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Columna
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La germanización del Este

Para Alemania fue decisivo el afán de conquistar los mercados de su región, protegidos dentro de la Unión Europea

He recorrido este verano algunas capitales del este de Europa que había visitado por primera vez en los últimos años de los sesenta. En aquellos años, para una persona de izquierda un tema crucial era valorar correctamente el socialismo implantado por la Unión Soviética en la Europa oriental. En 1963, un pequeño grupo de estudiantes de la Universidad de Colonia aceptamos una invitación de la RDA para conocer los logros del sistema. Nuestros tutores orientales consideraron una provocación casi todas mis preguntas y, al regreso, la policía política occidental me advirtió de que, si seguía haciendo estos viajes, tendría que abandonar Alemania. Lo cierto es que continué haciéndolos y nunca más volvió a presentarse.

Berlín occidental parecía el lugar óptimo para seguir los avatares de la guerra fría con la menor desviación ideológica. Veía la televisión de las dos Alemanias, siguiendo tanto la información que de cada país daba el otro, como de la opinión de los dos bloques sobre lo que ocurría en el resto del mundo.

Berlín occidental, una isla en el mar soviético, invitaba a acercarse a estos países. En 1966, el viaje de novios lo hicimos a Praga, que aproveché para visitar a algunos miembros del Partido Comunista español, llamándome la atención la resignación y pobreza en que vivían. En los años siguientes por razones profesionales estuve en Budapest, Sofía y Varna, y ya en los setenta con una delegación sindical visité la Unión Soviética, y poco después en un viaje privado, Yugoslavia, que presentaba la autogestión como una alternativa original al modelo soviético. Sobre ambos la historia ya ha dado su veredicto.

Con una perspectiva muy distinta —tanto ha cambiado la situación—, he recorrido este verano la nueva Europa oriental integrada, o a punto de serlo, en la UE, visitando Bratislava, Budapest, Kalocsa, Belgrado, Novi Sad, Veliko Tarnovo, Bucarest. Las largas décadas de comunismo están todavía muy presentes en la población que las vivió conscientemente, mostrando muchos incluso una cierta comprensión por los primeros años, en los que los de abajo tuvieron la sensación de que el cambio los favorecía, pero completamente desilusionados, y sobre todo impotentes, cuando dictaduras, como las de Ceausescu en Rumanía y Zhivkov en Bulgaria, se estabilizaron en base a un régimen policial estricto con el culto a la persona del líder como única ideología, tal como todavía sucede en Corea del Norte.

El historiador británico Arnold Toynbee negó que la Europa oriental perteneciese culturalmente a la Europa occidental, que, saltando el Atlántico, incluiría a América. Europa no sería más que el término geográfico para designar la península occidental de Asia, pero con dos culturas distintas, la occidental y la oriental.

Cierto que, al marcar el Rin y el Danubio el limes, el Imperio Romano unificó la Europa occidental y la oriental, pero también separó Roma de Bizancio-Constantinopla, ruptura que se consolidó con la primera gran escisión del cristianismo y luego con la expansión otomana, aportando nuevos elementos religiosos, el islam, y lingüísticos y culturales turcos.

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La Europa oriental surge en el choque de tres imperios, el austriaco, el ruso y el otomano, pero el elemento germánico-austriaco desempeñó un papel protagonista en su incorporación a la modernidad. La I Guerra Mundial acaba con los tres imperios, dejando a la Europa oriental por completo desarbolada. Imposible que resurgieran en sus antiguas fronteras los antiguos reinos húngaro o búlgaro, y el nuevo orden que las potencias vencedoras crearon en Versalles no ha dejado hasta hoy de alentar los nacionalismos, profundamente destructivos en la región.

Pese a que el Imperio Romano constituya el fundamento, tanto de la Europa occidental como de la oriental, y al papel preponderante que la germanización austriaca ha desempeñado en la región, son innegables las grandes diferencias culturales, y si a ello se une el desnivel socioeconómico con la Europa occidental, que se agravó incluso en los años noventa, ¿por qué las prisas en que la región se integrara en la UE, sin tener en cuenta los problemas que se derivarían de las grandes diferencias socioeconómicas y culturales?

Aparte de la retórica de que son parte de Europa con el derecho de los unos y el deber de los otros de facilitar la unión, coincidieron motivos muy distintos. Para Alemania fue decisivo el afán de conquistar los mercados y sobre todo facilitar las inversiones en la región, que quedan mejor protegidas dentro de la Unión, continuando así el proceso de germanización de la Europa oriental. Para el Reino Unido la certeza de que la ampliación al este hacía imposible avanzar en la unión política, dejando así la UE congelada en un mercado único.

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