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¡Y que se enoja Obama!

La muerte de tres estadounidenses en Ciudad Juárez irrita en EEUU, pero en México ya muchos, y desde mucho antes, están hartos de la violencia

Decía en los 60 ese grande que es Bob Dylan: cuando estás perdido en la lluvia de Juárez y además es Pascua, tu gravedad falla y ni la negatividad te ayuda como resorte, no te des aires de grandeza. Hasta aquí Dylan, yo agrego: por piedad, no te la vayas a creer.

"Tenían que matar a tres gringos para que se dieran cuenta que el problema es enorme en Ciudad Juárez." Suena injusto, suena duro, suena cruel. Y lo es. Pero comienza a enclavarse la percepción. El ciudadano de a pie, los opinadores profesionales, muchos más. Hay de muertes a muertes, dicen unos. No valen todas igual, coinciden otros. Para algunos las muertes que importan ayudan, porque atraen la atención; para los más sólo evidencian el "desprecio oficial" ante una situación evidente.

Domingo, que además era de periodo festivo. Pero la violencia no concede tregua en México. Decenas de asesinados en Acapulco, ese balneario del Pacífico legendario. En un fin de semana en que las playas mexicanas suelen recibir a hordas de adolescentes tardíos que escapan de sus rutinas estadounidenses para celebrar la pausa de la Primavera; en ese espacio, decenas de muertos. Cierto, alejadas del jaloneo turístico; pero tampoco Acapulco es metrópolis extendida, ni las noticias quedan acotadas a sus entornos inmediatos. Todos nos enteramos de todo, porque la sangre vende y las muertes se provocan para comunicarlas. Así es. Hasta ahí, y sé que sueno cínica, todo se mantenía en el ámbito local.

Por la tarde cambiaron las cosas.

Tres personas, una de ellas además embarazada, mueren acribilladas en Ciudad Juárez. Pareciera noticia común; salvo por un detallito: son estadounidenses o vinculados al Consulado de ese país en esa ciudad. Lesley A. Enríquez, Arturo Haycock Redelf y Alberto Salcido Ceniceros. Muertes lamentables, sin duda ni regateo; dramáticas como toda pérdida humana. En diferentes momentos, pero los tres mueren en lo que parecieran embestidas planeadas. La imagen que queda: una bebita de meses que llora en silencio, sentada, en el asiento trasero de uno de los autos baleados. El llanto silencioso del trauma innegable. Como si supiera que gritar no tiene sentido, y además es peligroso.

Lunes siguiente. La prensa mexicana se hace eco del hecho y las reacciones. Salvo excepciones, todos coinciden: Obama está indignado, pero sobre todo enojado. Porque sí, el Presidente de Estados Unidos, desde el mismo domingo, externó su indignación; la canciller Clinton, lo secundó; los medios estadounidenses pasaron de reportar como cotidiana la violencia en ciertas regiones mexicanas, a lamentar la injusta muerte de los suyos. Me parece que tampoco debiéramos esperar otra cosa. México protesta cuando en Estados Unidos se va a ejecutar a algún mexicano; pero no hay una política expresa y constante de reprobación a la pena de muerte en aquel país. Las cosas duelen, en serio, cuando nos tocan. Mientras, sólo son noticia, referencia y, si acaso, horizonte para la toma de decisión.

En voz del presidente Calderón, México reprueba el asesinato de los estadounidenses y promete aclarar el hecho. Coincide además con la visita del propio Calderón a Juárez, aderezado por el "gazapo Power Point": ante la sociedad civil juarense, el Secretario de Seguridad Pública presenta en láminas electrónicas las cifras que dan fe de la disminución de asesinatos, secuestros y actos violentos en Juárez. El mensaje quier ser claro: ustedes sentirán miedo, y ven muertos, pero en éste mi Power Point nos vamos acercando a un mundo menos rudo. Si no lo creen, el problema es de su percepción; la realidad real es otra. Eso sí, la condena a los asesinatos de los estadounidenses se mantiene; aunque por ahí se filtra el reclamo de Calderón: hay que ser corresponsables; no es sólo la guerra de México.

Reconozcamos: la muerte de ciudadanos de Estados Unidos era inevitable, tarde o temprano, dado el curso de los acontecimientos. Había, así nos vamos enterando, amenazas previas y desencuentros evidentes. La franja fronteriza es tan tierra de nadie y de todos, que mexicanos y estadounidenses comparten contexto, aunque no siempre destino. Pero, como en todo, la forma es fondo, los actos importan y los gestos denuncian. Así como la prensa mexicana casi parecía asustada por el enojo de Obama -como cuando algún padre nos descubre en acto indebido-, así el gobierno, desde su Presidente, mostró una sensibilidad frente a las muertes ajenas que no había manifestado ante las propias. Por eso los comentarios recurrentes: "tenían que matar a tres gringos para que se dieran cuenta que el problema es enorme en Ciudad Juárez."

Ahora las autoridades, sólo están paradas ahí, y fanfarronean. ¡Cómo chantajearon al sargento de armas hasta que abandonó su puesto! Y se ensañaron con Ángel, recién llegado de la costa, quien se veía tan fino de primeras, y terminó lo más parecido a un espectro. Sí, sigue siendo el Dylan de los 60, y el andar perdido en Juárez.

Señores, los que toman decisiones y los que asesoran a quienes toman decisiones: no pretendemos que sean los salvadores de la Patria ni de enredos que llegaron de lejos. Sabemos que Juárez, Acapulco, Torreón..., son heridas de raíz profunda. Entendemos la reacción ante el enojo de Obama. Pero, por favor, no hagan sentir que hay muertes que importan más. Si el muy lamentable asesinato de los tres estadounidenses acelera la recuperación de los espacios públicos, pues habrá servido de algo. No será la primera muerte famosa o importante que impulse cambios. Pero hasta en esto debe haber consideraciones. Obama se acaba de enojar, sí; pero muchos mexicanos lo estamos desde hace tiempo.

Y ni Bob Dylan camina ya las calles de Juárez.

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