El regreso de Shinzo Abe y los retos para reformar Japón
A pesar de los éxitos del primer ministro nipón, su Gobierno será más inestable y menos nacionalista de lo que cabría pensar
Las elecciones en la Cámara alta japonesa celebradas el pasado domingo han afianzado el poder de uno de los primeros ministros más singulares de las últimas décadas. El partido de Shinzo Abe, el Liberal Democrático, ha logrado la mayor parte de los escaños que estaban en juego en la Cámara de Consejeros, y junto con los votos de su aliado de gobierno, el partido budista Komei, suman una clara mayoría absoluta en una cámara controlada hasta el momento por el partido de la oposición, el Democrático. Después de esta abrumadora victoria, el sistema parlamentario japonés termina con un largo período de nejire, un vocablo que describe la anómala situación en la que las dos cámaras están controladas por partidos diferentes. Para muchos analistas, la consolidación de una mayoría absoluta en la segunda cámara, además de simbolizar el inicio de un período de inusual estabilidad política, significa un voto de legitimidad para un Abe ávido de implementar una agenda ultranacionalista que convierta al país en una potencia militar. Sin embargo, ninguna de estas afirmaciones resultan del todo exactas.
Shinzo Abe, después de servir como primer ministro durante un breve período entre 2006 y 2007, tuvo que dimitir como consecuencia de la pérdida de confianza de un electorado japonés que le acusó de estar demasiado ocupado por las cuestiones patrióticas y de no ofrecer propuestas para salir de la situación de anquilosamiento económico que sufre el país desde hace ya más de dos décadas. Tras un largo período de honda reflexión y de consultas entre las diferentes facciones de su formación, Abe sorprendió a la mayoría de analistas cuando hace ahora un año tomó las riendas de su partido y anunció que se presentaría a unas elecciones a la Cámara baja que ganó con una histórica mayoría absoluta. En palabras del The Economist, se trata de una de las vueltas a la escena política más destacables de la época moderna.
Quienes lo han acompañado de cerca durante estos años afirman que Abe no solamente ha aprendido de los errores del pasado, sino que ha regresado para lograr sacar al país de la crisis y convertirlo en una potencia de primer orden. Para borrar el amargo recuerdo de su primer gobierno, y consciente de que la mayor parte del pueblo japonés rechaza frontalmente su ideario más ultranacionalista, Abe anunció en enero el inicio de lo que serían una batería de medidas económicas que de momento ya han provocado un aumento sin precedentes de la bolsa de Tokio y la depreciación de su moneda. La abeconomía, como popularmente la ha apodado la prensa japonesa, se fundamenta en tres flechas que, según una leyenda japonesa, resultan inquebrantables si se lanzan con tres arcos unidos a la vez. Las dos primeras flechas están representadas por una política monetaria agresiva que pretende doblar la base monetaria en dos años con el objetivo de lograr una inflación del 2%, y por una política fiscal de estímulo de la demanda gracias a la contratación masiva de obra pública. Sin embargo es la última flecha, la de la desregulación de determinados sectores, la que resulta más aventurada.
Inspirado por su asesor económico y profesor de Yale Koichi Hamada, Abe ha identificado el aumento de competitividad de la economía nipona como el principal reto que debe afrontar el país en las próximas décadas. La creación junto con otros 11 países de una de las mayores zonas de libre comercio del planeta ha sido el argumento esgrimido por el primer ministro para liberalizar tanto las industrias farmacéuticas y energéticas, como el sector agrícola, uno de los elementos que contribuyen a diezmar la competividad de su economía. La desregularización de sectores, hasta la fecha, híperprotegidos representa una auténtica declaración de guerra que Abe tendrá que ganar durante los próximos meses.
Por lo que se refiere a su intención de reformar la constitución pacifista, aunque nadie duda que Abe es un político con un clara agenda nacionalista, existen numerosos límites que le van a resultar insalvables. Para reformar la constitución no solamente es necesario convencer a los budistas de Komei, su socio de gobierno – en contra de la reforma - sino que debe conseguir una mayoría de dos tercios en ambas cámaras, y celebrar un referéndum en el que el pueblo se exprese mayoritariamente a favor del cambio. Como colofón, cualquier cambio drástico de la constitución va a contar con la enérgica condena de dos de sus principales socios comerciales, China y Corea del Sur.
Por todo ello, a pesar del fuerte liderazgo que ha mantenido desde que ocupó de nuevo el cargo, los intereses velados existentes entre determinados sectores económicos y miembros del partido de Abe, una opinión pública en contra de cambios substanciales en la constitución pacifista, y una mayor (inter)dependencia de Japón en relación a sus vecinos asiáticos, hacen prever una legislatura que será menos estable de lo que la mayoría de asesores han apuntado y con un gobierno menos nacionalista de lo esgrimido.
Lluc López i Vidal es profesor de Relaciones Internacionales y Ciencia Política del Máster de Estudio de China y Japón en el mundo contemporáneo de la Universitad Oberta de Catalunya (UOC)
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