La transición se marchita en Túnez
El asesinato de un líder de izquierdas sacude a un país agobiado por los choques entre sectores laicos e islamistas en la Asamblea Constituyente y en la calle
La formación de un Gobierno de tecnócratas en Túnez, anunciada por el primer ministro, Hamadi Jebali, puede suponer un receso en el creciente enfrentamiento entre islamistas y laicos, pero la sociedad tunecina tiende inexorablemente a polarizarse entre dos fuerzas antagónicas.
El proceso es similar al que vive Egipto. Si en este país la corriente islamista —los Hermanos Musulmanes y los salafistas— es mayoritaria excepto, acaso, en las grandes ciudades como El Cairo, en Túnez ambas fuerzas están bastante equilibradas. De ahí que el futuro del país descrito a veces como el laboratorio de la democracia en el mundo árabe sea una incógnita.
El asesinato, el miércoles, del político izquierdista Chokri Belaid ante su casa en Túnez ha aguijoneado y obligado a cerrar filas al conjunto de partidos laicos, que cuentan con el respaldo de la Unión General de Trabajadores Tunecinos (UGTT), el sindicato más poderoso de todo el norte de África. Tiene medio millón de afiliados.
Con motivo del sepelio, el viernes, de Belaid, los laicos hicieron una demostración de fuerza manifestándose y paralizando el país mediante una huelga general de 24 horas convocada por la UGTT, la primera en 35 años. Los eslóganes más coreados fueron aquellos que pedían la “caída del régimen”, es decir, la dimisión del Gobierno.
A partir de ahora los islamistas darán la réplica a los laicos. Las juventudes de Ennahda, el partido islamista que logró el 40% de los escaños en las elecciones posrevolucionarias, protagonizaron ayer una manifestación en defensa de “la legitimidad” del poder, que ostenta su formación, y contra “la injerencia francesa”.
Los barbudos más radicales intentaron también dar su propia respuesta a los laicos. Najib Chebbi, líder del Partido Demócrata Progresista, fue atacado el viernes a su regreso del entierro por una decena de jóvenes que le gritaban “¡Enemigo de Dios!” mientras intentaban forzar la puerta de su vehículo.
A Chebbi le acompañaban algunos miembros de la guardia presidencial, que el jefe del Estado, Moncef Marzuki, había considerado necesario poner a su disposición por razones de seguridad. Repelieron la agresión.
Los dos bloques que se enfrentan en Túnez no son homogéneos. Entre los laicos figuran, por ejemplo, los socialdemócratas de Ettakatol. Aunque comparten los postulados progresistas siguen siendo el socio minoritario de un Gobierno mayoritariamente islamista que encabeza Jebali.
Entre los islamistas, Jebali, número dos de Ennahda, es un moderado que para aplacar a los laicos anunció, el miércoles por la noche, su intención de formar un nuevo Ejecutivo con tecnócratas independientes. Su iniciativa fue rechazada por los 89 diputados de su partido y por los ultras radicales de Ansar Sharía (Partidarios de la sharía), que le pidieron que “no retroceda” ante sus adversarios “impíos”. Jebali lanzó ayer un órdago a su partido al anunciar, en una entrevista en France 24, que dimitirá si no se acepta el Ejecutivo tecnócrata que propuso para “salvar al país del caos”.
Aunque en sus orígenes la revolución tunecina fue un movimiento espontáneo de jóvenes, rápidamente se sumaron a ella los partidos democráticos de oposición, los tolerados y los ilegales, y los islamistas. En los días previos a la caída del dictador Ben Ali, el 14 de enero de 2011, estos últimos fueron sin embargo discretos.
Tras las elecciones de octubre de ese año se formó la Asamblea Constituyente y se acordó un Gobierno tripartito encabezado por el islamista Jebali y en el que la mitad de las carteras está en manos de Ennahda.
Las divergencias no tardaron en aflorar cuando empezaron a redactar la Ley Fundamental. El papel de la religión, el de la mujer —los islamistas estaban empeñados en que fuera solo “complementaria” del hombre y no su álter ego— provocaron los primeros choques entre Ennahda y los laicos, que, en general, acabaron imponiéndose.
Más graves que los enfrentamientos en el hemiciclo fueron los que se desarrollaron en la calle poco después de las elecciones. “Al principio desconocidos, siempre los mismos, saqueaban los cines y las exposiciones”, recuerda Emna Turki en su columna de la web informativa Kapitalis. “El Gobierno no movió un dedo” para parar a los salafistas.
“Esos bandidos se consideraron intocables y dieron un paso más atacando los mítines de los partidos de la oposición y saqueando los mausoleos” de los santones musulmanes sufíes, prosigue la columnista. “El Gobierno siguió sin mover un dedo. Entonces esos malhechores supieron que eran ellos los que hacían la ley (…)”. “Subieron de nuevo el listón: empezaron las agresiones físicas” a personalidades laicas.
Hace cinco meses hubo un primer muerto, Lofti Nagdh, coordinador en Tataouine, la llamada puerta del desierto, de Nidá Tunis (Llamamiento tunecino), el partido que acababa de fundar Beji Caied Essebsi, el primer ministro de la transición. Nagdh fue linchado en la calle por unos exaltados que aún no han sido detenidos.
A veces el Ministerio del Interior sí actúa, pero los islamistas le piden entonces clemencia. Salafistas y dirigentes de Ennahda han pedido al unísono la puesta en libertad de algunos de los detenidos durante el frustrado asalto, en septiembre, a la Embajada de EE UU en Túnez. Hubo entonces cuatro muertos.
La muerte de Nagdh no fue planificada; la de Belaid, el miércoles, sí. El asesino le esperaba para dispararle en la puerta de su casa. Después se subió a la moto con la que, conducida por un cómplice, se dio a la fuga. De ahí que el atentado contra este luchador por las libertades en el Túnez de la dictadura sea la tragedia más grave de la corta andadura democrática del país.
La violencia es, ante todo, obra de los salafistas, a los que Ennahda, que comparte ideología con los Hermanos Musulmanes egipcios o sirios, considera como “hijos descarriados”. Pero, a la hora de dar palos, estos comparten protagonismo con la Liga de Protección de la Revolución (LPR), acusada por los laicos de ser “la milicia de matones de Ennahda”.
“El Gobierno no ha sido lo suficientemente contundente con estos grupos”, se lamentaba Allani Alaya, profesor de la Universidad de Manuba. Ha dejado que se cree un caldo de cultivo propenso a la violencia. Para desactivarlo, debería empezar por disolver a la LPR.
Hasta ahora solo cabía la posibilidad de convocar nuevas elecciones en Túnez una vez terminada la redacción de la Constitución, pero el auge de la tensión abre la vía a su celebración sin que haya sido aprobada la primera Ley Fundamental democrática.
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