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Cerrado el país hasta nuevo aviso

¿Está preparado México para un terremoto?

¿Será que ya hicimos enojar a la Tierra? Es cierto, desatada la furia en aguas desbordadas o suelos que se mueven o volcanes que se explayan, se puede hacer hasta donde se puede hacer; ahí juegan las condiciones y las reacciones. Pero la cultura de la prevención debiera ser característica irrenunciable de las sociedades del Siglo XXI. Si no por otra cosa, porque ahora ya sabemos: releguemos a la ignorancia a calidad de escudo de otros tiempos.

En el lapso de dos meses, dos terremotos de este lado del globo. Magnitudes y dimensiones que habríamos querido evitar. Arrancó con Haití, siguió con Chile. Esos fueron los grandes, pero la tierra no ha dejado de moverse, ni de inundarse, ni de congelarse o derretirse.

Dice Antonio Skármeta, escritor chileno de voz presente, que la catástrofe, el terremoto, terminó anulando todo: conciertos, cines, partidos de fútbol. "Cerrado el país hasta nuevo aviso", porque un episodio de esta naturaleza no sólo trae consigo destrucción y muerte, sino que trastoca la vida toda. Podría parecer frívola la preocupación por la cancelación de un partido de fútbol frente a las muertes o las desapariciones. Pero insistiré en que la dimensión de una tragedia, como la sucedida en Haití hace apenas unas semanas, y la muy reciente en Chile, con sus diferencias, se mide también por la forma en que impacta nuestra cotidianeidad.

La realidad híper comunicada en que vivimos nos tiene inmersos en testimonios, fotografías, videos, sonidos, más fotografías, muchos más testimonios. Pareciera que no hay minuto de estas tragedias que no se documente minuciosamente. En su momento hablamos de Haití; ahora, con Chile, tras ese espectacular movimiento inicial de 8.8 grados, sucedió lo mismo pero potenciado. A través de las redes sociales se supo de lo sucedido, se echaron a andar sistemas de búsqueda y localización, y las voces chilenas se daban ánimo ante la devastación. ¡Fuerza Chile!, circuló no sólo de boca en boca, a partir de la propia de la Presidenta Bachelet, sino que se convirtió en una especie de mantra. Y si bien las telecomunicaciones, como suele suceder en estos casos, se interrumpieron, hubo posibilidad de seguir, por ejemplo, las transmisiones en vivo de Televisión Nacional de Chile, incluso a través de una señal por Internet que aguantó la sacudida y las miles de personas conectadas. Una y otra vez se repite: vivimos en la época de las tragedias en tiempo real.

"Fue una impresión brutal, pensé que era muy difícil que sobreviviéramos. La sacudida terrible; yo había vivido el terremoto del 85 en México, pero sin duda este fue de una magnitud muy superior. Estaba yo en un séptimo piso, el edificio se comenzó a mover, a crujir, empezaron a caer botellas, libros por todas partes." Es el escritor mexicano Juan Villoro, presente en Chile junto a muchos intelectuales, editores, escritores para atender diversos foros sobre Lengua y Literatura que debían celebrarse. Las voces de Skármeta y de Villoro son sólo unas entre muchísimas; pero recogen el miedo, la sorpresa, la indefensión, la incertidumbre que una vivencia de este tipo deja tatuada como marca de agua. Quienes hemos vivido, por ejemplo, cómo se levanta la tierra y se sacude y gime y se retuerce, en un movimiento que parece no cesar, esos dos o uno o medio minuto que se hacen eternos; quienes lo hemos vivido sabemos que nunca se te quita de la piel.

Por eso mismo habremos de insistir en que no podemos minimizar la cultura de la prevención. En el caso de México, muchos de los que hoy habitan en el Distrito Federal, por ejemplo, nacieron después de aquel sismo devastador de 1985. De los millones que hoy tienen menos de 25 años, pocos saben lo que significa que la Tierra se mueva brutalmente; que las paredes se doblen como gelatina; que el arriba pase abajo en un vaivén interminable; que se comiencen a desmoronar los techos, y los pisos; que, literalmente, ruja. Y mucho tenemos que hacer para estar mejor preparados ante una eventualidad que sabemos, puede presentarse. No sé si la Tierra esté enojada -diría Evo Morales que han sido las políticas neoliberales las culpables de los sismos como el de Chile-; pero ya no podemos sumirnos en la narrativa de los caprichos absolutos de una naturaleza que castiga. Suena bonito como proclama, pero no mucho más que eso.

Las autoridades del Distrito Federal, en México, decían hace unos días que organizar un macro simulacro, para retomar la cultura de la prevención ante los sismos, llevaría más de 4 meses. Pero los sismos sólo duran unos minutillos. ¿Cómo empatamos tiempos? Es cierto, en México es obligatorio que se lleven a cabo simulacros y se insista en los pasos a seguir ante un temblor, por ejemplo. Pero nos ha ganado la inercia: los últimos simulacros en que he participado, todos previamente anunciados, me permitieron ver a personas que con la lentitud del saber que lo que sucede no sucede, se movían a paso de un gallo sereno. Recordemos la adrenalina, el miedo, la parálisis, la histeria, la víscera que se activa cuando algo sucede de veras. ¿Estamos preparados?

Sí, cada vez más sabemos cómo comunicar en tiempo real las tragedias; pero seguiremos siendo protagonistas inermes de ellas si no nos tomamos muy en serio que tal vez la Tierra no esté enojada, pero sí que está viva y cambiante. "Cerrado el país hasta nuevo aviso" debiera ser, si acaso, título de una película hollywoodiense de domingo en familia. No más.

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