El monarca apresurado
La expectación ante el desconocido es enorme. Sobre todo por la dimensión de los rompecabezas que encontrará ante sí, empezando por la crisis europea
El presidente que elige Francia cada cinco años es un monarca apresurado. Que es monarca aunque sea de una República no ofrece duda alguna a los franceses, que cuentan entre las excepciones que diferencian a su país la de elegir a un presidente dotado de la pompa y circunstancia, los poderes e incluso los privilegios de un auténtico soberano reinante. Que es apresurado lo demuestra también la rapidez con que se resuelve la sucesión de un presidente al otro, en abierto contraste con la demora de la república que ha sido siempre espejo y a veces contraste de la francesa.
Estados Unidos elige a su presidente el primer martes después del primer lunes de noviembre y hasta el 20 de enero siguiente no suele producirse la solemne toma de posesión, The Inauguration, de forma que la primera potencia mundial se encuentra durante más de dos meses en una situación de transición de complejas repercusiones políticas. Basta saber, estadística en mano, que es el periodo de mayor riesgo para el país, sobre todo internacional.
Francia resuelve su transición presidencial en 10 días. Si pudiera, todavía utilizaría menos, tanta es la premura del tiempo. En la noche de la victoria, apenas proclamados los resultados, todos los espadachines están ya en campaña para las elecciones legislativas que se celebrarán los días 10 y 17 de junio. El presidente entrante quiere una mayoría de su propio color, que le permita aplicar su programa; mientras que los amigos del presidente saliente quieren mantener su vieja mayoría para forzar una cohabitación que ate las manos del que se acaba de instalar.
La urgencia del calendario no deriva únicamente de la política interior. La fecha electoral coincide con uno de los picos anuales de la reunionitis internacional. El G-8, el G-20, la OTAN y la permanentemente agitada y reunida UE llenan el calendario del recién elegido sin darle respiro en cosa de 15 días. En pocas horas hay que cambiar de chip y pasar de las promesas electorales y los achuchones populares a las expresiones medidas y los saludos protocolarios de la alta diplomacia.
En el caso de François Hollande, que no ha formado parte de ningún Gobierno ni ha pisado hasta ahora las gruesas alfombras de la escena mundial, el contraste es más acusado. La expectación ante el desconocido es enorme. Sobre todo por la dimensión de los rompecabezas que encontrará ante sí, empezando por la crisis europea, con el brazo griego inflamado y el español infectado por el agujero de Bankia. Pero donde toda Europa le observa con atención y suspense es en su relación con Angela Merkel, a la que deberá convencer de que los europeos no devolverán nunca sus deudas si no crecen y no crecerán si solo se les sigue recetando una y otra vez la fórmula del dolor y del recorte. El monarca apresurado tiene que darse prisa.
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