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Pastel de cumpleaños

Lluís Bassets

El Rey tiene pocas cosas que contarnos. Y las pocas que tiene que contarnos nos las cuenta con tantas cautelas y sobrentendidos que apenas nos enteramos. El periodista que le entrevista, uno de los dos únicos conciudadanos suyos que le han entrevistado en sus 75 años, tampoco tiene mucho que preguntar: ¿cómo se siente?, ¿cómo definiría su ayer, su hoy y su mañana?, ¿de qué se sentiría más orgulloso?,... Y todo por el estilo. Es tanta la deferencia, tantos los cabeceos de asentimiento, que apenas hay una palabra que pueda suscitar atención en un intercambio tan inane. Obligadamente, el espectador se entretiene en los detalles. Del despacho donde se celebra, de los rostros y gestos, del tratamiento que se dispensan uno al otro. La sotabarba del Monarca, por ejemplo. La sensación de fatiga, de ahogo casi, que hay en su expresión ansiosa. Esa distancia pronominal borbónica, falsamente campechana, auténticamente regia, entre el tuteo y su majestad, incomprensible para el sentido democrático de las nuevas generaciones.

Más difícil de soslayar es que un Monarca de tanto protagonismo histórico mantenga una actitud tan extraña respecto a la crisis que afecta al sistema político e institucional español, en un momento en que muchos dan por liquidado el consenso constitucional mínimo para seguir adelante juntos. Sus medidas y escasas palabras sobre la falta de vertebración del Estado han sido entendidas como inhibición casi cobarde por la derecha nacionalista española y como intromisión inaceptable por el soberanismo catalán. Ahí sufre especialmente el Rey de la irresponsabilidad política que le otorga la Constitución, de forma que cualquier cosa que diga debe contar, y a efectos prácticos cuenta, como avalado por el Gobierno de turno, aunque luego pese sobre su prestigio e imagen.

Nada nuevo que contar sobre sí mismo y su familia, nada nuevo que contar sobre España. Todo lo otro, sobre la transición, la generación de la libertad, las bondades de su padre y de su hijo, ya lo sabíamos los que lo sabíamos. Los que no lo sabían, esas generaciones jóvenes que no votaron la Constitución ni saben nada del 23-F, estaban esperando, si acaso esperaban algo, que se les hablara del presente y del futuro y no de las batallitas estupendas de esta democracia única que nos hemos dado.

El Rey celebrado en la entrevista y en las opiniones de sus compañeros de cohorte generacional es el que empezó a ganarse el puesto y el sustento hace cuatro décadas con notable éxito. Dicha función no le corresponde al Monarca venerable y bonachón que respondía a las preguntas de su cumpleaños, con pretensiones de reivindicar su balance, mantenerse en el cargo y, en una circunstancia bastante difícil, sostener la posición con todo el tacto del mundo para no meter la pata. Todo ello es legítimo, pero muy insuficiente. Con este espíritu defensivo no se garantiza el futuro.

La Monarquía constitucional es un instrumento institucional al servicio de la democracia, responsabilidad directa, por tanto, del Gobierno surgido de las urnas. Saben los reyes que deben huir de los consejos y adulaciones de los monárquicos. Basta con leer y analizar las glosas y ditirambos de la prensa más proclive al culto monárquico para percibir que entre unos y otros le han servido al Rey un auténtico pastel de aniversario en el peor momento posible.

Comentarios

Bien es cierto que la entrevista del viernes se nos antojo un poco escasa, y los temas verdaderamente importante no se trataron. Tmabién pienso que de nada sirve tocar temas escabrosos o de morbo público, el Rey quiso mandar un mensaje al pais de aliento y optimismo de cara al futuro y así hay que recibirlo
Nuevos refranes: a palabras regias, oídos sordos. Por no hablar de las del vasallo.
En una palabra, que tenemos un Rey que pretende vivir de las rentas, que nos anuncia que se queda, aunque la monarquía lleve muletas y esté que se caiga, que nos dice que hay recambio pero no hay ganas de cambio. No sé, suena más a tirano que a rey, sinceramente, un tirano sin poder, eso sí.
Este Rey pudo ser el que necesitáramos hace 37 años, pudo ser el adecuado hace cuatro décadas, pero es más que evidente que hoy no encaja, ni en la forma ni en el fondo. Felipe es un melón cerrado, pero melón, al fin, y cuanto más tiempo pase sin abrir más fácil será que se pase, en el supuesto de que se siga queriendo melón y no sandía. Este de hoy es un Rey de cartón piedra, un Rey que pretende ser cercano pero que recuerda a un animal amaestrado, de esos que se utilizan en los safaris documentales para mostrarnos la naturaleza salvaje.
Y de todos modos, ¿qué buen periodista, digno de tal nombre, se ofrece para tal cambalache? Pues el que no lo es, ni bueno ni periodista. Que sí, que lo pudo ser, como pudo ser buen rey un rey, pero ya no lo es. Estos dos artistas de la pista central han puesto una guinda pocha a sus respectivas carreras.
Un artículo un poco anodino Sr. Bassets; ¡casi parece escrito por un Borbon¡
Un Jefe de Estado sin jefatura y con cada vez menos Estado, qué se puede esperar de él. Sería creíble si denunciara la injusticia con palabras grave, no con palabras vanas pregrabadas ante un busto previamente domesticado. Un Jefe de Estado de verdad habría dado, hace ya mucho, un puñetazo en la mesa.
España no tiene Jefe de Estado. No el que se merece. La entrevista, si es que se puede llamar así al esperpento carpetovetónico que interpretaron el mal Señor y el mal vasallo, es el mejor testimonio del grado de infantilismo con que se manejan quienes nos gobiernan. Juntos, podemos, afirmó el monarca. Solo le faltó tintarse para la ocasión y presentarse como el rey Baltasar Obama.
España necesita un rey. Pero España sin Cataluña y sin el país vasco, no.
El Rey actual que tenemos es muy distinto de aquél que vimos en la transición. Actualmente no es más que un alto diplomatico con funciones limitadas y algunas casi protocolarias. En cierto modo, normal, dada la historia de la monarquia española del XIX y el XX.El problema es que esa institucion sufre mucho su asimilación por el Estado. Al final nos parece vacua y débil, atacada del mismo modo por la venalidad que vemos entre politicos y arribistas.
Yo por ejemplo, admiro el sentido de Estado republicano que tiene Giorgio Napolitano. Por tener un jefe de Estado como ése los españoles ya nos daríamos con un canto en los dientes. Sin embargo, nos falta el tacto y el respeto tácito para elegirlo sin caer en el frentismo actual. Nos falta más cultura de democracia , diálogo ciudadano y una profunda renovación política (transparencia de los partidos) lo cual solo puede suceder por clamor popular y un compromiso politico real.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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