¿Quién será el sucesor de Benedicto XVI?
Un sin fin de imponderables actúan en una de las elecciones más anacrónicas y misteriosas
Si cada cónclave de la Iglesia para suceder a un Papa es un enigma, esta vez, tras la renuncia voluntaria de Benedicto XVI, lo es doblemente. En circunstancias normales, generalmente hasta los mayores analistas de cuestiones romanas, conocidos como vaticanistas, se han equivocado siempre en sus pronósticos y profecías. Hasta el punto que se pensó en hacer un trabajo de investigación histórica sobre la dificultad de acertar en la elección de un Papa.
Un sin fin de imponderables entran en juego en una de las elecciones más anacrónicas y revestida de silencios y misterios. El mismo Benedicto XVI, que acaba de renunciar a su cargo, impidió en el cónclave en el que saldría elegido, que los cardenales que deberían elegir al sucesor de Pedro, diesen entrevistas a los periodistas. Ahora, en el cónclave que tendrá lugar en marzo próximo y que ha pillado por sorpresa a la Iglesia y a los cardenales que deberán elegir el sucesor del Papa Ratzinger, la dificultad será aún mayor si cabe. Va a tener lugar, además, esta elección, no sólo con el antecesor vivo, algo inédito en la historia de los cónclaves, sino en el momento en el que el Vaticano y los hombres más cercanos al Papa se han visto últimamente envueltos en escándalos de varios tipos.
La Iglesia se encuentra además en un momento en el que el islamismo avanza en Asia y África, como los evangélicos en América Latina, considerada la reserva espiritual del catolicismo, mientras la cristiana Europa se seculariza. A ello hay que añadir que el nuevo Papa se encontrará teniendo que lidiar con un mundo en profunda crisis económica y política, con una Europa desorientada y frustrada, con Asia en ebullición y con desafíos enormes que la ciencia y la tecnología imponen a nuestra civilización, empezando por la reciente creación del hombre biónico con todas las consecuencias que ello y la manipulación genética van a comportar.
El nuevo Papa tendrá que lidiar con un mundo en profunda crisis económica y política
El mundo está en profunda transformación, en pleno metabolismo, mientras que la Iglesia hasta ayer, hasta el gesto de ruptura de Benedicto XVI, continúa anclada en el pasado como si la modernidad no hubiese aterrizado ya hace tiempo en nuestro planeta. A todo esto la Iglesia deberá pensar a la hora de elegir al sucesor de Pedro en momentos tan cruciales para la fe como para la laicidad. Es pronto para nombrar posibles papables. Como ya he escrito en varios de los cónclaves anteriores sobre los que me tocó informar en este mismo diario, la discusión sobre si sería mejor un Papa latinoamericano o africano o asiático o de nuevo europeo y más concretamente, italiano, tiene poco sentido. Ello, porque lo importante es que el sucesor de Benedicto XVI sea un Papa capaz de entender y afrontar que el mundo está cambiando rápidamente y que de nada le servirá a la Iglesia continuar levantado muros para impedir que le lleguen los gritos de cambio llegados desde buena parte de la misma cristianidad.
De poco serviría que el Papa fuera brasileño o argentino o mexicano si fuera elegido algunos de los cardenales de esos países muchas veces más retrógrados e intransigentes con el paso de los tiempos que cualquier europeo. O que sea elegido un cardenal africano si es en realidad más europeo que los mismos europeos. He conocido cardenales africanos que casi se avergonzaban de serlo. Lo importante no es ni el color de la piel, ni la nacionalidad, ni lo exótico del nuevo Papa. Lo que debería contar es que sea un Papa capaz de comprender el mundo en que vivimos. Se plantean en este sentido dos posibilidades. La primera es que pueda realizarse la teoría del libro El poder del hábito, de Charles Duhigg, un best seller en los Estados Unidos. Es decir, que pueda darse al igual que ocurre cuando cambiamos un hábito arraigado en nuestra vida que puede acabar cambiándola radicalmente, también ese hecho nuevo de la renuncia del Papa pueda llevar a la Iglesia a una revisión a fondo de su comportamiento actual. Podría, ese gesto innovador y para la propia sorpresa del Papa, producir un movimiento sísmico que remueva varias fichas hasta conducir a una verdadera novedad en el próximo cónclave.
La otra posibilidad, menos halagueña y quizás más real es que, al revés, este gesto acabe convenciendo a los cardenales, de que la Iglesia debe cerrar sus filas frente a lo que considera una cruzada de agnosticismo y ateísmo en el mundo y acabe buscando, como cuando fue elegido Benedicto XVI, un candidato a la sede de Pedro, que se enfrente de nuevo con el mundo moderno y levante la bandera de la reconquista de la fe, según los cánones perdedores del pasado. Pronto lo sabremos.
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