Sorber y soplar
Nadie debe tratar mal a su banquero. Es el principio de Hillary Clinton, enunciado a propósito de las relaciones entre Estados Unidos y China, el mayor tenedor de bonos estadounidenses del mundo. El consejero de Economía y Hacienda catalán, Andreu Mas Colell, que pertenece a la misma escuela pragmática que Hillary, definió bien pronto y claro quien era el banquero de Cataluña: el gobierno de España.
También han olvidado que reúne otras potestades nada desdeñables, además de disponer del líquido que necesitan las arcas agostadas de la Generalitat. En sus manos está la negociación con Bruselas sobre el límite en el déficit público en que puede incurrir España, y de carambola sus comunidades autonómicas, Cataluña entre ellas. También está en sus manos la renegociación del sistema de financiación catalán, que tiene vencimiento este mismo 2013. Incluso las escasas inversiones en infraestructuras que vaya hacer el Estado en Cataluña en esta época de vacas flaquísimas que atravesamos depende también de su buena disposición y voluntad.
Así es como Artur Mas se encuentra comprometido con la ingrata tarea de tener que hacer dos cosas contradictorias: de una parte, hacerse el simpático para poder seguir gobernando y, de la otra, decirle a Rajoy que todo debe conducir al final a un divorcio por las buenas o por las malas. Quiere a la vez la tarjeta de crédito y la carta de libertad.
Para complicarle las cosas, ahí está su socio republicano, Oriol Junqueras, con cuatro eslóganes tan simples como eficaces. Sin expolio fiscal no habría crisis en Cataluña. Con la independencia, todo quedará solucionado. Solo hay un punto para el diálogo, el momento y forma de la consulta para la independencia. Acompañará a cada recorte una enérgica y sonora culpabilización de Rajoy como responsable de la crisis de las finanzas catalanas. Es evidente la dificultad de convencer al banquero con argumentos tan persuasivos y amables.
Artur Mas es un político y negociador proclive al secretismo y la confusión, tal como acreditó en sus pactos de 2006 con Zapatero sobre el nuevo estatuto catalán, a espaldas de Maragall y de Duran i Lleida. De ahí que encaje bien en su personalidad esta última versión que nos proporciona su último encuentro secreto en la Moncloa, en función de la doble tarea que tiene encomendada. De una parte, dialogar con Rajoy para asegurar que la autonomía funcione; de la otra, mantener imperturbable, al menos en apariencia, el camino hacia la consulta, sumando declaraciones, nombramientos, aprobación de leyes improbables e instalación de consejos patrióticos que desbrocen esta ruta larga e incierta, al ritmo en que Rajoy vaya soltando su cuerda.
Cualquier brusquedad gestual puede desbaratar los equilibrios entre la credulidad de unos y de otros sobre los auténticos propósitos de Mas. Se entiende así el método oscurantista elegido para reanudar el diálogo, que permite a cada quien lanzar la interpretación más a su conveniencia. Rajoy ha cedido o le ha parado los pies y Mas se ha rendido o ha cumplido con su compromiso de dialogar con Rajoy sobre la consulta, a escoger a gusto de cada uno. De momento funciona, gracias a la oscuridad, aunque al final no cabe engaño sobre la naturaleza contradictoria de las dos tareas en las que Mas está comprometido. Si hace una, no puede hacer la otra. Solo la penumbra permite crear la ilusión de que soplar y sorber pueda ser.
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