No es el síndrome de Orfeo
Aunque el rencor no se ha evaporado todavía de la sociedad serbia, buena parte de los ciudadanos están decididos a mirar hacia el futuro y hacia Europa
El pasado mes de febrero se estrenó en Belgrado In the land of blood and honey, la película dirigida por Angelina Jolie sobre el horror de la guerra en Bosnia. Doce espectadores asistieron a la primera proyección, según la prensa local. Tres salieron de la sala antes de que el filme acabara. En la sesión de la noche, no hubo más de 30 personas.
La anécdota, como tantas otras en los Balcanes, evidencia cuánto pesa todavía el pasado en esa región. El rencor es un sentimiento que no se evapora fácilmente. Todavía, en Serbia, son pocas las personas dispuestas a ver una película sobre la guerra en Bosnia dirigida por una estadounidense. Este domingo, Tomislav Nikolic, un político con un inquietante pasado nacionalista radical, ganó las elecciones presidenciales serbias, derrotando al proeuropeista Boris Tadic.
Sin embargo, sería un error interpretar el voto como el mero reflejo de una sociedad todavía anclada en el rencor del pasado.
Nikolic abandonó a lo largo de la última legislatura su retórica radical, adoptando un discurso más moderado, depurado de tonos hostiles hacia la UE. Nadie conoce sus reales intenciones, y su viraje puede ser un cambio de mera oportunidad; pero tampoco nadie puede negar que en la última campaña electoral el ideario radical ha quedado por fin decididamente arrinconado. El antaño poderoso Partido Radical no alcanzó siquiera el umbral para acceder al Parlamento de Belgrado.
La principal explicación de la victoria de Nikolic es probablemente la gravísima crisis que azota la economía serbia. La tasa de paro roza el 24%. Estaba en el 14,7% en 2008, según el FMI. Tadic paga sobre todo el precio de la crisis, como muchos otros en Europa.
También pasaron factura a Tadic los ocho años en el poder, el malestar –tan extendido en Serbia- por la corrupción y los enchufismos. Muchos serbios consideran estos problemas como una auténtica plaga.
Esta insatisfacción mantuvo en casa a muchos de los electores de Tadic. La participación solo alcanzó el 46%, 22 puntos menos que en 2008. Nikolic ganó las elecciones con 1,5 millones de votos, casi 700.000 menos que en las anteriores, cuando perdió.
La promesa de una actitud más firme ante Bruselas —y el escaso atractivo de la UE en estos tiempos— sin duda pueden haber convencido a parte del electorado a votar a Nikolic. Pero el grueso de la sociedad serbia tiene muy asumido –aunque sea sin entusiasmo- que su futuro será mejor junto con los Veintisiete. Más allá de algunos gestos simbólicos, Nikolic no podrá alejarse mucho de esa senda. Esa es la base sobre la que ha pedido y recibido su mandato presidencial.
La desconfianza –incluso el odio- entre las partes sigue presente en los Balcanes. Pero, quizá sea por mero agotamiento o por pragmatismo, cada vez mayores sectores de la sociedad local han aceptado que mirar hacia atrás no lleva a ningún lado. Entre los jóvenes, este sentimiento es especialmente evidente. Igual que Orfeo, saben que solo pueden salir del infierno si no miran atrás.
Pese a saber que le llevaría al desastre, Orfeo no resistió al impulso de darse la vuelta hacia su querida Eurídice, y por ello la perdió. Después de las guerras, la sociedad serbia ha mirado mucho hacia atrás –en el abismo del pasado-. Pero la victoria de Nikolic responde más a la frustración por la crisis económica que al regreso de un deseo de enfrentamiento con Europa Occidental. La mayor parte de Serbia está harta de todo eso. Quizá sea por ello –por hartazgo incluso más que rencor- que tan poca gente fue a ver la película de Angelina Jolie.
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