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Análisis:
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

El sabor de la derrota

Sarkozy comenzó el fin de semana como líder de la ofensiva europea y acabó el domingo afrontando un fracaso en las urnas

El sabor de la derrota... No en Libia, donde el sábado aviones Rafale franceses fueron los primeros en entrar en el espacio aéreo de Gadafi, sino en los colegios electorales franceses.

Para Nicolas Sarkozy ha sido un fin de semana extraño: comenzó con un Presidente seguro de sí mismo, ataviado por primera vez con su nueva indumentaria de jefe supremo de los Ejércitos, y el domingo terminó con un dirigente político que debía de sentirse traicionado e incomprendido por sus ciudadanos.

Está claro que la vencedora principal de las elecciones cantonales, unos comicios locales no demasiado relevantes que, de repente, a un año de las presidenciales de 2012, se consideran una especie de anticipo de estas, no ha sido la izquierda, aunque sí fuera la primera en votos, sino Marine Le Pen, líder del Frente Nacional (FN), de extrema derecha y contrario a la inmigración.

Por primera vez, el partido creado por el padre de Marine Le Pen, cuyo liderazgo ella acaba de asumir, obtuvo resultados muy similares a los de la Unión por un Movimiento Popular (UMP), formación del Presidente. En más de 50 circunscripciones, el candidato de la UMP ni siquiera se ha situado para la segunda vuelta, y el próximo domingo el FN se enfrentará a los socialistas.

Esta penosa situación tiene un sabor amargo para el presidente Sarkozy. En 2007 uno de sus principales éxitos fue el de reducir a Le Pen padre a la condición de figura decorativa en la primera vuelta de las presidenciales, al recuperar para la derecha tradicional a votantes perdidos. Desde entonces, uno de sus peores logros ha sido el de volver a perder a esos votantes, que, desilusionados y amargados, han regresado en masa a Le Pen padre y, cada vez más, a su hija.

Ahora que Marine Le Pen va a ser candidata a las presidenciales del año próximo, las señales de alarma suenan en todos los círculos políticos franceses. No tanto porque pueda ser elegida presidenta, un riesgo que no existe, sino porque está teniendo consecuencias devastadoras para las estrategias de todos los demás.

En 2002, Francia tuvo una pesadilla cuando Jean-Marie Le Pen quedó segundo en la primera vuelta de los comicios presidenciales, impidiendo en la segunda el tradicional enfrentamiento derecha-izquierda entre el presidente saliente Jacques Chirac y el candidato socialista Lionel Jospin, entonces primer ministro.

Las encuestas no habían previsto ese resultado, ya que lo tradicional es que los votantes oculten su apoyo al FN, incluso a los encuestadores. En la segunda vuelta, la izquierda francesa decidió apoyar a Jacques Chirac, optando por la disciplina "republicana" frente a la "amenaza fascista", lo cual envió por segunda vez al Elíseo al presidente Chirac, ¡con un inaudito 80 por ciento de los votos!

El lema fue "nunca más", pero eso era sin contar con Marine Le Pen... y sin el fracaso de Sarkozy. Marine Le Pen tiene una receta política imbatible y unas cuantas ventajas personales. Su partido nunca ha ocupado el Gobierno y, en consecuencia, no tiene responsabilidad alguna en la crisis económica y social del país, ni tampoco en el miedo a la decadencia que tanto pesa en estos tiempos en la mente de los votantes franceses.

No deja de recordarle a todo el mundo que durante los últimos 30 años la izquierda y la derecha han venido turnándose en el poder, en ocasiones compartiéndolo, y que en ese periodo no se han solucionado problemas como el desempleo, los guetos urbanos, la inseguridad o el endeudamiento público.

Durante un reciente debate televisado con Jean-Luc Melenchon, líder disidente de una escisión izquierdista del Partido Socialista que intenta convencer a los votantes de que es "distinto", Marine Le Pen insistió en dirigirse al él llamándole "Sr. Ministro", para recordarle a todo el mundo que es "uno de ellos", ya que formó parte de Gobiernos socialistas.

Durante otro debate, celebrado en el principal canal público en horario de máxima audiencia, se asistió a una escena irreal: sentados en el estudio aparecían cuatro dirigentes políticos convencionales, que iban desde la UMP hasta el Partido Socialista, y, cerniéndose sobre ellos en una pantalla, la figura de Marine Le Pen, que participaba en el mismo por videoconferencia.

