La vida, una mina

Todo bajo control. Nada ocurre en el espacio público sin que una cámara obtenga una grabación. Pronto el cielo estará infestado de artefactos voladores teledirigidos que obtendrán imágenes y mandarán información y alarmas. Todo lo que hagamos en los ordenadores o móviles, desde llamadas hasta transmisión de textos, quedará registrado, como ya ocurre con cualquier operación con nuestra tarjeta de crédito, y tal como ya hace con centenares de millones de comunicaciones la NSA (Agencia Nacional de Seguridad) de Estados Unidos.
Hasta aquí, es el Gran Hermano, el ojo universal que todo lo vigila. Si todo queda en eso, ya será mucho, demasiado. Pero hay mucho más. La dificultad para comprender cómo funcionan las cosas en esta nueva era requiere un lenguaje también nuevo, pues hay que describir una realidad distinta, en la que estará bajo control no solo lo que ocurre sino lo que ocurrirá.
Si se trata solo de eso, nos dicen algunos, no hay motivo para la alarma. La privacidad de la comunicación queda a salvo, puesto que su contenido concreto, los datos, no los metadatos, solo pueden desvelarse si hay una orden judicial precisa para cada caso. El problema es que los metadatos, recolectados en cantidades ingentes y sometidos a la inteligencia matemática y probabilística permiten prever lo que va a suceder con amplio margen de acierto, algo de enorme utilidad para muchas actividades, desde el comercio hasta la medicina.
Los datos se convierten así en el mineral de un nuevo negocio, que consiste en extraer valor de su acumulación masiva y de su tratamiento a través de secretos algoritmos matemáticos. Big data es la expresión en inglés que designa la nueva realidad de la información cuando disponemos de ella en grandes dimensiones. Data mining o minería de datos es el negocio que permite explotarlas. Y datafication la conversión de todos los aspectos de nuestras vidas en datos, susceptibles de almacenar y explotar.
¿Aplicaciones prácticas? Las que queramos y podamos imaginar. A través de las consultas a Google se puede localizar y prever muchas cosas, por ejemplo cómo se extiende una epidemia. Hay portales de internet que utilizan esta técnica para buscar los mejores precios en multitud de negocios, sobre todo turísticos. Es posible crear un sistema de alarma que se dispara cuando entra en el coche quien no es conductor habitual gracias a una previa recolección y procesamiento de datos. Sin olvidar el autocompletar de Google que se avanza a nuestras ideas y es un ejemplo, entre muchos otros, que explican Viktor Mayer-Schönberger y Kenneth Curier en Big data. Una revolución que transformará nuestras vida, nuestro trabajo y nuestro pensamiento, un libro del que ofrece un adelanto la revista Foreign Affairs (mayo-junio, 2013).
Edward Snowden viene a recordarnos algo que ya sabíamos respecto a los avances tecnológicos. Llegan a los usos civiles después de nacer y crecer bajo la disciplina militar, con fines bélicos y de espionaje. Más de 500 millones de ciudadanos de todo el mundo han sido ya datificados por la NSA, que amplia sin tregua su mina y está levantando un colosal archivo en el desierto de Utah donde guardar y procesar nuestras fichas. La realización de inferencias a partir de estos datos permitirá localizar personas, prever comportamientos y extender sospechas, dará pie a actuaciones policiales, órdenes judiciales o actuaciones letales de los drones.
También gracias a Snowden nos enteramos de que el Gran Hermano del Gran Dato trabaja en estrecho contacto con las grandes empresas privadas del sector, Google, Facebook, Microsoft, Apple, Yahoo y Skype, suministradores de datos para la mina de los espías, después de recogerlos de todos nosotros, los suministradores primarios e inconscientes de la materia prima. La ironía está en el tortuoso camino que ha tomado el milagro de este peculiar crowdsourcing, o suministro de contenidos por parte del público, paralela e inversa respecto al sueño utópico de una comunicación sin intermediarios.
En efecto, el escándalo actual es la otra cara de Wikileaks, una utopía de la transparencia que abría el acceso de los secretos al ciudadano y le convertía en gestor democrático de la información. Ahora estamos ante una distopía del control absoluto, en la que es la vida incluso íntima de los ciudadanos la que queda sometida al control del gobierno, gracias a la colaboración de unas empresas privadas poco propensas a pagar impuestos y a someterse a la regulación. Todo un éxito del capitalismo. Chino, claro.
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