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"México ya era priista antes del PRI"

El escritor Jorge Castañeda analiza el carácter mexicano y sus lastres para la modernidad

Javier Moreno, director de EL PAÍS, el escritor mexicano Jorge Castañeda y Jesús Ceberio, miembro del Consejo de Administración del diario.
Javier Moreno, director de EL PAÍS, el escritor mexicano Jorge Castañeda y Jesús Ceberio, miembro del Consejo de Administración del diario.JMC

Cuando en el año 2000 los mexicanos expulsaron del poder, mediante las urnas, al Partido Revolucionario Institucional (PRI), que gobernaba desde hacía ya siete décadas, muchos creyeron que la transición dejaría en la cuneta los vicios de un régimen anquilosado. Pero no fue así. La entrada en la modernidad está resultando trabajosa. ¿Por qué? Quizás, señala Jorge Castañeda, porque “antes del PRI, México ya era priista. Cada mexicano tiene el chip priista antes de nacer”. El PRI era un reflejo del carácter profundo del mexicano.

¿Pero cuál es ese carácter? ¿Y cómo afecta al desarrollo del país? A responder a estas dos cuestiones dedica Castañeda, analista, escritor y docente, su libro Mañana o pasado. El misterio de los mexicanos (Aguilar), que ha presentó el martes en la Casa de América, de Madrid, acompañado por Javier Moreno, director de EL PAÍS, y Jesús Ceberio, su antecesor en el cargo y miembro del Consejo de Administración del diario, ambos buenos conocedores de la realidad mexicana.

Castañeda contrapone dos realidades: por un lado, el indudable despegue mexicano, con su economía (más o menos) abierta, su democracia representativa y el surgimiento de una nutrida clase media. Por otro, la pervivencia de unos rasgos del “carácter nacional” que resultan anacrónicos, y que retrasan la modernización del país: desde el individualismo al desapego a las leyes; desde el victimismo al rechazo al extranjero; desde la sacralización de las formas a la aversión al conflicto. Estas pautas de conducta dificultan la solución de los retos actuales: el crimen organizado, la corrupción, la economía informal, la debilidad de la sociedad civil o la falta de unidad.

Desde su puesto de canciller (ministro de Exteriores), que ocupó entre 2000 y 2003, Jorge Castañeda pudo observar de primera mano las reticencias del nuevo Gobierno del Partido Acción Nacional (PAN) a la hora de afrontar una ruptura con el régimen priista. El presidente, Vicente Fox, no quiso impulsar una verdadera comisión de la verdad sobre los crímenes del pasado, ni investigar la corrupción de funcionarios (que hubiera afectado al empresariado, como principal corruptor) ni denunciar a las claras la situación real en la que el PRI había dejado al país. “Aquello implicaba desmantelar el sistema corporativista mexicano: los monopolios públicos y privados, los sindicatos… Todo eso quedó intacto. ¿Tendrá alguien una plataforma antimonopólica para los comicios de 2012?”, se pregunta el politólogo.

En opinión de Javier Moreno, el libro es una “herramienta utilísima para entender los misterios de los mexicanos”, y tiene muchas lecturas para los españoles. Después de todo, rasgos como el individualismo o la falta de respeto a la ley no nos son tan ajenos. Y eso aporta, a su vez, esperanzas para México: a tenor de la historia peninsular hasta los años setenta, muchos dudaban de la capacidad de los españoles para vivir en democracia.

Si España se ancló en la Unión Europea para dar el salto a la modernidad, México tiene a su lado a Estados Unidos, denostado y admirado al mismo tiempo. El vecino del norte se ha convertido en el mejor ejemplo de que los mexicanos pueden adaptarse a los nuevos tiempos, como lo demuestran los millones de emigrantes que allí viven.

“Ante incentivos diferentes, los mexicanos reaccionan y se vuelven personas diferentes, no solo en el espacio público, como es el respeto a las leyes, sino sobre todo en el espacio privado”, señala Castañeda. El caso más ilustrativo lo aportan las mujeres. En EE UU, las mexicanas experimentan la libertad que ofrece tener un salario, o escolarizar más horas a los hijos, o contar con una autoridad a la que se puede recurrir para denunciar los malos tratos, por ejemplo. “En México aún no ha nacido la mujer que llame a la policía para decir que su novio la golpeó”. Son síntomas optimistas de que ese cambio necesario es también posible.

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