Turquía, 90 años en la encrucijada
La construcción del túnel bajo el Bósforo refuerza el papel del país bicontinental como potencia emergente
Turquía hace realidad el sueño del sultán Abdulmecit, que imaginó en 1860 un túnel ferroviario bajo el Bósforo, cuando cumple 90 años como República. La celebración bien vale los fastos inaugurales para cebar la autoestima de un país que ya ha dejado de ser emergente al convertirse en la decimosexta economía del planeta. A los 78 millones de turcos les fascina asistir a la transformación de la legendaria ruta de la seda en una vía férrea de progreso. De intuir que, a solo una década del centenario de su fundación por Atatürk bajo las ruinas del Imperio Otomano, su nación se sitúa en una encrucijada de futuro. Entre Occidente y Oriente. Pero los cruces de caminos son azarosos.
Precisamente ahora que se podrá ir en tren desde Londres hasta Pekín sin hacer transbordo en el Mármara, los países occidentales se han puesto nerviosos por el pedido turco de 3.400 millones de dólares en misiles de defensa chinos. “No son compatibles con el armamento de la OTAN”, se han apresurado a advertir desde la Alianza Atlántica. “¿Tienen alguna propuesta mejor?”, replican desde Ankara con desparpajo de gran bazar. Si Estados Unidos sirve un lote de misiles Patriot a buen precio, insinúa el Gobierno turco, puede haber trato.
Y tras la inauguración del primer túnel intercontinental, la Unión Europea va a reanudar la semana que viene las negociaciones de adhesión con Turquía después de tres años de bloqueo. Nadie espera grandes progresos, pero es una buena señal. A fin de cuentas, más de la mitad del tráfico comercial turco procede de los Veintiocho.
Al corte de cintas de la red ferroviaria Marmaray no han sido invitados José Manuel Durão Barroso ni Angela Merkel. Al lado del primer ministro Recep Tayyip Erdogan se encontraba Shinzo Abe, el jefe de Gobierno de Japón, cuyo Banco de Cooperación Internacional ha financiado el grueso del proyecto. Ankara sigue llamando a las puertas de Europa pero cierra negocios con Oriente.
Erdogan, sin duda el líder político que más ha modernizado Turquía desde Atatürk, hace tiempo que planea seguir en el poder cuando la República cumpla cien años. Tras una década en el poder jalonada por tres victorias electorales con mayoría absoluta, su sueño de sultán lleva camino de convertirse en una pesadilla para muchos de sus conciudadanos.
En la agenda del primer ministro turco bullen varios “proyectos locos” —expresión que él mismo acuñó— para construir más túneles y puentes intercontinentales, e incluso un canal navegable en Tracia como alternativa al Bósforo. Erdogan, que ya no puede presentarse a la reelección según las reglas de su partido, precisa de una reforma constitucional si quiere convertirse el verano que viene en presidente con poderes ejecutivos al menos hasta 2023. Antes tendrá que superar en la primavera el escollo de las municipales en medio del creciente malestar de las clases medias urbanas.
Los jóvenes indignados turcos que se echaron a las calles de Estambul el pasado junio se encargaron de recordarle que también se puede morir de éxito.
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