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La Primavera, un año después

El proceso de cambios en el mundo árabe aún tiene tareas pendientes

Ángeles Espinosa
Los egipcios celebran en la plaza Tahrir el primer aniversario de la revuelta que acabó con el régimen de Hosni Mubarak.
Los egipcios celebran en la plaza Tahrir el primer aniversario de la revuelta que acabó con el régimen de Hosni Mubarak.MAHMUD HAMS (AFP)

Un año después de la caída del faraón Mubarak, el proceso de cambios en el mundo árabe sigue abierto, e incierto. Con la sola excepción del precursor Túnez, cuya transición parece encarrilada, el resto de los países en los que ha habido revueltas caen en tres categorías:

1. En proceso de transición: Libia y Yemen

Tras una guerra civil en la que los sublevados contaron con el apoyo internacional, los libios tratan ahora de hacer, más que rehacer, un país en el que la identidad nacional es débil y los sentimientos tribales actúan como fuerzas centrípetas. En Yemen, la presión externa y la promesa de inmunidad, ha conseguido que el presidente Saleh acepte retirarse formalmente del poder y se ha puesto en marcha una transición política cogida con alfileres. En ambos casos, va a necesitarse mucho tiempo y mucho apoyo para evitar que descarrilen.

2. Cerradas en falso: Bahréin y Arabia Saudí

Ni las medidas de reconciliación ni el fondo de compensación a las víctimas anunciados por las autoridades de Bahréin han convencido a quienes salieron a la calle para pedir derechos cívicos. A diferencia de los otros países, la división sectaria entre una familia real suní y una población mayoritariamente chií dificulta la solución. La democracia plena acabaría con la dinastía de los Al Khalifa. Las protestas continúan. Como continúan en la Provincia Oriental de Arabia Saudí, donde las autoridades han respondido con medidas policiales a parecidas exigencias de su minoría chií (para el resto de la población ver el último párrafo).

3. En marcha: Siria

Es el caso más difícil. En lo interno, porque los sirios se encuentran divididos y la correlación de fuerzas no está clara, pero el régimen sigue contando con el aparato de seguridad. Incluso sectores descontentos con la dictadura de El Asad se mantienen al margen por temor a la fractura étnica y confesional del país. En lo externo, la misma división y temores dificultan una acción concertada a la libia. Los monarcas árabes que apoyan el status quo en Bahréin, se alinean aquí con los rebeldes no tanto por empatía sectaria (en gran medida los sublevados son la mayoría suní contra una élite gobernante alawí) como por su rivalidad política con Irán, que es el principal aliado de Damasco. Occidente declara que apoya las aspiraciones democráticas de los sirios, pero no va más allá de sancionar al régimen porque teme el agujero negro en el que puede convertirse el país. Lo peor está por llegar.

Finalmente, hay un cuarto grupo de países, cuyos gobernantes han respondido raudos a las peticiones de sus súbditos (Marruecos, Jordania y Omán) y han logrado, de momento, contener las protestas. Aquí cabría incluir también a los que se han adelantado a tal eventualidad con mejoras económicas y promesas políticas, como la propia Arabia Saudí, Kuwait, Emiratos Árabes Unidos e incluso Qatar.

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Sobre la firma

Ángeles Espinosa
Analista sobre asuntos del mundo árabe e islámico. Ex corresponsal en Dubái, Teherán, Bagdad, El Cairo y Beirut. Ha escrito 'El tiempo de las mujeres', 'El Reino del Desierto' y 'Días de Guerra'. Licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense (Madrid) y Máster en Relaciones Internacionales por SAIS (Washington DC).

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