Florence Cassez: “Más que mi libertad, quiero mi inocencia”
La ciudadana francesa condenada en México a 60 años de cárcel por secuestro confía en que la Corte Suprema la libere y la exculpe
La prisionera más famosa de México y de Francia no quiere su libertad. Lo que ella realmente quiere es que crean lo que ha repetido desde hace seis años, cinco meses y 24 días. Que es inocente. Que no es secuestradora. Que ni siquiera está segura de que su ex pareja –preso, acusado de ser líder de una banda de secuestradores- lo sea. Lo que quiere Florence Cassez Crepin (Lille, 1974) es que lo que le ha pasado no lo viva nadie más.
Son las 10.10 de la mañana. La temperatura va camino de los 30 grados en la capital mexicana en el último día de mayo. El agua está a punto para el café. El mantel de rayas en vivos colores aumenta la sensación de que algo no cuadra. Mientras las mesas cercanas se irán llenando de quesadillas, tacos, moles y enormes coca colas, en la de “Preciosa” o “Flor” -como le llaman otras internas- solo hay lo indispensable para beber café, ordenado con tan buen gusto que dificulta el arranque de esta entrevista en la cárcel para mujeres de Tepepan, en el sur del Distrito Federal, en donde a Florence le quedan todavía 53 años y medio para cumplir su condena de 60 por secuestro.
El Tribunal Supremo de México falló el 21 de marzo pasado que la policía mexicana violó los derechos de Cassez. El operativo policiaco de su detención fue anunciado y transmitido en un falso directo, y ante millones de televidentes aparecieron Cassez y su ex pareja Israel Vallarta, presentados como secuestradores, golpeados para que confesaran ante las cámaras su “culpabilidad”, compartiendo pantalla con sus tres supuestas víctimas. Eso ocurrió el 9 de diciembre de 2005. En menos de tres meses el engaño comenzó a resquebrajarse. La policía simuló el operativo. Las violaciones procesales por el montaje fueron de tal magnitud que los magistrados mexicanos discutirán a más tardar en agosto si repiten el juicio a Florence y cuáles de las “pruebas” presentadas aquella mañana de diciembre ya no podrán ser usadas en su contra.
“Yo cada día voy ganando en mi lucha. Siempre supe que iba a ganar”, dice Florence en un español casi perfecto. Pero la sentencia proponía la inmediata liberación y esta no fue aprobada. “El 21 de marzo sí gané. Y el día 7 también [cuando se publicó el proyecto de resolución que se iba a votar, que decía que el proceso estaba viciado por el “efecto corruptor” del montaje televisivo]. Porque cuatro de cinco magistrados han dicho que sí hubo violaciones graves en mi proceso. Y partir de ahí mucha gente va a valorar mi voz, porque ya no es lo que yo diga, sino lo que dice la Suprema Corte”.
Cassez cuenta que durante dos años leyó cada día L'Affaire Dreyfus: la vérité en marche, de Jean-Denis Bredin. Se aferró al caso Dreyfus [el oficial de origen judío condenado en Francia a finales del siglo XIX en un proceso viciado] al sentir que su nacionalidad era parte de una trama para convertirla en la culpable perfecta. El “pinche francesa, por qué viniste a chingar a mí país” que escuchó en los primeros años de su reclusión le confirmaba que antes de que un juez dictara cualquier cosa, su suerte ante la población mexicana, e incluso ante parte de la de su país, había sido dictada por el montaje televisivo que la mostró como una secuestradora.
“¿Sabes por qué no me dejan salir? ¿Por qué ha habido tanta saña conmigo? Porque no se trató de una equivocación, fue un montaje, porque con mi caso la policía quiso mostrar a los mexicanos que el que menos parecía un secuestrador –una francesa, bonita, joven-, hasta a esa persona la iban a encontrar y a detener. Por eso me presentaban como ‘la francesa secuestradora’".
