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TORMENTAS PERFECTAS
Columna
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Viejos rockeros políticos

Ni en mitad de una crisis de caballo alguien podría imaginar apuestas como las que París ha hecho tanto con Sarkozy como con Hollande

Lluís Bassets
MATT

París siempre sorprende. Ni en la pendiente pierde su poder de fascinación. Por segunda vez consecutiva, un presidente de la República efectúa una misma jugada, llena de significado político e incluso generacional. Ante los peores tiempos, los mejores políticos: Sarkozy se sacó de la manga a Alain Juppé, y Hollande hace lo propio con Laurent Fabius, para ocupar la segunda cartera en importancia del Gobierno, detrás del primer ministro. El Quai d’Orsay, el palacio en la orilla del Sena y vecino de la Asamblea Nacional, está cargado de historia y de simbolismos sobre la proyección mundial de Francia y alberga uno de los cuerpos diplomáticos más experimentados y eficaces del mundo. De ahí que sea una apuesta mayor situar al frente a un peso pesado del partido mayoritario, aunque sea en ambos casos un auténtico adversario del presidente.

Alain Juppé, de 67 años, había sido ya ministro de Exteriores y primer ministro, apoyó a Jacques Chirac en la campaña presidencial frente a Edouard Balladur, en 1995, y habría sido él mismo candidato presidencial si la mala fortuna no hubiera cargado sobre sus espaldas los pecados de financiación ilegal debidos a su líder. Chirac le llamaba “el mejor de todos nosotros”, algo que removía las entrañas del ambicioso Sarkozy, que apoyó a Balladur. Cuando la joven promesa neogaullista llegó a la presidencia, no dudó en recurrir a sus servicios, primero como ministro de Defensa y luego de Exteriores, en sustitución precipitada de Michelle Alliot-Marie, pillada en su interesada amistad con el dictador tunecino Ben Ali.

Laurent Fabius, de 66 años, fue el niño mimado de François Mitterrand, que le nombró ministro del presupuesto de su primer Gobierno en 1981. Fue su segundo primer ministro de 1984 a 1986. Y era evidente en aquel entonces que le lanzaba a una carrera presidencial que luego nunca se llegó a concretar. Volvió a ser ministro de Estado con el Gobierno de Lionel Jospin. Siempre observó al joven François Hollande por encima del hombro y en los últimos tiempos con la inquina que proporciona la auténtica rivalidad. Pero el mayor enfrentamiento con quien era el secretario general del PS se produjo con motivo del referéndum sobre la Constitución europea, en el que propugnó el voto negativo, en contra de la consigna de su propio partido. Muchos atribuyen a Fabius la victoria del no y buena parte de los males que de ella se siguieron.

Jugadas similares no son posibles en todos los países. Se han visto en Italia, en Israel o también en Alemania con Schäuble. Por supuesto, jamás en España, donde las quemaduras del ejercicio del gobierno se consideran definitivas e irreversibles. Ni en mitad de una crisis de caballo, que se puede llevar por delante a instituciones y políticas fundamentales, alguien podría imaginar apuestas como las que París ha hecho tanto con Sarkozy como con Hollande.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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