Armas sin retroceso
Los martes, sentencias de muerte. Franco las firmaba mientras desayunaba. Barack Obama preside una comisión con la que repasa y decide a partir de las fichas, foto y biografía, sobre los candidatos a la pena capital. La firma del dictador español significaba que al día siguiente el preso era fusilado. La autorización del presidente estadounidense, que el sospechoso de terrorismo será atacado por un misil lanzado desde un avión teledirigido.
Las cifras sobre ejecuciones extrajudiciales, que afectan sobre todo a las regiones tribales de Pakistán fronterizas con Afganistán, hablan por sí solas. En los últimos días de mayo y primeros de junio se han producido 27, entre las que se encuentran la del número dos de Al Qaeda, Abu Yahya al-Libi. Si Bush ha pasado a la historia por su guerra preventiva en Irak, la legalización de la tortura, las entregas de terroristas a terceros países para ser interrogados o liquidados y la creación del campo de Guantánamo para mantener en detención indefinida a los sospechosos de terrorismo, Obama lo hará por su decidida liquidación de los caudillos de Al Qaeda y de centenares de sus militantes, menores de edad incluidos.
No debiera sorprender a nadie. El actual presidente se opuso a la guerra de Irak y rechazó la política antiterrorista de Bush, que ha corregido en la medida de lo posible: no ha podido cerrar Guantánamo porque no se lo ha permitido el Congreso. Pero nunca se opuso a la política de asesinatos selectivos, que Bush apenas inició. Y no lo hizo porque estaba de acuerdo en continuarla. En 2007, cuando solo era un senador que iba a presentarse a las primarias demócratas, declaró que "si tenemos información útil sobre objetivos terroristas de alto valor en Pakistán y el presidente Musharraf no actúa, lo haremos nosotros".
En la recta final de su actual campaña para la relección, los focos han iluminado de pronto la escena glacial y terrible de los martes de muerte en la Casa Blanca. Con la aparición de varios libros y reportajes sobre estas actuaciones ha quedado documentada la idea de un presidente al que no le importa aparecer como juez y a la vez verdugo de los terroristas. Todas estas informaciones en mitad de la carrera presidencial, cuando Obama ya se enfrenta directamente con el candidato republicano Mitt Romney, han sido interpretadas como gesticulación electoral para aparecer como alguien a quien no le tiembla el pulso al defender la seguridad de los estadounidenses. La propia Casa Blanca se ha visto obligada a salir al paso y a desmentir, no la información sobre los ataques con drones y las listas de ejecutables, pero sí la voluntad de exhibición de tales prácticas.
Para remachar y dar verosimilitud al desmentido, el fiscal general Eric Holder ha nombrado a dos fiscales especiales con la misión de investigar las filtraciones sobre estas decisiones secretas de la Casa Blanca. Además de la elaboración de las listas de condenados a muerte, Holder quiere que se investigue la filtración sobre Stutnex, el arma cibernética utilizada conjuntamente con Israel para atacar los sistemas informáticos de la industria nuclear iraní, así como el uso de un agente doble en la desarticulación de un complot terrorista.
Michael Ignatieff, el intelectual y ex dirigente liberal canadiense que primero apoyó la guerra de Irak y luego se arrepintió de haberlo hecho, ha terciado muy atinadamente en esta polémica al señalar cómo las nuevas tecnologías de la guerra, sean drones o armamento cibernético, crean la ilusión de un arma que daña pero no tiene retroceso (Financial Times, 13 de junio). Muchos dudan sobre la constitucionalidad de las decisiones letales de Obama, al menos cuando afectan, como ya ha sucedido, a ciudadanos estadounidenses. A otros les preocupa su absoluta inadecuación con la legalidad internacional. Pero basta con pensar en el retroceso de estas armas, es decir, en las consecuencias para quienes las utilizan, para percibir la oscura ambigüedad de la geografía bélica en la que nos estamos adentrando.
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