La ‘primavera árabe’: una visión personal
La autolimitación del poder con controles democráticos, una justicia independiente o la incorporación de los derechos humanos en las Constituciones, son elementos del nuevo islamismo político
Desde que la revolución tunecina provocó la huida de Ben Ali y sus efectos se extendieron al resto del mundo árabe, fui consciente de que nos encontrábamos ante un hecho histórico, en el que no solo se jugaba el futuro del mundo árabe, sino también el de Europa y, muy especialmente, el de España.
La primavera árabe acaba de empezar, por lo que necesitaremos un tiempo hasta que veamos consolidados regímenes plenamente democráticos. Desconocemos qué tiempo requerirá cada país para que el proceso culmine con éxito, qué vicisitudes y contratiempos quedan por vivirse, cómo se verán afectados otros países con regímenes más tradicionales o cuyo programa reformista no se haya adaptado al nuevo ritmo de cambios y si, en algún caso, se producirá una involución en los procesos ya en marcha. Pero, en cualquier caso, creo que podemos mirar hacia el futuro de la región con optimismo realista y cauto.
Estados Unidos y la Unión Europea, y una amplia representación de la comunidad internacional, han estado al lado de estos pueblos cuando decidieron decir basta a los regímenes opresivos. Apoyamos su derecho a manifestarse pacíficamente para reclamar libertad, derechos, dignidad ciudadana, en suma. En el caso libio, el apoyo llegó incluso a imponer por medios militares el embargo de armas y la zona de exclusión aérea para proteger a la población civil. Y seguiremos apoyando hasta ver las primeras elecciones democráticas y sus legítimas aspiraciones satisfechas.
Esta apuesta inequívoca de la comunidad internacional por el cambio y la democratización se ha encontrado con el primer dilema tras la celebración de elecciones en Túnez, Marruecos y Egipto. Los partidos que han obtenido el apoyo mayoritario de la población pertenecen a la órbita del islamismo político: Ennahda, PJD y Partido de la Justicia y Libertad. A excepción del PJD, los otros dos partidos están afiliados a los Hermanos Musulmanes. En Libia, Siria y Yemen, la Hermandad también parece que tendrá un papel destacado en los procesos de transición. Pero debemos continuar ahora al lado de estos pueblos, pues el apoyo a las transiciones democráticas no habría sido sincero si solo hubiéramos dado por buena la victoria de las fuerzas liberales modernizadoras más cercanas, en principio, a Occidente.
Del mismo modo, hemos de dar un voto de confianza a las nuevas fuerzas políticas cuando proclaman su compromiso con la democracia. La autolimitación del poder con un sistema de controles democráticos, una justicia independiente o la incorporación de los derechos humanos en las respectivas Constituciones, son elementos del programa del nuevo islamismo político.
Uno de los asuntos que más polariza el debate interno —y la atención de Occidente— en los procesos de transición es el papel del islam y la sharía en el sistema político resultante. En Túnez parece haber consenso para reproducir el artículo 1 de la Constitución de 1959 (“Túnez es un Estado libre, independiente y soberano; su religión es el islam, su idioma el árabe y su régimen la república”), con lo que es perfectamente interpretable que el islam es la religión de Túnez y no la del Estado. En todo caso, esta solución no es factible para estados pluriconfesionales, como Egipto o Siria. Por otra parte, no debemos considerar la sharía como un conjunto de reglas inmutables. La fuente primordial —el Corán— admite diversas interpretaciones en cuestiones como el estatuto de la mujer o las penas aplicables a algunos delitos recogidos en el libro santo del islam. De lo contrario, no se entendería que pudieran haberse promulgado el código de estatuto personal tunecino de 1956 o el código de familia marroquí de 2003, a los que nadie se atrevería a calificar de contrarios al islam.
Creo que esta nueva fase de la historia árabe supone el principio del fin del particularismo árabe-musulmán, al menos en lo que se refiere a la supuesta incompatibilidad entre el islam y la democracia o el islam y los derechos humanos.
