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Brasil, el país de los 15.007 sindicatos

Políticos y sindicalistas piden una reforma urgente que dote a las centrales de más autonomía y elimine las que son mera fachada

Juan Arias

Brasil cuenta hoy con 15.007 organizaciones sindicales. De ellas, 10.167 de trabajadores y 4.840 patronales. Desde 2005 hasta hoy han surgido 2.050 nuevas organizaciones que siguen creciendo al ritmo de 250 al año.

Habría que preguntarse el por qué de esa proliferación. Wagner Freitas, presidente de la Central Única de los Trabajadores (CUT) lo achaca al privilegio que a los sindicatos le otorgara el expresidente y exsindicalista, Lula da Silva, durante su segundo gobierno, cuando hizo obligatorio que cada trabajador contribuyera a favor del sindicato con un día de salario anual.

Con ello, los sindicatos llegaron a recaudar anualmente la friolera de 2.400 millones de reales (1.300 millones de dólares). La ley les permite además a los sindicatos que puedan usar esa contribución autónomamente, sin tener que rendir cuentas al gobierno. Así, se da el caso de sindicatos que ni actúan, pero existen para recaudar una parte del festín.

Esto hizo que el exministro de Trabajo, Brizola Neto, hiciera en febrero pasado una revisión de los sindicatos suspendiendo a 862 de ellos. Se calcula que existen más de tres mil sindicatos que nunca han llevado a cabo una negociación colectiva, aunque el Ministerio de Trabajo no confirma la cifra y advierte que está haciendo un estudio sobre el tema.

No cabe duda que los sindicatos, han sido de gran ayuda para que los trabajadores consiguieran muchos de los derechos que hoy gozan plenamente. Más aún, mientras en Europa se empiezan a recortar derechos en el ámbito laboral, en Brasil se están ensanchando, como acaba de ocurrir con la equiparación de las trabajadoras de hogar a los otros trabajadores con todos sus derechos y privilegios.

Sin embargo, tanto los políticos como los dirigentes de los grandes sindicatos, concuerdan en la necesidad urgente de una reforma de los sindicatos para que, por una parte, puedan liberarse de esas anomalías y de esos miles de organizaciones sólo de fachada, y al mismo tiempo recuperen mayor autonomía, ya que hoy siguen dependiendo del Ministerio del Trabajo.

No se trata de limitar la libertad sindical. Al revés, como dice el catedrático de la Universidad de São Paulo (USP), Estevão Meller, lo que necesitan hoy los sindicatos brasileños es una mayor libertad de acción. La dependencia de los sindicatos del Gobierno, crea, según él “sindicatos flacos, sin representatividad”. Y recuerda que, en países donde los sindicato gozan de total libertad y autonomía, su número es infinitamente menor, ya que los que no actúan “acaban absorbidos por los más activos”.

Otra de las anomalías de los sindicatos brasileños radica en el hecho de que al llegar al poder el exsindicalista Lula, se llevó a sus principales cuadros al Gobierno. Su primer gabinete estuvo formado, por ejemplo, en un 80% por sindicalistas. Los sindicatos acabaron formando parte activa del tejido del gobierno consiguiendo puestos claves en los entes del Estado, desde Petrobrás a los grandes bancos públicos.

Todo ello hizo que el gobierno se sindicalizara, lo que supuso un empujón considerable a los programas de ayuda social, apoyados y promovidos por los mismos. Al mismo tiempo, al estar comprometidos con el gobierno, perdieran una parte de su fuerza original de controladores del poder convirtiéndose en una parte del mismo.

Se espera que la presidenta Dilma Rousseff, que no mantiene con los sindicatos una relación tan fácil como la que tenía su antecesor, proponga una reforma a fondo de esos miles de organizaciones, muchas de las cuales ni se sabe para que fueron creadas. Y no podemos olvidar que fueron los sindicatos quienes dieron a Brasil como presidente de la república a uno de sus mejores líderes, Lula da Silva.

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