Isabel II lanza en Irlanda un mensaje de reconciliación
"Nunca olvidaremos a los muertos", proclama la reina en Dublín
La reconciliación y la contrición por las turbulencias del pasado se fundieron ayer en el segundo día de la visita de Estado de Isabel II a Irlanda. Tanto la reina de Inglaterra como la presidenta de la República, Mary McAleese, hicieron reiterados votos por la reconciliación de ambos países, pero no se olvidaron de las propias heridas en sus breves discursos en el banquete de Estado en el castillo de Dublín que cerró la jornada de ayer.
Las dos subrayaron la amistad entre iguales y los intereses comunes que unen ahora a ambos países. Y lamentaron las heridas del pasado. "Esos acontecimientos nos han afectado a todos, a muchos de nosotros de forma personal, y son un legado doloroso", proclamó la reina, aludiendo así al asesinato por el IRA en aguas de Irlanda en 1979 de lord Mountbatten, tío del príncipe Felipe de Edimburgo, el marido de la reina.
"No podemos olvidar a quienes murieron o resultaron heridos, ni a sus familias", añadió. "A todos ellos, que sufrieron las consecuencias de nuestro tubulento pasado, les extiendo mis más sinceros pensamientos y profunda simpatía", dijo también, sin llegar a las disculpas que algunos quisieran haber oído aunque nadie esperaba.
La presidenta McAleese había ensalzado minutos antes los éxitos del proceso de paz en Irlanda y el carácter de igualdad que preside ahora las relaciones entre ambos países. Pero no pudo dejar de aludir de forma recriminatoria, aunque quizás también aceptando una parte de responsabilidad, hacia el pasado. "Inevitablemente, donde hay colonizadores y colonizados, el pasado es un repertorio de causas de amarga división", reconoció.
Antes, por la mañana, Isabel II y Mary McAleese habían depositado sendas coronas en el monumento que homenajea en Islanbridge a los 49.400 soldados irlandeses que murieron entre 1914 y 1918 durante la I Guerra Mundial vistiendo el uniforme británico. No muy lejos, la policía contuvo a los manifestantes republicanos que protestaban por la presencia del monarca británico en la República. Si la víspera apenas hubo un par de cientos de simpatizantes del disidente Sinn Féin Republicano (brazo político del IRA Continuidad), ayer apenas llegaron a medio centenar, contenidos por tres líneas de policías.
Por la tarde, la reina de Inglaterra visitó el estadio de Park Croke. No es una instalación deportiva cualquiera: es un lugar mítico del nacionalismo irlandés por ser sede de la Asociación Atlética Gaélica, pero es sobre todo el escenario de la matanza del Domingo Sangriento de 1920, en plena guerra de la Independencia.
En ese mismo estadio, hace más de 90 años, las fuerzas de seguridad británicas abrieron fuego contra la multitud en un tiroteo deliberado en el que murieron 14 espectadores y 80 resultaron heridos. Una matanza que se interpretó como venganza por la ejecución a sangre fría horas antes de 14 civiles a los que el IRA consideraba el corazón de los servicios secretos británicos en Irlanda. Es una matanza que sigue despertando polémica porque en el imaginario irlandés se trató de un acto organizado por el poder colonial mientras para los británicos fue un acto espontáneo de venganza de un grupo de policías, que en realidad eran mayoritariamente irlandeses.
Por la mañana, Isabel II y el duque de Edimburgo habían visitado la antigua fábrica de Guinness en Dublín. El duque pareció por un instante dispuesto a catar la pinta de negra cerveza que les ofrecieron, pero desistió. Quizás por la mirada de reojo de la reina. O porque la hora no acompañaba. O porque justo después tenían que visitar al primer ministro irlandés, Enda Kenny, y su esposa, Fionnula.
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