Los cien días
Hoy se celebra un rito de paso de la política norteamericana. Los cien días es una ceremonia de enaltecimiento del voluntarismo presidencial y de la acción transformadora de la política. Tiene una remota inspiración en los cien días de Bonaparte, entre el 20 de marzo y el 8 de julio de 1815, desde el regreso del Emperador de su destierro en la isla de Elba hasta su definitiva abdicación; pero su auténtico antecedente son los cien días en que el Congreso de Estados Unidos permaneció abierto desde la toma de posesión de Franklin Delano Roseevelt, el 9 de marzo, hasta el 16 de junio de 1933, momento en que terminó la legislación de su New Deal, el plan de recuperación económica que empezó a sacar al país del pozo negro de la Gran Depresión. Los cien días napoleónicos celebran el fracaso de un retorno, de una segunda vez; mientras que los rooseveltianos evocan el período de mayor actividad legislativa de la historia de Estados Unidos y han creado una pauta de evaluación de toda presidencia. Hoy es el día en que hay suficientes elementos como para someter al presidente a una primera evaluación: todo examen es rito de paso y a la vez un hito que cierra una etapa y abre otra.
La nota que le han puesto los ciudadanos norteamericanos en sus encuestas no puede ser mejor: más que aprobado, notable, e incluso sobresaliente como sólo lo han conseguido muy pocos presidentes en este período de tiempo. La nota de los comentaristas y analistas tampoco puede ser mejor, en su país y en todo el mundo; y lo mismo cabe decir de sus pares, las clases políticas de todos los países que cuentan. Su marcha hacia la Casa Blanca, primero con las primarias y después con la campaña presidencial, ya fue portentosa. Su toma de posesión y su instalación fueron un acontecimiento histórico lleno de pasión política y de emoción patriótica americanas, como corresponde al primer presidente afro americano que entra en la Casa Blanca. Y sus primeros cien días han resultado fulgurantes y llenos de contenido, marcando una inflexión en todos los terrenos políticos, pero sobre todo en la economía, la política exterior y los derechos humanos. La imagen de Estados Unidos en el mundo ha cambiado a estas horas como un calcetín.
Una de los secretos de esta presidencia es el cuidado que presta Obama y detrás suyo todo su equipo a la comunicación. Todos sus discursos son auténticas piezas oratorias, muy bien trabajadas de ideas y mejor pronunciadas ante el público. La voz y la imagen presidenciales tienen una presencia, gracias entre otras cosas a los nuevos medios tecnológicos, como youtube, mucho más directa y próxima que ningún otro presidente hasta ahora. Todo el conjunto de instrumentos digitales tiene un papel enorme en la movilización de los ciudadanos a la hora de suscitar apoyos para el Gobierno como antes se hizo en la campaña electoral. Este mismo acontecimiento de hoy, la celebración de los cien días, forma parte también de esta estrategia de comunicación tan bien trabajada, dedicada a generar permanentemente consensos alrededor de las propuestas de la nueva Casa Blanca.
El reto que se abre al doblar el cabo de los cien días es que esta imagen tan excelente empiece a producir resultados tangibles. Hasta ahora se ha dedicado a desplegar sus posiciones, de forma muy osada en gran número de casos, pero no ha entrado a resolver todavía. No se le podía pedir que lo hiciera en su primer tramo, pero debe ir haciéndolo uno a uno a partir de ahora. En realidad, entre todas las decisiones que Obama ha tomado hasta ahora, hay una que anticipa la dificultad de la acción transformadora, y ésta ha sido la orden de publicar los memorandos de los abogados de Bush que cubrían las torturas de la CIA.
Esta decisión, como todas las de este calibre que deberá tomar en los próximos meses, puede producir profundas divisiones en sus propias filas, empezar a enajenar a la opinión pública y terminar atándole de pies y manos gracias a la gran capacidad de maniobra que tiene el Congreso. No hay que olvidar que siempre hay unas elecciones a menos de dos años vista en las que se juegan muchos escaños y otros tantos intereses.
Obama lo ha hecho hasta ahora muy bien, pero la prueba todavía no tiene suficiente relevancia como para dar por definitivamente encaminada esta presidencia. Desde muy adentro en la Casa Blanca se considera que la recesión se puede llevar al presidente por delante y que lo mismo puede suceder con su fantástica locura política de querer reformar el sistema de salud: una mala conjunción de ambos factores podría convertirle en un prematuro pato cojo en 2010 y en un presidente de un sólo mandato en 2012. Ojo a los cien días: sólo es el aperitivo.
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