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TRIBUNA
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La cumbre del adiós a Londres

La actitud de Cameron es coherente con la de la City, que persigue la disolución de la eurozona

La cumbre de Bruselas de la semana pasada —habrá que ir acostumbrándose a vivir al ritmo de las cumbres europeas, pues Nicolas Sarkozy y Angela Merkel han anunciado que los dirigentes de la eurozona se reunirán una vez al mes— será recordada como la de la salida de Gran Bretaña. No de la Unión Europea, por supuesto, aunque una parte no desdeñable del Partido Conservador, actualmente en el poder, presione en ese sentido, pero es evidente que Londres no ayudará en lo más mínimo a salir de la crisis. En el fondo, lo que han hecho los británicos es coherente con la actitud de la City, que, junto a Wall Street, y desde el verano pasado, con el comienzo de la crisis de las deudas soberanas, persigue la desintegración de la eurozona. Pero, si Europa supera la crisis, esta posición será para Gran Bretaña lo más parecido a una derrota estratégica. Por supuesto, si, por el contrario, la crisis termina mal para los europeos, Londres podrá restregarles su triunfo entonando el consabido “Ya os lo dijimos”.

Lo sabemos desde el principio: ni la City ni el Gobierno británico han aceptado la idea de que una construcción política —la eurozona— pueda imponerse a los mercados. Pero, al mismo tiempo, David Cameron haría bien en pensarlo dos veces. Su país está en un estado lamentable: deudas enormes, récord de paro (aunque es menos elevado que en Francia), descenso del poder adquisitivo, extensión de las zonas de pobreza y amenaza de recesión. Apostar contra la eurozona, y desde fuera de esta, puede significar por tanto que lo que se pretende es debilitarla.

Ahora bien, si la eurozona entrase en una verdadera recesión y se fragmentara, a Gran Bretaña, teniendo en cuenta los datos de su comercio exterior, que sigue estando vinculado en gran medida a la Europa continental, le costaría algunos puntos de crecimiento. Esta perspectiva hará probablemente que los laboristas vuelvan a un discurso proeuropeo, como ya hacen los liberales, que, no obstante, forman parte del Gobierno. Pero, mientras, podemos sopesar dos hipótesis. La primera, la histórica, consiste en recordar que desde que Gran Bretaña existe siempre ha estado obsesionada por evitar que en el Viejo Continente se consolide una potencia dominante. Desde esa perspectiva, una eurozona sólida dominada por la pareja francoalemana le resulta intolerable. La otra hipótesis es más probable. Consiste en considerar la realidad, a saber, que los Estados Unidos se están distanciando de Europa, y de forma duradera. Si Gran Bretaña apuesta únicamente por su relación especial con Washington, cometerá un error. Si Europa tiene menos importancia (como han afirmado Barack Obama y Hilary Clinton durante el gran encuentro estratégico de Honolulu, que ha marcado claramente el giro de Estados Unidos hacia una preocupación Asia-Pacífico), ¿qué decir entonces de la relación con Londres? Si, al mismo tiempo, Gran Bretaña se niega a arrimarse más a la Unión Europea, solo le quedará el aislamiento. El “espléndido aislamiento”, como solía decirse en los siglos pasados, no será sino un triste aislamiento. Solo nos queda desear que la Unión Europea sea la que, como antaño el imperio británico, pierde todas las batallas, salvo la última.

Ni la City ni el Gobierno británico han aceptado la idea de que la eurozona pueda imponerse a los mercados

Desde este punto de vista, es cierto que la cumbre de Bruselas del 8 y el 9 de diciembre representó un paso hacia la edificación de una unión presupuestaria susceptible de reforzar la unión monetaria. Pero tenemos que considerar sin tardanza la próxima etapa de la crisis, bancaria esta vez, pues nos acercamos a marchas forzadas a un credit crunch, es decir, a una contracción crediticia, que sería desastrosa porque alimentaría una posible recesión. En tales circunstancias, la decisión más importante emana de Mario Draghi, del Banco Central Europeo, que ha decidido abrir de forma ilimitada el grifo de activos líquidos para evitar el credit crunch. Mario Draghi se ha convertido en el personaje central de la crisis y, de hecho, los jefes de Estado y de Gobierno, a través del respeto de su independencia, concentran en él —más de lo que harían pensar las apariencias— un verdadero margen de maniobra. Pero ¿bastará? Lo veremos con ocasión de la próxima cumbre, dentro de un mes.

Mientras tanto, quisiera hacer una apuesta: de aquí a fines de diciembre asistiremos tranquilamente a una subida de las bolsas, aunque solo sea porque los traders y los especuladores de toda clase querrán asegurarse sus bonificaciones de fin de año para las fiestas.

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