La austeridad frena en seco el sueño del crecimiento de Hollande
La prensa y la izquierda fustigan al presidente por las malas previsiones económicas
François Hollande es un maestro de la retórica. Un lletraferit, un fajador del verbo. Casi nunca dice lo que no quiere decir y muchas veces dice lo que nadie quiere oír en mitad de una frase de aspecto inocente. El sábado, sin ir más lejos, enterró metafóricamente a Nicolas Sarkozy durante la tradicional visita a la Feria de la Agricultura. Un niño le preguntó por su antecesor, y Hollande, sin dudar un segundo y con su mejor sonrisa, soltó: “No le volverás a ver”. La broma, que corrió como la pólvora por las webs y las redes sociales, revela una verdad muy seria. El proyecto político de Hollande es ser presidente durante dos mandatos, durante 10 años. Y quizá por eso, ese mismo día, ni siquiera se inmutó cuando le preguntaron por las recomendaciones de la Comisión Europea y por sus malas previsiones económicas, que obligarán a Francia a hacer nuevos recortes y a tocar las pensiones para mantener el objetivo de déficit del 3% en 2014 y a cambio de recibir 12 meses de gracia de Bruselas.
Con su calma proverbial, Hollande no se salió del guion. Explicó que el objetivo de su Gobierno sigue siendo el mismo, “conseguir el equilibrio de las finanzas públicas al final del quinquenio”, y matizó que las previsiones de la Comisión “tienen en cuenta el parón que se ha producido en Europa, es decir, la recesión”. “Y en ese contexto”, añadió, “Francia va menos mal que otros”.
Viendo la botella medio llena, recordó que Bruselas reconoce que Francia ha hecho “un esfuerzo considerable”, y aseguró que no hará falta añadir más austeridad en 2013 porque “ya se ha pedido mucho a los contribuyentes e incluso a la Administración”. Elegante al recoger, sin decirlo de forma explícita, el guante del año extra concedido el viernes por el comisario de Asuntos Económicos, Olli Rehn, para cumplir con el déficit, Hollande anunció que el “gran esfuerzo” se hará en 2014, cuando habrá que “ahorrar en todos los presupuestos: el del Estado, el de los organismos locales y el de la Seguridad Social (léase pensiones)”.
Una vez lanzado el mensaje que nadie se atreve a dar (¡las pensiones!), el presidente recurrió a la promesa que mejor encarna, a su mantra favorito, a la palabra asociada con su llegada al poder (y a Europa): el crecimiento. “Pero llegaremos más fácilmente [a cumplir con el déficit] si tenemos crecimiento”, dijo. “Y para ello Francia continuará invirtiendo, especialmente a través del Banco Público de Inversiones, de los fondos obtenidos con el aumento de la retención a las libretas de ahorro, y con los fondos de la Caja de Depósitos”.
La realidad, sin embargo, muestra que Hollande ha predicado el final de la austeridad y la llegada del desarrollo, pero de momento ha sido incapaz de corregir un estancamiento que dura ya una década larga. París echa la culpa a Alemania, que se niega a estimular la demanda interna y a reducir la excesiva fortaleza del euro pese a que sus propias cifras son cada vez peores. Pero el caso es que Francia y Europa siguen tan átonas y deprimidas como en mayo pasado, cuando el presidente normal llegó al Elíseo. Y las previsiones de la Comisión no anuncian precisamente champán: París no crecerá más de un 0,1% este año, y el 1,2% en 2014, siete y ocho décimas menos, respectivamente, de lo que esperaba el Gobierno.
Hollande, optimista irredento, cree que podrá desmentir los pronósticos, o al menos sigue diciéndolo, pero ya casi nadie en Francia le ve como el hombre providencia, y mucho menos que sea posible, como prometió hace poco, dar la vuelta a la curva del desempleo al final de 2013. La gran paradoja es que mientras Berlín y Bruselas no se fían de la voluntad reformista y del rigor de Hollande, en casa la izquierda y los sindicatos cada vez le critican con más dureza por lo contrario, y le acusan de seguir a rajatabla los dictados de Angela Merkel y de ser el paladín emboscado de la austeridad.
Ayer, en una entrevista a Le Parisien, el copresidente del Frente de Izquierdas, Jean-Luc Mélenchon, atacó la ausencia de una respuesta del más alto nivel a la ofensiva carta enviada por el presidente de Titan, Maurice Taylor, al ministro de Industria, Arnaud Montebourg, en la que el ultraconservador empresario afirmaba, entre otras donosuras, que no invertirá un dólar en Francia porque “los sindicatos locos y comunistas” y su Gobierno consideran normal “trabajar tres horas al día y parar una para comer”.
Ante un ataque de esa gravedad, dice Mélenchon, “es el primer ministro quien debe dar un paso al frente. Su silencio es desolador”. Pero no solo Jean-Marc Ayrault es culpable de “acariciar a los patrones de las multinacionales” para ser “injuriado a la primera ocasión”. Según el tribuno Mélenchon, también “Hollande bate récords de hipocresía al dar discursos sobre la recuperación mientras organiza la austeridad. De hecho, es el mejor alumno de la clase de la señora Merkel, que ha decidido poner a todo el mundo a faenar”.
¿Paladín del crecimiento o simple mandado de Berlín? Dos mujeres ayudan a resolver la ecuación. Para Alexandrine Bouilhet, columnista económica de Le Figaro, la situación actual de Francia se parece mucho a la de las últimas décadas. Bruselas y Berlín han dado a París “el mismo trato de favor que recibe desde hace decenios”, aunque esto implique que Bruselas “pierde un poco más su credibilidad”. La razón: “Francia es la segunda economía de la zona euro, y en periodos de crisis, es un país tan sistémico como un gran banco”. Según Bouilhet, “si llama demasiado la atención sobre nuestras debilidades económicas, Bruselas podría enloquecer a los mercados. Y esto pondría en peligro a toda la zona euro, incluida Alemania, que sabe que no le interesa señalar con pintura roja a su vecino”.
No menos aguda, Françoise Fressoz, editorialista y bloguera en Le Monde, ha escrito que, en realidad, la paradoja de Hollande es la misma que vivió Sarkozy. “La enfermedad francesa es esta: el rigor esconde su nombre, parece una enfermedad vergonzosa. El resultado es que, cada vez más, las reformas parecen también vergonzosas, y además impuestas desde el exterior”.
Pero Francia, añade Fressoz, “practica el rigor. Desde que fue elegido, Hollande sueña con ser el Señor Crecimiento de Europa. Se bate contra la austeridad sin fin, se pone del lado de los países sufridores, resiste como puede en la escena europea la lija de Angela Merkel y David Cameron. Pero los hechos son testarudos. Y a medida que pasan los meses, más aprieta las tuercas el Gobierno, recortando los gastos, reduciendo el tren de vida de los organismos locales, atacando al Estado providencia. Pensiones, prestación de paro, exenciones a las familias, todo pasa, y detrás, está la mano invisible de Bruselas”.
La conclusión es una broma, aunque es dudoso que le guste a Hollande: “Extraña concepción de la soberanía nacional, que refleja la incapacidad francesa de ver la realidad de frente, de pensar a largo plazo y de construir la unidad en torno de la recuperación. (…) Solo queda un camino escarpado que no dice su nombre. ¿El rigor? ¡No, eso jamás!”.
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