“Me aterroriza que esto se extienda y vuelva a ocurrir en otros países”
Una superviviente de Utoya revive tras el juicio el horror de la matanza
Para las víctimas ha sido muy importante que durante el proceso contra Anders Behring Breivik no se diera un solo paso en falso que pudiera generar dudas graves y dejar la herida abierta. Por eso consideran fundamental que el veredicto del tribunal haya sido unánime. “Es lo que esperábamos y queríamos, lo hace más sólido y más difícil de recurrir”, ha dicho en el vestíbulo de los juzgados Christin Bjelland, del Grupo Nacional de Apoyo a las Víctimas del 22 de julio, poco después de la lectura del veredicto.
Pero lo esencial será asegurarse de que nunca más se topan con el perpetrador (gjerningsmannen, en noruego), que es como muchos aquí le denominan para no pronunciar su nombre. Los afectados confían en que, una vez cumplida la pena, sea considerado un peligro para la sociedad y acabe su vida entre rejas. Dentro de 21 años, Breivik tendrá 54 y la mayoría de los que sobrevivieron en Utoya rondarán los 40.
Caroline Svendsen tendrá exactamente 40 porque ahora tiene 19. Esta estudiante de instituto ha sido una de las excepciones este viernes por dos motivos: porque sigue pensando que el asesino está loco y porque aceptó dar entrevistas. La mayoría de las víctimas que han acudido a los juzgados de Oslo a escuchar el veredicto se han escudado tras unas pegatinas bien visibles en sus acreditaciones de familiar: “Entrevistas no, por favor”. Otros familiares lo han seguido desde salas contiguas lejos de la vista de la prensa y las autoridades han colocado pantallas en juzgados de todo el país para los parientes. Bjelland ha agradecido que el proceso judicial se haya desarrollado con respeto a la dignidad de las víctimas, y se hayan establecido claramente los hechos.
Svendsen no lo cuenta con la precisión de la sentencia, sino en crudo. “Creo que la gente debe oír lo que pasó y cómo lo experimentamos nosotros. No cómo lo cuentan los jueces. Que la gente sepa cómo es de horrible. Eso lo sabemos las víctimas. Los que lo vivieron”. Rubia platino, con gafas de pasta negras, bonita, con una elegante camisa blanca y vaqueros estrechos. Era su segundo verano en la isla de Utoya, en el campamento veraniego de las juventudes laboristas. “Alguien gritó: ‘Están disparando!’. Y pensé, ¡menuda broma más pesada! Corrí y… descubrí un montón de cadáveres. Y pensé, sí, alguien nos quiere matar”.
En su huida se ha topado con el asesino, que vestía un uniforme de policía que se había confeccionado él mismo. “Le vi y pensé: Estamos seguros, es nuestro héroe… pero disparó a dos chicas sentadas a mi lado”. Logró salir de allí viva, sin heridas “físicas”, precisa ella, y con unas pesadillas y una incapacidad de concentrarse que le han hecho perder el curso escolar. Lo cuenta con una conmovedora entereza. “Creo que está loco porque para matar así a 77 personas, para causar tanto daño a tantos, tienes que estar loco. Y cómo se comporta lo confirma, incluso su abogada estaba casi llorando ¡y él estaba allí impasible!”.
¿Le preocupan sus ideas xenófobas, racistas, totalitarias? “Sí, vemos que muchos las comparten en Grecia con ese partido [Aurora Dorada], en Reino Unido… es realmente aterrador. ¡El mundo es tan pequeño! Tengo miedo de que esto se extienda. Que vuelva a ocurrir no en Noruega, nosotros ya hemos tenido nuestra parte, sino en Grecia, en Gran Bretaña, en España. Ocurre en situaciones económicas difíciles. Lo vimos en los años treinta. Es realmente muy aterrador. No quiero que mi peor enemigo pase por esto. Ni siquiera él”.
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