Allí estaba Le Pen, sin dejar de reírse en su camino a las urnas, ante cuatro hombres que discutían formas de reducir su influencia, mientras esa mujer rubia los miraba desde su elevada posición, diciéndoles que todos ellos eran responsables de los problemas de esta sociedad.

En otros tiempos, esa cómoda posición se habría desechado fácilmente, viendo en ella falta de experiencia y de madurez, pero ya no es así en un país que ha perdido la fe en sus políticos y que descubre que esta francesísima mujer de 43 años dice lo que muchos quieren oír. Sobre todo el tradicional discurso del FN contra los inmigrantes, que no deja de convertirse en una cruzada antimusulmana.

Además, Marine Le Pen se ha empeñado en librarse de la parte más provocadora de su padre, principal ventaja de este cuando trataba de imponerse, pero que ahora es un lastre para una dirigente de menor edad como ella.

Mientras que para su padre las cámaras de gas de la Segunda Guerra Mundial eran un "detalle", algo que le llevó ante los tribunales, ella ha dicho que el Holocausto fue el peor momento de la historia del siglo XX y ha intentado librar al FN de sus más visibles rasgos neofascistas, para convertirlo en un partido antisistema, aceptable, calladamente populista y casi respetable, situado "a la derecha de la derecha".

Sus primeros éxitos y la recuperación del FN en las urnas han desatado el pánico entre los dirigentes del partido presidencial, y el mal asesorado Sarkozy ha decidido enfrentarse a ella en su propio terreno. Lo cual condujo el año pasado a la mediática campaña de redadas y expulsiones de romaníes, a la aprobación de nuevas y estrictas leyes de seguridad y a un creciente tono antimusulmán. Hace solo una semana, Claude Gueant, ministro del Interior y firme aliado de Sarkozy, declaró que estaba de acuerdo en que cada vez hay más franceses que no se "sienten cómodos" con una "inmigración incontrolada". A continuación, Marine Le Pen bromeó diciendo que ahora podría unirse a su partido.

Como se ha visto en una reciente y polémica encuesta, el resultado ha sido que Marine Le Pen podría acabar fijando el tono de la campaña política de 2012 o que, como indica el resultado de las cantonales, por lo menos podría rebajar a la UMP. Así se podría llegar a un escenario inverso al de 2002, en el que el Frente Nacional se enfrentaría en la segunda vuelta de las presidenciales al candidato socialista y no a la derecha tradicional.

Sarkozy está ante un gran dilema: con un año de margen y unos índices de popularidad que ningún Presidente había tenido tan bajos desde la instauración de la Quinta República hace medio siglo, ¿continuará con una estrategia que, llegados a este punto, solo le ha reportado derrotas políticas y descrédito moral?

Por su parte, Marine Le Pen no ha respondido a una pregunta clave: ¿está dispuesta a permanecer fuera del sistema como su padre, disfrutando del éxito político de una alborotadora pero sin asumir riesgos? ¿O, a sus 42 años, baraja la posibilidad de entrar algún día en una coalición de Gobierno, lo cual supondría el fin de la inocencia, pero una situación que una joven y ambiciosa mujer no puede desechar del todo?

La respuesta a ambas preguntas determinará el futuro de la política francesa. El domingo por la noche, cuando la derrota del UMP estaba clara, su secretario general Jean-François Copé, ya candidato declarado a la presidencia en 2017, rechazó el "pacto republicano" de 2002: en caso de duelo entre el Frente Nacional y los socialistas, a los votantes de la UMP no se les pedirá que voten a la izquierda. Un funesto presagio.

Entretanto, el desafío está entre la izquierda, que, esforzándose todavía por recuperarse de una serie de derrotas, sigue teniendo una cúpula dividida, una profusión de candidatos presidenciales y un programa que desde luego no ha suscitado entusiasmo en el conjunto del país. La izquierda aún tiene que demostrar que puede ser una alternativa creíble a una derecha desacreditada, antes de que Marine Le Pen cambie el juego político y saque partido a esa nueva situación.

Pierre Haski fue corresponsal de la Agencia France Presse y del periódico francés 'Libération' en Johanesburgo, Jerusalén y Pekín, así como director adjunto de ese rotativo. Es además confundador y consejero delegado de la página web 'French Independent News'. Traducción de Jesús Cuéllar Menezo

El presidente francés, Nicolas Sarkozy, saluda en el Elíseo a dos representantes del Consejo Nacional libio, el Gobierno rebelde.
El presidente francés, Nicolas Sarkozy, saluda en el Elíseo a dos representantes del Consejo Nacional libio, el Gobierno rebelde.CHRISTOPHE ENA (AP)

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