El presidente promete luchar hasta el final
Sarkozy baraja ofrecer al centrista Bayrou la jefatura de Gobierno
En esta víspera electoral bastante surrealista, en la que la sensación es que el partido está jugado antes de empezar, Sarkozy cerró el viernes su campaña tratando de alimentar la esperanza de que logrará sobrevivir a su propio naufragio. “Ahora empieza la campaña de verdad”, dijo el clausurar sus actos preelectorales en su feudo de Niza: “He decidido luchar, pero no por mí, sino por vosotros y por el país”. El último mitin anticipa el argumento básico de su ofensiva final: si gana Hollande, Francia será pasto de la ruina “en dos días”, y no “en dos años” como pasó en 1981 cuando ganó François Mitterrand.
Las encuestas dicen que lo tendrá difícil para convencer a los franceses. El presidente parte como segundo en la primera vuelta, con cerca del 27% (en 2007 obtuvo el 31%), lo que le permitirá jugarse a cara de perro el desempate ante un Hollande que espera cruzar la primera meta con dos o tres puntos de ventaja.
Pero las previsiones del presidente para la segunda vuelta son las peores de la Quinta República: nadie ha estado nunca entre ocho y 15 puntos por debajo de su rival a estas alturas de la carrera. Los sondeos explican que Sarkozy perderá porque recogerá menos apoyos que Hollande entre los que ahora van a votar por la ultraderechista Marine Le Pen (que se acerca al día D con el 17%), el ultraizquierdista Jean-Luc Mélenchon (14%) y el centrista François Bayrou (10%).
La derecha buscará voltear ese panorama, y se da por hecho que Sarkozy ofrecerá a Bayrou la jefatura del Gobierno entre turnos. De momento, el sensato centrista se deja querer. Pero la mayoría de sus votantes dicen que prefieren a Hollande que a Sarkozy.
Aunque no haya entusiasmado ni siquiera a sus seguidores, salvo en el mitin inaugural de Le Bourget, Hollande ha sabido jugar sus cartas personales —templanza, cercanía, ironía y buena educación— sin cometer errores, y de momento ha logrado hacer olvidar que no tiene la menor experiencia de Gobierno vendiéndose como un presidenciable unitario, tranquilo, pragmático y solvente en las cuentas. Su programa pone el acento en la justicia social sin renunciar al realismo en el gasto y a un toque de demagogia, como la tasa del 75% para los que ganan más de un millón de euros, un conejo sacado de la manga a mitad de camino que le ha ayudado a acercarse a los radicales de los dos extremos.
Los votantes extremistas suman a día de hoy un tercio de los electores, en lo que parece un reflejo del desamparo causado por la crisis. La xenofobia del Frente Nacional seduce a obreros y jóvenes antisistema, el mismo caldo de cultivo en el que ha brotado de repente el lírico neocomunismo del Frente de Izquierda. Mélenchon ha sido la gran sorpresa de la campaña. Insurrección, nacionalismo, freno al libre comercio y ningún recorte social son sus recetas, e incluso sus detractores le reconocen el mérito de haber devuelto a la vieja izquierda la ilusión de tener algo que decir en esta Europa sin alma.
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