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Un incidente con Bolivia daña la reputación de la diplomacia de Brasil

Un diplomático brasileño ayudó a huir de la Embajada en La Paz a un opositor a Morales

Juan Arias
El opositor boliviano saluda desde el bufete de su abogado en Brasilia.
El opositor boliviano saluda desde el bufete de su abogado en Brasilia. UESLEI MARCELINO (REUTERS)

El palacio de Itamaraty, en Brasilia, es sede del que, desde siempre, es considerado uno de los cuerpos diplomáticos más profesionales de América Latina. Pero un incidente con la pequeña Bolivia ha puesto en jaque esa reputación y ha llevado a la presidenta Dilma Rousseff a cesar a su ministro de Exteriores, Antonio Patriota.

El 28 de mayo de 2012, el senador boliviano Roger Pinto Molina se refugió en la embajada brasileña en La Paz alegando una persecución política por parte del presidente Evo Morales, del que es uno de los más feroces adversarios. Los tribunales bolivianos, impulsados por el Ejecutivo de Morales, le acusaban de 20 casos de corrupción. Diez días después, Brasil le concedió el estatus de refugiado político, pero le resultaba imposible abandonar la Embajada al negarse el Gobierno boliviano a concederle un salvoconducto.

Pinto estuvo así 452 días encerrado en la Embajada de Brasil. El pasado junio, el Itamaraty ordenó el regreso a Brasil del embajador, Marcel Fortuna, por lo que el senador boliviano quedó bajo la protección del encargado de negocios, Eduardo Sabóia.

La semana pasada y, supuestamente, por su cuenta y riesgo, Sabóia decidió trasladar a Pinto en coche oficial a Brasil, recorriendo los 1.800 kilómetros que separan La Paz de Corumbá, en el estado de Mato Grosso, con el argumento de que la situación se había vuelto “insoportable”.

Tras el incidente, el presidente Morales puso el grito en el cielo y tildó la huida de Pinto de acto “muy grave” contra su Gobierno.

Rousseff, que al igual que su antecesor, Lula da Silva, nunca ha querido tener problemas con los países del llamado eje bolivariano, como Bolivia, Cuba y Venezuela, reaccionó de inmediato.

Tras afirmar que no había sido informada del suceso, la presidenta pidió al ministro Patriota —que asegura que tampoco sabía nada— que renunciara inmediatamente. El titular de Exteriores dimitió el lunes.

El caso, casi una novela, es uno más de una larga cadena de incidentes protagonizados por la diplomacia brasileña en los últimos años en sus relaciones con Venezuela, Bolivia y Cuba.

“No me arrepiento de lo que he hecho y acepto las consecuencias”, afirmó el encargado de negocios, que ha sido apartado de sus funciones por tiempo indeterminado, al diario Folha de São Paulo. Pero Sabóia lanzó una amenaza: “Tengo elementos para poder acusar”. Y aseguró tener correos electrónicos en los que el Gobierno brasileño le pidió, asegura él, que “cerrase un ojo”.

El encargado de negocios y fervoroso católico Sabóia asegura que dio con la solución por inspiración divina: “Escuché la voz de Dios”, explicó y se declaró su convencimiento de estar “amparado por la Constitución y por los tratados internacionales firmados por Brasil”. Y añadió: “Hice una opción a favor de un perseguido político como la presidenta Dilma [que fue encarcelada y torturada por la dictadura militar] lo hizo en su historia”.

Sabóia afirmó a la Folha que “había enviado a Brasil más de 600 telegramas” explicando que la situación del senador confinado en la embajada se había hecho “insoportable”. “Usted imagínese ir a trabajar y tener a una persona encerrada a la que tienes que impedir recibir visitas”, relató el diplomático en la entrevista. “Me sentía como un carcelero, como si estuviera en una dictadura. Pinto estaba confinado en una sala de télex, vigilado las 24 horas del día por infantes de marina”.

Además, siempre según Sabóia, un médico diagnosticó que el senador estaba cayendo en una depresión grave. “Me solía hablar de suicidio”, dice el diplomático que explicó que, en ese punto, decidió fugarse con el senador en coche, un viaje en el que el opositor boliviano “vomitó mucho”.

El cese de Patriota como canciller ha supuesto un jarro de agua fría para la oposición boliviana, que creía que el Gobierno de Brasil, al “rescatar” a Pinto, le recordaba a Morales que la insolencia con el país más grande y poderoso de Sudamérica no sale gratis, informa Fernando Molina desde La Paz.

La reacción del Gobierno brasileño también refuta otra hipótesis, aun más complicada, que daba por hecho que la huida de Pinto se había producido bajo un acuerdo secreto entre ambos países para superar de este modo una situación de impasse que no podían resolver por las vías convencionales.

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