Cassez publicó en 2010 el libro A la sombra de mi vida (Grijalbo) en el que ratifica que fue detenida un día antes de la transmisión televisiva en un lugar situado a kilómetros del rancho donde supuestamente ocurrió el rescate de los secuestrados. Desde ese día su caso ha incluido un ramillete de estrambóticas experiencias que van desde el abogado que desde el principio le dijo que le llevaría cuatro años sacarla de la cárcel a razón de diez mil euros al mes, hasta su reclusión de dos meses en un apando (celda de aislamiento) porque un dibujo realizado por su padre en uno de sus cuadernos sirvió para acusarla de intento de fuga, pasando por eternas comparecencias en procesos donde no se consideraron las flagrantes contradicciones de los testigos, y condiciones infrahumanas en celdas y pasillos donde fue testigo de violaciones y palizas en medio de un hedor a orín.
“Te voy a decir cuándo ganaré: el día que cambie para los mexicanos este sistema de justicia. El día que mi caso esté en los libros de historia, si quieres en 200 años. Que digan: ‘Mira esa mujer extranjera, todo lo que nos ha hecho ver sobre nuestro sistema, gracias a eso ya no nos va a pasar algo similar’. Eso será ganar. Y para eso lo que la Suprema Corte va a discutir sobre mi libertad es un paso. Un paso obligatorio pero yo no pierdo de vista lo otro, mi inocencia”, dice Florence en el locutorio de visitas que en pocos minutos ya se ha llenado de gente que reza, niños que corren y amantes que se reencuentran.
Con su blusa azul (el color reglamentario para las condenadas), su pantalón ajustado, la sortija que le dejó la abuela a la que ya no pudo despedir y su joyería de oro con forma de pareja de gatitos que adorna orejas, cuello y un dedo de la mano izquierda, esta pelirroja de largos rizos anuncia que cuando salga libre regresará a México para pelear por su reputación, pues no quiere que una eventual liberación por errores judiciales deje en suspenso la declaración de inocencia que ha sostenido desde el principio, exigencia que incluso la llevó, en febrero de 2006, a llamar por teléfono al programa de la periodista Denise Maerker para desmentir en vivo al entonces director de la Agencia Federal de Investigación, Genaro García Luna. Con esa llamada se buscó de enemigo a quien el presidente Felipe Calderón nombraría en diciembre siguiente Secretario (ministro) de Seguridad Pública, poderoso cargo que sigue ocupando hoy.
Amparado en el Tratado de Estrasburgo, Nicolas Sarkozy intentó desde 2009 llevarse a Francia a su conciudadana para que cumpliera allí el castigo. Más que un pulso, en los siguientes tres años el entonces presidente francés y Calderón protagonizaron una verdadera “guerra de egos”, como lo define ella sin dejar de reconocer el empeño del ex mandatario de su país, que asumió como propia su causa.
Si Calderón le ofreciera hoy, al final de su mandato, concederle el traslado, ¿aceptaría? “No. Soy inocente. Quiero que valga la pena todo lo que he luchado, que ha sido no solo por mí sino, hoy lo veo claro, también por los mexicanos”.
En su libro, de impulsos como el que la llevó a desmentir a García Luna sin calcular a quien se enfrentaba, Cassez dice: “Fui inconsciente porque soy inocente”. En la entrevista abunda en esta idea: “He tomado riesgos sin calcularlos porque mi cuerpo me los pedía. Soy consciente de que mi caso se vuelve cada vez más importante para algunas personas. Todos los días me queda claro que algo me puede pasar. Todos los días me queda claro que algunas personas me quisieran a tres metros bajo tierra”. No identifica sin embargo a quién se refiere.
