El cóctel del miedo
Estos cócteles funcionan porque se nutren de ingredientes reales, sentimientos a pie de calle, irracionales en casi todos los casos, pero en absoluto inventados por los maquiavelos extremistas. Tienen además la virtud de que desbordan a los partidos que los utilizan. Si Wilders ha llegado tan lejos es porque roba votos a puñados de los partidos tradicionales, las viejas formaciones de masas europeas, representantes de ideologías moderadas y correctas, que han sido de gran utilidad durante más de medio siglo, pero no han sabido luego renovarse y reconectar con los ciudadanos.
Hay que partir de un principio: todo lo que se ha dicho de la socialdemocracia vale también para la democracia cristiana. Cuando el sistema que hemos conocido hasta ahora empieza a caerse a trozos, vemos con nitidez que ambas ideologías eran en realidad los dos brazos de un mismo árbol, responsable de la mayor parte de las cosas buenas que tenemos, como la Unión Europea, el Estado social, o la era más larga de paz, prosperidad y estabilidad de la historia. Y si ahora han entrado en una severa crisis, es porque con la globalización y las turbulencias financieras han entrado también en la zona de lo contingente tanto el Estado de bienestar como la construcción europea; y porque aquellos viejos partidos no tienen idea de cómo acompañar a los ciudadanos en el camino hacia esta nueva Europa que saldrá de la crisis y sobre la que de momento todavía nada sabemos.
El ejemplo holandés es explícito: ha sido la democracia cristiana la que ha mordido el polvo como nos tenía habituados en los últimos años la socialdemocracia. Su líder y primer ministro, Jan Peter Balkenende, ha sufrido la humillación de quedar desplazado hasta el cuarto puesto. El partido de Wilders es ahora la fuerza imprescindible, incluso para formar gobierno, con ideas tan peregrinas a cuestas como imponer un impuesto al velo femenino, prohibir el Corán o cerrar el Parlamento Europeo.
Ante el cóctel del miedo podemos rasgarnos las vestiduras y escandalizarnos como fariseos. Pero sería más útil que todos, ciudadanos y responsables políticos, intentáramos una seria reflexión sobre sus causas y sobre la marcha de nuestras sociedades y nuestras democracias.
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