Por otro lado, la crisis política que están viviendo los países árabes inmersos en procesos revolucionarios se acompaña, además, de una doble crisis económica: la que ellos mismos experimentan y la que atraviesan los vecinos del norte europeo. Unos y otros nos necesitamos y creo, sinceramente, que las posibilidades de cooperación económica y empresarial que ahora se abren en el sur son una oportunidad para que el norte pueda salir de la crisis.
Es necesaria también una reflexión sobre las iniciativas regionales y subregionales prioritarias para España: qué debemos hacer para que la Unión por el Mediterráneo o la cooperación entre el Magreb y los países europeos del Mediterráneo occidental (iniciativa 5+5) se adapten a las nuevas circunstancias. Asimismo, el protagonismo adquirido por la Liga Árabe en estos últimos meses debería dar lugar a un renovado diálogo euroárabe, sobre unas bases nuevas y más efectivas.
Junto a ello, hemos de ser conscientes de que la primavera árabe surge en un contexto en el que se entrecruzan dos cuestiones geoestratégicas de primer orden en la región de Oriente Próximo. Me refiero al conflicto árabe-israelí y al contencioso con Irán a causa de su programa nuclear.
El conflicto árabe-israelí y, especialmente, el palestino-israelí, se verá afectado por lo que suceda en el entorno regional. Por distintas razones, ni israelíes ni palestinos creen que en los próximos meses pueda haber avances sustantivos en el proceso de paz. La misma palabra “proceso” no goza de buena reputación entre los palestinos, que quieren hablar ya de estatuto final e involucrar a las Naciones Unidas buscando su pleno reconocimiento como Estado. Israel, por su parte, siente más amenazada su seguridad en un nuevo contexto que percibe como más hostil y prefiere no dar pasos a la espera de que se asienten los nuevos regímenes. Y, sin embargo, no hay tiempo que perder porque la solución de dos Estados, el palestino y el israelí, se va cerrando a medida que pasa el tiempo y no cesa la actividad de construcción en los asentamientos.
La primavera árabe ha traído una complicación adicional a un conflicto de por sí complejo. Durante el proceso de Annapolis se partía de la premisa de que se podía concluir un acuerdo de paz entre Israel y la OLP, controlada por Fatah, cuya aprobación sería sometida mediante referéndum a la población palestina, dejando de lado a Hamás. Una vez que los líderes palestinos de Cisjordania y Gaza, atendiendo las demandas de las respectivas poblaciones, han decidido dar prioridad a la reconciliación intrapalestina, parece que se habrá de contar con Hamás para cualquier acuerdo de paz. ¿Renunciará Hamás a la violencia previamente? ¿Aceptará la solución de dos Estados como prerrequisito de las negociaciones? ¿Qué efecto tendrá sobre Hamás que partidos pertenecientes a la Hermandad vayan a presidir Gobiernos de coalición en algunos países árabes?
En relación con Irán, está en vigor un régimen de sanciones aprobado por el Consejo de Seguridad sobre el programa nuclear iraní. Existe, no obstante, la impresión de que es Occidente el principal impulsor de la movilización internacional en este caso y, solo desde un segundo plano, son conocidos los recelos que provoca el programa nuclear iraní en los países del Golfo. Sin embargo, las nuevas fuerzas revolucionarias, incluidas las islamistas, están adoptando una actitud más crítica hacia el régimen iraní, al que ven como uno de los apoyos principales del régimen sirio. El conflicto sirio, además, está ahondando un enfrentamiento intracomunitario que encona aún más las relaciones de las nuevas autoridades árabes con Irán. ¿Qué repercusiones tendrá este fenómeno en el enfoque del mundo árabe hacia el programa nuclear de Irán, país al que se percibe como contrario a la ola democratizadora de la región?
En definitiva, la primavera árabe ha alterado radicalmente la situación en los países árabes, las relaciones entre estos y Occidente e incidirá sustancialmente en otras grandes cuestiones de Oriente Próximo. España se juega mucho en los próximos años en este ámbito y debe por ello contribuir significativamente a las decisiones que se adopten en la Unión Europea y otros foros internacionales relacionadas con nuestra región vecina. En ella radica parte de nuestro futuro.
Trinidad Jiménez es ministra de Exteriores en funciones de España.
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