Las lágrimas asoman varias veces en los ojos de Cassez. Pero no cuando se le recuerda que es poco creíble que durante meses haya sido pareja de un sujeto acusado de un homicidio y varios secuestros sin enterarse de nada.“¿Tengo que demostrar que no sabía que era secuestrador? ¿Cómo te explico lo que hay mi cabeza? ¿Cómo te demuestro mi inocencia? ¿Cómo te demuestro que no lo sabía? Me están pidiendo lo imposible. Lo irracional. Cuántos periodistas no se han sentado en esa silla donde estás para decir: ‘A ver, demuéstrame que no sabías’. Lo único que tengo es mi inocencia. Nada más. Mucho tiempo me pregunté: ¿Cómo no pude ver? Repasaba las imágenes en mi mente, me dije estúpida. Pero tras ver la magnitud de lo que eran capaces de armar en un caso como el mío…” ¿Es Israel Vallarta un secuestrador? “No sé. Y yo no soy quién para juzgarlo. Para eso están los magistrados. Ojalá no”.
Las últimas noticias del caso Cassez son de la semana pasada. Los medios de comunicación dieron cuenta de una nueva detención de “otro” miembro de la banda Los Zodiaco, a la que supuestamente ella pertenecía. Se trata de un hermano de Israel. En las notas periodísticas el verbo hundir es conjugado en contra de Cassez . “Salió de la nada la declaración de Mario Vallarta, ¿verdad?”, dice con un dejo de sorna la entrevistada, que explica que cada que su caso avanza surge una “nueva” evidencia para “reforzar un asunto que ya era débil”.
Después de que desmintió a García Luna, los testigos ampliaron sus acusaciones. Tras insistir en su petición de justicia, en 2009 surgió un individuo de nombre David Orozco que también la “hundía”. Cuando se aproxima la fecha enla que el Supremo retomará el asunto, Mario Vallarta la incrimina en declaraciones publicadas por los medios pero cuyo origen legal no ha sido sustentado. “No podemos dejar que hagan eso”. Cassez no se refiere a las coincidencias, sino a que esos testimonios según ella son arrancados con tortura. “Olvídese de mí, yo sé que no es verdad, es una persona a la que torturan. Estamos acostumbrados a tantas cosas feas. Las cosas terribles que pasan en México me ayudaron a entender lo que pasó en mi caso. A entender que la palabra tortura en este país la ven, la dicen, pero se olvidan de lo que en realidad significa, no quieren saber. Por eso gustó lo del movimiento 132, México necesita un cambio, y qué mejor que venga de los jóvenes”.
El único momento en que Cassez se toma muchos segundos antes de contestar es al preguntarle qué le diría al presidente Felipe Calderón si lo tuviera enfrente. “¿Él es abogado, verdad? Le preguntaría por qué no ha leído mi expediente, como sí lo han hecho Héctor Aguilar Camín o Héctor de Mauleón [escritores y periodistas], o Arturo Zaldívar [el magistrado que propuso en su resolución liberarla]. Le preguntaría por qué me convirtió en un asunto de Estado”.
Demasiadas veces se ha hecho la ilusión de que está a punto de salir. No quiere pensar en lo que falta para la nueva cita en que el Supremo revisará su caso. Desencantada de estar lista para irse y tener que volver a acomodar sus pertenencias en la prisión, ahora vive un hoy de horas breves.
“El día es muy corto. Leo mucho, en este momento María Antonieta de Stefan Zweig. Tengo muchas amigas, trato de estar siempre que me necesitan. Pinto, escribo. Cuando me acuesto siempre digo: ‘Uy, me faltó hacer esto, no hice aquello’. Vivo”.
A media entrevista, a Cassez la llaman desde “el jurídico”. Regresa con docenas de cartas y un gran paquete. Cuenta que tras la resolución del Supremo entre las misivas que nunca han dejado de llegar también las hay ahora de franceses que le piden perdón por haber creído en algún momento que era una secuestradora. Emisarios del nuevo Gobierno de París ya han manifestado a su familia que es hora de retomar la defensa de su caso.
“Lo más bello que he vivido es ver cómo los mexicanos han tomado partido, me han defendido y son una nueva voz. Por eso me tenía que quedar, para vivirlo, si me hubieran llevado a Francia, quizá me hubiera suicidado. Necesitaba ver este cambio: los diarios, los artículos, ver a la Suprema Corte, eso ha sido una recompensa”.
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