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La sombra de Boris Johnson deja a David Cameron en tinieblas

El ascenso del alcalde de Londres cuestiona el futuro del primer ministro y acapara el congreso ‘tory’

El legado de los Juegos Olímpicos no es ni el provinciano patriotismo que durante todo el verano ha saturado Londres de banderas británicas, ni el saludable objetivo de promover el deporte entre los jóvenes, ni el espaldarazo que ha recibido la amplia comunidad de ciudadanos que sufren discapacidades, ni el impulso de regeneración del deprimido East End londinense. El principal legado de los Juegos es Boris Johnson, alcalde de Londres, que se ha catapultado como el político más popular del país y como una seria amenaza para el primer ministro, David Cameron, y que acapara la atención del congreso de otoño del Partido Conservador que empezó el domingo en Birmingham.

A la emergencia de Johnson, hasta hace poco considerado un político carismático pero sin la seriedad suficiente para ser carne de primer ministro, se ha unido al espaldarazo político alcanzado la semana pasada por el líder laborista, Ed Miliband, que con un alabado discurso a las bases laboristas ha despejado muchas de las dudas que existían en torno a su capacidad personal como líder de la oposición y potencial primer ministro. El laborismo lidera con una respetable ventaja de entre 10 y 13 puntos los sondeos electorales y empieza a acariciar la idea de un retorno al poder en los comicios de 2015. Las dudas sobre Miliband parecían uno de los principales obstáculos para ese retorno.

La presencia de esas dos figuras en la política británica es una muy mala noticia para Cameron, cuyo carisma personal parece haberse evaporado tras dos años y medio en Downing Street marcados por los recortes y el retorno de la economía británica a la recesión. Los sondeos también señalan que la ventaja laborista desaparecería si el líder conservador fuera Johnson.

La posibilidad de que Boris, como se le conoce, dé un golpe de mano contra el líder conservador ha sido siempre considerada mera política-ficción. Pero ahora se está convirtiendo en algo creíble. El martes intervendrá en el congreso conservador para hablar del éxito olímpico. Una intervención que ha puesto de los nervios a Downing Street y que permitirá calibrar hasta qué punto es una amenaza real para el primer ministro.

Su éxito se debe a tres factores combinados: su irresistible personalidad, la falta de carisma tanto del primer ministro como, al menos hasta hace unos días, del líder de la oposición, y a la impopularidad del Gobierno de coalición tanto entre la opinión pública como en el Partido Conservador y en especial su ala derecha. No está claro que Johnson esté realmente a la derecha de Cameron, pero se ha convertido en lo que esa fracción del partido no tenía: una alternativa al primer ministro.

Nada de todo eso significa que Cameron esté a las puertas del abismo. Quedan dos años y medio para las elecciones generales y tiene tiempo para recuperar el pulso del partido y del Gobierno. Pero ahora ha de lidiar con la amenaza de un rival que hace unos meses era considerado un político ocurrente, imprevisible, pero en el fondo inofensivo. Ahora, Boris es para Cameron lo que Gordon Brown era para Tony Blair, aunque ese paralelismo no tiene más puntos en común que la rivalidad entre dos políticos de un mismo partido.

Boris no se cansa de asegurar que no aspira a ser primer ministro. “Todos los que han estudiado la política británica saben que mis posibilidades reales de convertirme en primer ministro son solo ligeramente superiores a las que tengo de ser decapitado por un Frisbee, cegado por un tapón de champán, encerrado en un frigorífico estropeado o reencarnarme en una aceituna”, respondió antes del verano cuando le preguntaron por ello en un coloquio.

Ese gusto por la ironía, más bien sarcasmo, en la que deja siempre el regusto de una educación elitista pero también ese rasgo tan británico de la autoflagelación intelectual, es una de sus grandes armas políticas. Nadie sabe muy bien lo que piensa Boris Johnson sobre nada, pero todos saben que será capaz de salir de las situaciones más comprometidas con buen humor y riéndose de si mismo. Ocurrió este verano, en plena fiebre olímpica: cuando se quedó atrapado en el aire mientras descendía colgado de un cable para promocionar la instalación de una pantalla gigante en un parque del Este de Londres para seguir los Juegos. Allí estaba él, ridículamente colgado apenas a unos metros del suelo, con traje y corbata, pero lo que hubiera hundido a cualquier político le convirtió a él en el héroe del día.

Pese a elogiar al primer ministro cada vez que puede, Johnson se ha sentido lo bastante fuerte como para marcar distancias con Cameron tras la reciente remodelación de Gobierno, criticando de forma directa el cambio de posición del primer ministro, aparentemente favorable ahora a ampliar con una tercera pista el aeropuerto de Heathrow. Es un tema muy controvertido en el que Boris defiende la alternativa de levantar un nuevo aeropuerto en el estuario del Támesis. Boris se ha desmarcado también en otros asuntos, como la extradición a Estados Unidos, consumada la semana pasada, de un sospechoso de terrorismo que se ha pasado ocho años en prisión preventiva sin cargos, Babar Ahmad. Johnson defendía que se le acusara y juzgara en Reino Unido, como pedía Ahmad.

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