Artista indestructible
Ai Weiwei ha sido durante un breve periodo la ilusión de una auténtica posibilidad de disidencia cultural en su país, fascinante y complejo
Decir que Ai Weiwei es el artista más importante de China, de esa nueva China que desde hace algunos años es observada por el mundo entero con interés y hasta con fascinación, sería en realidad decir muy poco. Ai es, desde hace 20 años, uno de los artistas más interesantes y originales del panorama internacional, para muchos incluso el Warhol chino por su producción polifacética. De hecho, cuando regresa a Pekín a principios de los noventa tras una larga estancia norteamericana —huyendo de la realidad de su ciudad— algunos de sus trabajos más intensos ocupan las primeras planas de los medios especializados. Son obras combativas, igual que esos anuncios de Coca-Cola pintados en vasijas neolíticas o las antigüedades rotas en mil pedazos en su famosa acción de 1995, tirando una urna de la dinastía Han, para denunciar el modo en que los países usan el patrimonio con fines turísticos.
Con el paso de los años no ha perdido la garra. Lo demuestra una de sus últimas instalaciones presentada hace poco en la sala de Turbinas de Tate de Londres, en la que miles de pipas de girasol pintadas a mano, una a una, invitaban a reflexionar sobre la degradación de trabajo artesanal en ciertas áreas de China.
En ese lapso de tiempo Ai Weiwei ha ejercido de casi todo y siempre con brillantez, sin desfallecer pese a las bien conocidas dificultades de los últimos años, quizás porque —repite a menudo— le gusta sobre todo “actuar”. Ha sido arquitecto, construyendo edificios con muy pocos medios —según el japonés Shigeru Ban, “el mejor arquitecto de China”—; artista, escritor, comisario al crear el primer espacio alternativo para arte contemporáneo en Pekín en 1997; director de una empresa al estilo de la Factory de Warhol, activista, editor, animador cultural; promotor urbanístico, congregando a un centenar de jóvenes arquitectos internacionales en la Mongolia china para realizar un proyecto de ciudad. Ha abierto un blog visitado por millones de personas y cuando su casa en Pekín era demolida argumentando problemas con el cumplimiento de las normas municipales algunos seguidores colgaban la demolición en directo y a los pocos minutos todos podíamos verla en la Red.
Pero, además, Ai Weiwei ha sido durante un breve periodo la ilusión de una auténtica posibilidad de disidencia cultural en su país, fascinante y complejo. Una ilusión que en este momento el mundo artístico internacional reclama para este agitador cultural chino que muestra, sobre todo, la paradoja de la modernidad.
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