Límites y reglas
El poderoso siempre intenta escaparse, encontrar un punto de fuga por donde se produzca la expansión de su poder, conseguir una ley especial que sólo valga para él. Sólo se salvan quienes se incorporan humildemente al servicio de la comunidad, aceptando los límites, comprometiéndose a someterse a las reglas y añadiendo un plus además de autocontención y de prudencia. Son muy pocos. En el panorama europeo soy capaz de señalar a una persona sin mucho riesgo de equivocarme: Angela Merkel. El sistema contribuye, no hay duda, pero no basta. Sus dos predecesores, Helmut Kohl y Gerhard Schroeder, no demostraron las mismas virtudes. Alemania tiene probablemente el Estado de derecho más sofisticado y equilibrado y la democracia más fina entre todos los grandes países; pero no basta. Lo definitivo es la persona, su carácter, su formación, sus ideas y valores.
Estoy leyendo el segundo volumen de las memorias de Jordi Pujol, que ha presidido el Gobierno de la Generalitat de Catalunya durante 23 años y sabe muy bien lo que es el poder, aunque en su caso haya contado con una limitación de principio, constitucional, por el carácter territorial y subordinado que tiene todo gobierno autonómico. En mi lectura he subrayado un párrafo donde habla de la fugacidad del poder y de la política y asegura que “hemos de tener presente aquellos versos del canto XXIV de ‘La pell de brau’ de Salvador Espriu que rezan: ‘Si et criden a guiar/ un breu moment/ del mil.lenari pas/ de les generacions…’ y que en la cuarta estrofa dicen: ‘No esperis mai/ deixar record,/ car ets tan sols/ el més humil/ dels servidors’.
Gran parte de los poderosos de hoy no creo que quieran dejar recuerdo alguno. Les importa un pimiento la historia y la memoria futura. Pero están dispuestos a sacar provecho del poder hasta apurar sus heces. Ensanchar los límites, fabricar una regla propia y única para su caso y reírse además de lo que vaya a quedar luego. Sin esto no es explica eso que Saramago llama el fascismo con corbata de Armani de Berlusconi. Tampoco la monarquía electiva y regaliana de Sarkozy, que concede títulos y prebendas como en el anrtiguo régimen, empezando por su propio hijo. Ni la personalización del poder de la que hacen gala muchos políticos aquí y allí, entre otros nuestro querido Zapatero.
Necesitamos gobiernos de las leyes, rules of law, no gobiernos de los hombres. Esta verdad tan elemental hay que repetirla una y otra vez porque la realidad nos demuestra un día sí y otro también cuán lejos estamos todavía de este grado de civilización. Y baste como último ejemplo de tal comportamiento arcaico y despótico la forma tan hispánica de despachar el embrollo en que se había metido el presidente valenciano, Francisco Camps, con el caso Gürtel. Rajoy ha demostrado también que los límites y las reglas sirven mientras sirven, y cuando no son útiles funciona el cuartelero ordeno y mando y el consejo de guerra sumarísimo y sin contemplaciones. Ar!
(Es la primera, pero no será la última vez, que aluda o escriba sobre este libro de Jordi Pujol, titulado 'Tiempo de construir. Memorias (1980-1993)', Destino. Para quien no tenga suficiente conocimiento de catalán, añado la traducción de los versos de Espriu que vienen en la nota de pie de página de la edición castellana: 'Si eres llamado a dirigir/ un breve momento/ del milenario paso/ de las generaciones/ (...) no esperes nunca/ dejar recuerdo/ pues eres solamente/ el más humilde/ de los servidores'.)
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