Café militar

Sucede como con el café. Hay muchos tipos de golpes militares. Los hay descafeinados por ejemplo. Pero siguen siendo golpes militares, contemplados bajo esta explícita rúbrica en la sección 508 de la Foreign Assistence Act (FAA) aprobada por el Congreso de los Estados Unidos en 1999: "Ninguno de los fondos asignado o facilitado por esta ley será obligado o gastado para financiar directamente cualquier tipo de ayuda a país alguno cuyo jefe de Gobierno debidamente elegido haya sido depuesto por un golpe militar o por un decreto".
Las explicaciones sobre la destitución de Morsi son muchas y casi todas ellas argumentables. El primer presidente egipcio salido de las urnas hizo todos los méritos para que le echaran, empezando por su ineptitud en la gestión de la economía, siguiendo por su sectarismo islamista y terminando por su nula capacidad como constructor de coaliciones y alianzas. Pero ninguna consigue rebatir que su situación sea la de un jefe de Estado debidamente elegido e ilegalmente destituido.
Otra novedad es que este golpe militar cuenta con un fuerte apoyo social y se produce tras numerosas acusaciones de arbitrariedad y de vulneraciones de la legalidad por parte de Morsi. Los Hermanos Musulmanes han demostrado hasta ahora que tienen un concepto instrumental de la democracia, como mero procedimiento formal, necesario para alcanzar el poder, pero en absoluto vinculado al respeto de las minorías, al equilibrio de poderes y sobre todo a la reversibilidad del poder.
Para que EE UU pueda salvar los 1.500 millones anuales de dólares que destina a Egipto es necesario, por tanto, que se instale un Gobierno salido de las urnas a toda prisa y se reanude, al menos formalmente, el proceso democrático. Pero no basta. La transición egipcia no ha conseguido hasta ahora construir instituciones democráticas. La deposición de un dictador y la celebración de elecciones no ha significado que la política recaiga plenamente bajo el territorio de las leyes sino que continúa perteneciendo al de los hombres, como demuestran tanto el comportamiento de Morsi como el de los militares.
Es el capítulo más difícil de una transición y donde el presidente depuesto ha mostrado su peor rostro, al utilizar su victoria en las urnas y su poder para sí mismo y para los suyos y no para consolidar las instituciones democráticas. Tenía margen para hacerlo, pero le faltaban voluntad y capacidad.
Esta institución tan suelta y poderosa es vital para los intereses de EE UU en la zona y para la seguridad de su aliado inquebrantable que es Israel. Hasta el 2 de julio a Obama se le culpaba por mantener a Morsi y ahora por apoyar a los militares. Además de un golpe a la esperanza democrática, este café fuerte administrado desde los cuarteles es un nuevo revés para la imagen de Barack Obama en el mundo, que se suma a los desperfectos ocasionados entre aliados y amigos por el caso Snowden.
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