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Columna
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Europa aún vota por Obama

La política exterior europea, a pesar de su dudosa existencia, tiene amplias zonas de divergencia con Mitt Romney

Lluís Bassets

El árbol da menos sombra y la sombra que da se desplaza y nos alcanza cada vez menos. Esto es lo que ha sucedido con los Estados Unidos de América, la superpotencia única, ahora desafiada por el mundo emergente, y también sucede con quien la encarna, su presidente. La idea de que en la elección presidencial se juega el destino del planeta, y en concreto el de los europeos, llega muy matizada y casi desvanecida a la cita del próximo 6 de noviembre en que los votantes deberán elegir entre Barack Obama y Mitt Romney. Pierde fuerza un viejo deseo de ciertos europeos, situado entre la chanza y el ensueño, sobre su participación ideal en la única elección que verdaderamente cuenta para sus vidas.

El árbol da menos sombra porque el mundo es multipolar. Desde la Casa Blanca es más difícil la imposición unilateral, desgastada gracias a la presidencia de George W. Bush y a sus tres guerras, Irak, Afganistán y la global contra el terror que las envolvía a todas. En nada se puede avanzar sin contar con el nuevo reparto de poder en el mundo, que ha dado cartas, geoeconómicas sobre todo, a los países emergentes. El presidente estadounidense todavía es el número uno pero ya no es el único líder que cuenta.

La sombra se ha desplazado. El eje de rotación que estuvo en Europa durante la guerra fría se está dirigiendo desde Oriente Próximo hacia Asia. Los sólidos lazos transatlánticos, renovados una y otra vez con promesas de indisolubilidad, se aflojan a ojos vista. EE UU y Europa han ido incluso con el paso cambiado en las políticas económicas para salir de la crisis: de estímulo allí y de austeridad a rajatabla en Europa; algo que seguirá, pero invertido, si gana Romney y en Alemania la gran coalición corrige el rigor actual de Angela Merkel.

Europa recibió en apoteosis a Obama en 2008 y según las encuestas sigue manteniendo su apoyo al actual presidente, a pesar de los abundantes motivos para la decepción. La mayor de todas, las continuidades con Bush. “Obama ha sido más efectivo que Bush en aplicar la agenda de este último”, han señalado Martin Indyk, Kenneth Liberthal y Michael O'Hanlon en un informe de Brookings Institution. En este capítulo se incluye el uso de los drones para liquidar terroristas, la eliminación de Bin Laden y, por supuesto, el incumplimiento de su promesa de cerrar Guantánamo. Pero en las relaciones multilaterales pesan más los fracasos en la negociación sobre cambio climático y en la resolución del conflicto entre Israel y Palestina.

La popularidad que tuvo Obama en el mundo a su llegada se ha perdido del todo, a excepción de Europa. En junio un 71% de los europeos encuestados por el German Marshall Fund aprobaban al presidente Obama, 12 puntos por debajo de los niveles extraordinarios de apoyo que recibía en idéntica encuesta en 2009; mientras que solo el 23% tenían buena opinión de Romney. Una encuesta más reciente de la televisión alemana ARD señala que el 86% de los europeos votarían por Obama frente a solo un 7% por Romney.

Mucho entusiasmo, pero poco en juego. Europa ha estado ausente de los debates electorales sobre el mundo exterior, aunque no cabe decir ahora que no es un problema. La crisis fiscal europea, que lo es, no ha merecido la atención de los candidatos, si no es para mencionar de pasada los malos ejemplos de endeudamiento y déficit públicos. Las escasas divergencias entre Obama y Romney solo rozan a Europa desde la periferia. El republicano quiere endurecer sus relaciones con Rusia, después del reset de Obama. También ha especulado con la recuperación del escudo antimisiles de Bush, que debía contar con instalaciones en Polonia y República Checa. O con la revocación del tratado START de limitación de misiles nucleares.

Nada bueno puede albergar un candidato que sitúa al Moscú de Vladímir Putin como el “enemigo geopolítico número 1”, cuando los europeos, con Polonia a la cabeza, quieren evitar precisamente el antagonismo y el regreso a una versión mitigada de la guerra fría. Hay más diferencias, aunque pueden diluirse una vez alcanzado el poder. Romney, por ejemplo, quiere gastar mucho más en defensa (2.5 billones de dólares más que Obama en diez años) pero también que los europeos nos rasquemos más el bolsillo para la OTAN.

La política exterior europea, a pesar de su dudosa existencia, tiene amplias zonas de divergencia con un candidato como Romney. No hay duda de que el candidato republicano es más duro y unilateralista que Obama. No cree que el cambio climático sea producto de la actividad humana, quiere recuperar la tortura legal de Bush, mantener Guantánamo o revisar la retirada de Afganistán, cuestiones que suscitan todas ellas recelos o incluso la directa oposición de los europeos. Con el matiz de que en el debate televisado de este lunes consiguió moderar su imagen y hacerse creíble como un presidente tranquilo y un comandante en jefe preparado para enfrentarse a los peligros del mundo. Es una modulación de sus iniciales propósitos electorales que puede proseguir en caso de alcanzar la Casa Blanca.

Europa todavía vota por Obama, pero si gana Romney los europeos nos quedaremos tan anchos. Las elecciones americanas ya no son lo que eran. Los europeos estamos ensimismados en nuestras crisis. Pocos piensan en el refrán que condujo al lamentable viraje geoestratégico que llevó a Aznar a la guerra de Irak: quien a buen árbol se arrima buena sombra le cobija. Pero tampoco tenemos un árbol propio que nos dé la buena sombra imprescindible en el mundo global.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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