El dilema de los ayatolás
Las autoridades iraníes afrontaban este domingo un difícil dilema. Si como anunciaron reprimían con dureza las protestas, el riesgo de nuevos muertos agravaría las fisuras que la crisis postelectoral ha abierto en la sociedad iraní. Si no actuaban, la oposición se beneficiaría del ciclo de festividades religiosas y ceremonias de duelo por los difuntos como ya sucediera en los meses previos a la revolución que expulsó del poder al Sha hace treinta años. Lo que está claro es que no podían impedir que la gente saliera a la calle el día más importante de su calendario, la Ashurá, que conmemora el mito fundador del islam chií: la muerte de Husein, el nieto de Mahoma, a manos del califa Yazid.
Optaron por pedir a las cofradías que realizaran sus ceremonias a puerta cerrada y limitaran las procesiones para evitar que los opositores las capitalizaran. Todas las medidas resultaron vanas. En el centro de Teherán hubo más manifestantes antigubernamentales que penitentes. El pulso, seis meses después de que la oposición acusara al presidente Mahmud Ahmadineyad de haber robado las elecciones, prueba el grado de hartazgo de una buena parte de los iraníes con un sistema político que les ha llevado a un callejón sin salida político, económico y en sus relaciones con el mundo.
Las autoridades acusan a "las potencias extranjeras de incitar las protestas". Pero hace falta mucha convicción para echarse a la calle tras la represión que el pasado verano dejó, según cifras oficiales, 36 muertos y 4.000 detenidos, de los que dos centenares fueron a juicio y 80 de ellos han sido condenados a penas de entre 5 y 15 años de cárcel. La oposición duplica la cifra de muertos y ha denunciado torturas y violaciones en las cárceles. Nada de eso ha frenado hoy a decenas de miles de iraníes.
Y no sólo en Teherán. Noticias de protestas en Tabriz, Ilam, Mahabad, Isfahán, Nayafabad, Shiraz, dejan patente que el malestar no se limita a las élites aburguesadas de la capital, los "cuatro niños ricos" a los que se refiriera Ahmadineyad. La crisis ha revelado divisiones incluso entre las élites dirigentes. Los ex presidentes Rafsanyaní y Jatamí han mostrado su apoyo a la oposición. También destacados clérigos, como el gran ayatolá Hosein Ali Montazerí, cuya muerte hace ocho días, a los 87 años, ha dado un nuevo impulso a las protestas al sumar a los jóvenes activistas urbanos a sus seguidores, gente de mayor edad y más religiosos.
Lo que es más grave, por primera vez este domingo, hay indicaciones de discrepancias dentro incluso de las fuerzas de seguridad. Algunas fuentes hablan de que en varios puntos hubo agentes que se negaron a obedecer las órdenes de disparar. De confirmarse, abriría una nueva brecha contra el régimen.
Al mismo tiempo, el enroque de los fundamentalistas que controlan los centros de poder está contribuyendo a radicalizar a los manifestantes. Su negativa a entablar un diálogo con la oposición, como les han sugerido algunos conservadores moderados, ha destruido todos los puentes para la reconciliación. En las manifestaciones ya no se pide la repetición de las elecciones (aquel famoso "¿dónde está mi voto?), sino el final del sistema islámico ("Muerte a Jameneí", en referencia al líder supremo, o "Revolución, libertad, República iraní", parafraseando el lema oficial que acaba con República Islámica).
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