping. Se trata de la creación de dos nuevos organismos: un grupo de trabajo dedicado a dirigir el proceso de reformas y un Comité Nacional de Seguridad a imagen de Estados Unidos. Su sello personal, que impregna todo el comunicado, es la referencia al Sueño Chino, que ya ha convertido en el lema de la próxima década, una idea también de inspiración americana, a la que se añade la aspiración al "gran rejuvenecimiento de la nación china", en la que fácilmente se transparenta la ambición de un salto en el protagonismo global con fecha 2020.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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