Sarcuzoni y Berlusky
Ya conocíamos esta monserga. Para salvar el Estado de bienestar dejemos el estado de bienestar como la espina de una sardina. Ahora, para salvar la libre circulación dentro de las fronteras de la Unión Europea reformemos lo que haga falta de Schengen. Berlusconi y Sarkozy, peleados justo hasta ayer, se pusieron rápidamente de acuerdo atizando donde mejor y más saben: a los inmigrantes que llegan a Europa desde las costas africanas. La cumbre franco-italiana sirve así para seguir salvando a Europa con el método de cargarse a Europa. Superadas las diferencias, numerosas y graves, se esfuerzan ambos por acercarse y parecerse, y a fe que lo consiguen cultivando los instintos más bajos de sus respectivos electorados.
La tensión a la que han llegado Francia e Italia en las última semanas ha sido un hecho insólito que da la medida del pésimo estado en que se encuentra el proyecto europeo. En los primeros compases de la revuelta contra Gadafi hubo medios próximos a Berlusconi que insinuaron la existencia de un plan francés para atacar los intereses italianos en Libia y sustituir la presencia de las empresas italianas por francesas. La actuación de Sarkozy con Cameron en la organización de la intervención militar contra Gadafi terminó de encelar al berlusconismo, que quiso devolverle la pelota mandandole refugiados tunecinos y libios con visados temporales.
Hay muchas semejanzas entre Berlusconi y Sarkozy. El sentido mediático que tienen cada uno de ellos. Su sentido teatral de la política. La personalización del poder. Los intensos reflejos derechistas y la volubilidad ideológica. Su oportunismo congénito. O su capacidad para remover las aguas más turbias del electorado. También hay diferencias, normalmente a favor del francés: Sarkozy se halla a años luz del descaro con que Berlusconi ha destruido la división de poderes, ha atacado a la justicia y a los medios de comunicación y ha sometido y esclavizado a sus colaboradores. Lo que en el italiano se da en proporciones imperiales, de Calígula contemporáneo, en Sarkozy se produce con republicana aunque eficaz modestia.
La mayor diferencia, quizás, radica en la diferente vocación de poder, meramente instrumental en uno, Berlusconi, para hacer negocio y evitar los tribunales, y en estado puro, por el gusto del poder mismo, en el caso de Sarkozy. No es una diferencia que favorezca al italiano, al contrario. De Sarkozy se pueden esperar iniciativas finalmente interesantes, aunque la intención pueda ser espuria. Es el caso de su actuación con Libia, donde brilla uno por su mezquindad y el otro por su capacidad de liderazgo. En la cumbre franco-italiana, en cambio, han brillado ambos a la par en su espíritu antieuropeo.
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