Las 'perlas' de Suleimán
El vicepresidente egipcio se muestra desafiante tras varias semanas de discursos ambiguos y conciliadores
El discurso tornadizo de Omar Suleimán, nombrado vicepresidente de Egipto el 29 de enero, mostró ayer su cara más provocativa en un comunicado ante los directores de la prensa egipcia. Tras endulzar los oídos de Washington y Bruselas las últimas semanas con promesas de transición, el que fuera jefe de espionaje militar durante los últimos 20 años, abogó por mantener el orden anterior. Y lo que es más alarmante si cabe, definió a la sociedad egipcia como "falta de cultura democrática".
El nuevo hombre fuerte de Mubarak se estrenó en el cargo con un mensaje moderador y dispuesto a "abrir negociaciones inmediatas con las fuerzas políticas para comenzar un diálogo sobre las cuestiones relacionadas con las reformas constitucionales y legislativas". Días más tarde y ante la presión popular que le instaba a disolver el Parlamento y anunciar elecciones, Suleimán fue claro en el procedimiento: "Sin Parlamento no habría reformas" y abogaba por mantener las instituciones hasta las elecciones previstas para septiembre.
Suleimán afirmó ayer que las protestas eran "una absoluta e intolerable falta de respeto hacia el presidente", y amenazó con un "golpe de Estado" si la oposición no aceptaba las condiciones del Gobierno, algo que acabó por encender los ánimos de los manifestantes. "No acabará el régimen, porque eso significaría caos" y advirtió sin ambages esta vez que "no tolerarán más desobediencia civil" a la que calificó de "extremadamente violenta".
La carrera de Omar Suleimán (Quena, 1935) empieza a despegar a mediados de los años 80 como vicejefe del espionaje militar, convirtiéndose en 1991 en director de ese servicio y tan sólo dos años más tarde en el responsable de la Dirección General de Inteligencia Egipcia. Su estrecha relación con Mubarak, y su buena fama como mediador en los conflictos entre Israel y los palestinos le han convertido en candidato para relevar a Mubarak por encima de su hijo Gamal. Su alineación con el aun presidente le resta credibilidad ante los manifestantes como conductor de cambio. El régimen parece jugar ante las presiones extranjeras a ese dilema: nosotros o el caos.
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