¿Un naufragio en puertas?
Una parte de los problemas vienen de su nuevo socio, los liberales del FDP dirigidos por el ministro de Exteriores Guido Westervelle. La ausencia del poder durante 11 años y la bisoñez política de la nueva generación y de su líder están pesando más de la cuenta. En muy poco tiempo los liberales han conseguido pelearse con la CSU bávara, el partido federado a la CDU de Merkel, ni más ni menos que en tres capítulos. Dos de política internacional: Westervelle quisiera mejorar las relaciones con Turquía y con Polonia, algo que a los ultraconservadores bávaros les parece muy mal; no quieren ver a los turcos en la Unión Europea y no desean gestos excesivamente conciliadores con los polacos a propósito de los Vertriebene (los alemanes expulsados de los antiguos territorios alemanes). El otro punto de fricción es más serio todavía: los impuestos; Westervelle, en cumplimiento de las promesas electorales quisiera recortar los impuestos en tres años a partir de 2011 en 24.000 millones de euros, los socialconservadores bávaros están horrorizados con el crecimiento descomunal de la deuda y del déficit que acarrearía, en contra de la más clásica cultural de austeridad y rigor monetarios alemanes.
Pero otra parte de los problemas vienen del propio partido de Merkel. La canciller ha tenido siempre un déficit de carisma interno en su partido, que ha sabido compensar con su imagen tranquila, su perfil político bajo y su capacidad para sintonizar con la ciudadanía. Consiguió su primera victoria en 2005 a duras penas, de forma que lo que todos esperaban de la segunda es que sirviera para lanzarla definitivamente a la más alta órbita de la política alemana. De momento no es esto lo que está sucediendo y las dudas han empezado a asaltar a unos a otros, sin que falten Casandras que anuncien la imposibilidad de que la actual coalición llegue a fraguar y el obligatorio regreso a la gran coalición con los derrotados socialdemócratas.
Esto sin contar con las peleas a cuenta de la intervención militar alemana en Afganistán, agravadas por los efectos del bombardeo y las numerosas muertes de civiles afganos producidos en Kunduz, todavía con el gobierno de gran coalición durante la campaña electoral. Este gobierno ha tenido una primera crisis, a cuenta de Afganistán, con la dimisión a los veinte días de su toma de posesión del ministro de Trabajo y Asuntos Sociales, Franz-Josef Jung, responsable como ministro de defensa del anterior gabinete del ocultamiento y de la pésima gestión de aquel horrible incidente militar.
Además, varios jefes de fila parlamentarios de tres estados federados (Hesse, Turingia y Sajonia) han denunciado este domingo, en un artículo publicado por el Frankfurter Allgemeine Sontagzeitung, la falta de liderazgo de Merkel, su fijación más en la popularidad propia que en la identidad del partido y la ausencia de estrategia en la formación de la coalición de Gobierno, fruto más de la suerte que de una visión política.
Las mejores lecciones sobre las expectativas excesivas las podemos tomar en estos tiempos de la política norteamericana. Pero, a la vista del desolado paisaje que ofrece Europa, Angela Merkel no le andaba muy a la zaga en cuanto a ilusiones levantadas. Muchos eran en toda Europa los que esperaban que la segunda victoria de la canciller, su asentamiento como dirigente europea y la renovación que significaba la incorporación de un partido purgado por su paso a la oposición dieran un nuevo impulso a Alemania y detrás suyo al resto de Europa. Por lejana que pueda parecer la política alemana no hay que olvidar nunca el peso económico de su economía y el papel central que suele tener en las recuperaciones y salidas de las crisis. Estos días se habla y escribe mucho sobre la presidencia española y la difícil credibilidad del Gobierno para dirigir ordenadamente el regreso al crecimiento. Pero tan preocupante o más me parece a mí para Europa esta mala salida del gobierno de coalición conservador-liberal que lleva apenas dos meses instalado en Berlín.
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