¿Desde la guerra civil?
Ferran Adrià piensa que no estábamos tan mal desde al guerra civil. Se lo dice a Agustí Fancelli en una entrevista sobre la nueva vida del chef desde que dejó El Bulli, hace un año. Adrià no se va de vacaciones porque dice que si las hiciera no se sentiría a gusto consigo mismo precisamente por lo mal que están las cosas.
Adrià es un caso muy raro. En este país casi todos se han ido de vacaciones, sin importarles un rábano la prima de riesgo, el rescate o los impagos del gobierno catalán. Muchos de los que profesionalmente se dedican a decir cosas enormes, los tertulianos por ejemplo, ya se han ido hace muchos días. Los más viejos del lugar recuerdan lo que les contaban sus madres: también en julio de 1936 la gente del Ensanche y del barrio de Salamanca se habían ido de vacaciones.
Estadísticas relevantes en mano sobre demografía, mortalidad, salud, vivienda y educación, no digamos ya sobre PIB, bienestar, pobreza, y cien mil cosas más todas ellas relevantes como libertades públicas, sistema político o integración europea, es difícilmente sostenible que estemos tan mal como en la guerra civil. Excuso decir que entonces se mataba y se moría con una facilidad que hoy solo se puede encontrar precisamente allí donde hay guerra civil, en Siria por ejemplo. Y si la comparación es la derrota naval frente a Estados Unidos todavía es más difícil encontrar referencias parangonables.
Y sin embargo, a mí me parece que hay algo muy acertado en la frase de Adrià y un grado de acierto mayor que cualquier otra comparación. Hay algo en lo que estamos tan mal como en 1939 y en todo caso peor que en 1975, a la muerte de Franco, cuando efectivamente estábamos desde todos los puntos de vista mucho peor que ahora. En 1939, como ahora, no sabemos a dónde vamos. Desconocemos el horizonte que muy pronto se va a abrir ante nuestros ojos si es que esta crisis que estamos sufriendo no es ya este horizonte que se instala definitivamente como la normalidad a pesar de nuestra sensación de provisionalidad.
En la transición sabíamos que íbamos a ir a mejor. Conocíamos las referencias a las que nos queríamos acercar. Teníamos delante una pista de aterrizaje, que se llamaba Europa. Ahora nos encontramos como hace 70 años, en un momento de transformación global que extiende sus interrogantes hasta nuestras vidas particulares y no digamos al cojunto de la vida pública y de sus instituciones.
Peor que en la Transición, igual que a la salida de la Guerra Civil y en todo caso distinto a la crisis del 98, a pesar de que nos tiente la idea de decadencia que se convirtió en el horizonte de los españoles de aquel fin de siglo. Y eso por una razón, porque la decadencia no es española sino europea y occidental. Si es un 98, no es un 98 español.
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