Viva Italia
Los más desesperados siempre pueden terminar ofreciendo un divino regalo a la esperanza. Si puede suceder en dictadura, con las cárceles llenas, las comisarías convertidas en trituradoras de seres humanos y los cementerios reducidos al único lugar de reposo de los resistentes asesinados, ¿cómo no va a suceder en un país libre, de larga tradición democrática, con instituciones y ciudadanos organizados y dispuestos a defender y ejercer sus derechos? Si en el sur del Mediterráneo caen las dictaduras, nada más lógico que en el norte, en Italia, caiga el estuprador de las libertades, de la democracia y de la decencia política en que se ha querido convertir Berlusconi en sus 17 años de vida política y sus once como presidente del Consejo de Ministros.
El primer plano se lo merece la consulta sobre el escudo judicial que protegía a Berlusconi. Después del rechazo masivo de la Ley del Legítimo Impedimento queda más cerca la eventualidad de la condena y, por qué no, de la cárcel. Pero este es un paso más de un capítulo y de una larga novela que empezó con la carrera política del Cavaliere, cuando se presentó por primera vez a las elecciones: lo hizo para evitar la prisión. Lo sustancial, lo trascendente, lo que dejará marca, es que Italia haya rechazado la energía nuclear, sumándose así a Alemania en la reacción drástica contra el átomo civil después de Fukushima.
Es una curiosa paradoja de la Italia actual que la democracia directa, que tantos disgustos y dificultades puede suscitar como instrumento populista (los minaretes prohibidos en Suiza); o como obstáculo insalvable para la gobernanza (las consultas en California y sus repercusiones en el déficit público) se haya revelado un excelente instrumento para frenar al populismo y mejorar la gobernanza en Italia.
Pero hay una segunda paradoja italiana. La consulta popular, instrumento clásico utilizado por todo tipo de regímenes durante el siglo XX, estaba vinculada a una buena instrumentalización de los medios de comunicación, la televisión sobre todo, y especialmente la pública, única hasta entrada la década de los 80. La figura redentora del presidente, que reclama el apoyo a sus propuestas, era perfecta para este esquema de consenso plebiscitario. Berlusconi tenía sobre el papel ambas cosas, la televisión única y su capacidad para llamar al voto del miedo. Pero nada le ha funcionado: más fuertes que sus teles son ahora las redes sociales y de la autoridad que pudo tener un día no queda nada después de sus públicos desenfrenos de erotómano y proxeneta. Y él lo sabía: de ahí que jugara como única carta una abstención del 50 por ciento que dejara sin validez la consulta.
Sin líderes se ha parado los pies a Berlusconi. En el nuevo mundo sin líderes, cuando aparece uno de la catadura del Cavaliere todo nos conduce a pensar que necesitamos a otro de parecido calibre para retarlo y vencerlo. No lo era Walter Veltroni y por eso se llevó las culpas de la derrota. Pero no era un problema de liderazgos, como acaba de demostrar este referéndum.
Berlusconi será al finalizar su paso por Palazzo Chiggi un mero paréntesis en la historia de Italia. Largo, es verdad. Demasiado largo y demasiado sucio. Pero paréntesis al cabo, sin contribución alguna que merezca el agradecimiento o al menos un recuerdo piadoso. Nadie ha mentido como él. Nadie ha tergiversado y manipulado como él. Nadie se ha mofado de unos y otros como él. Nadie ha faltado al respeto de las instituciones y ha llevado como él la política hasta las alcantarillas más bajas. Nadie ha humillado a las mujeres italianas como este presidente del Consejo fraudulento.
Su balance se resume en una frase: se defendió por todos los medios, legítimos e ilegítimos, para evitar la cárcel y su paso por la política no fue más que un aplazamiento para la acción de la justicia. Veremos si ahora termina como se merece. Sólo cabe reconocerle un mérito, aunque propiamente no sea suyo sino de Italia: la democracia va a sobrevivirle y muy probablemente sabrá regenerarse y vivificarse rápidamente. Italia está viva. Viva Italia.
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