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Reportaje:

"No queremos ser la cárcel del Mediterráneo"

Los 5.000 habitantes de Lampedusa se niegan a que la isla siciliana sea un macrocentro de retención para inmigrantes 'sin papeles'

La pequeña isla de Lampedusa es el punto más meridional de Italia. De hecho, sus 5.000 habitantes están más cerca de Túnez que de Sicilia. Pero desde hace unas semanas, los lampedusianos solo hablan de la Liga Norte, partido de la coalición de Gobierno italiana del que es dirigente el ministro del Interior, Roberto Maroni.

Su decisión de habilitar aquí un Centro de Identificación y Expulsión (CIE) de inmigrantes para repatriar a los ciudadanos africanos que llegan desde las costas libias y tunecinas, ha puesto a los altivos y tranquilos pobladores de la isla en un estado de indignación permanente.

"No queremos ser la cárcel del Mediterráneo", dice Virginio Ferrari, ex pescador y mercante, de 75 años, sentado en una terraza del soleado centro del pueblo. "Llevamos 18 o 20 años viendo llegar a esa pobre gente en barcones, y siempre hemos sido un modelo de acogida. Llegaban aquí, pasaban tres o cuatro días en el Centro de Primera Acogida (CPA), y luego los llevaban a la Península en un puente aéreo. Ahora, Maroni quiere dejarlos detenidos y devolverlos a sus países. Eso significa que nos convertirá en una cárcel, en el lugar de Italia donde se pisotean los derechos humanos. Pero nosotros estamos dispuestos a morir para que no lo haga".

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Más que una bravuconada, parece una cuestión de supervivencia. La isla, de apenas 50 kilómetros cuadrados de extensión, ha encontrado en el turismo el único complemento a los ingresos que da la pesca, la principal actividad económica pero cada vez menos importante por las cuotas europeas y la competencia tunecina. "La pesca no da para vivir", explica Fausto, otro vecino, "solo con eso nos vamos todos de aquí".

Lampedusa es un lugar pobre que está lejos de todo. El vuelo desde Roma cuesta hasta 700 euros. La tierra es baldía, solo se ven algunas ovejas. Su riqueza es la belleza, el paisaje y la calma. Sus habitantes creen que el nuevo centro "militarizará la zona y el aeropuerto y acabará con los 50.000 turistas nacionales que ahora vienen cada año". Massimo, portero de hotel, expresa su preocupación: "Ya nadie hablaría de las calas, el buceo y las tortugas, sino de la cárcel de clandestinos".

La isla vivió ayer el sexto día consecutivo de protesta y huelga. Hubo más calma que el sábado, el día de la rebelión de los desheredados. Cerca de 1.300 inmigrantes, la mayoría tunecinos, abrieron las verjas del CPA en el que viven hacinados desde hace 45 días y se unieron a la protesta de los lugareños al grito de "libertad, libertad".

La respuesta del Gobierno italiano, que recibió en 2008 a más de 30.000 sin papeles, fue inflexible: el martes negociará la repatriación con las autoridades de Túnez. Silvio Berlusconi comentó además que la salida en masa fue una cosa normal: "Han salido, como hacen siempre, a tomar una cerveza".

Virginio Ferrari, que después de ser capitán y contramaestre durante 50 años las ha visto todas, sonríe sin ganas: "No hubo un solo incidente. Los inmigrantes salieron, nosotros les acogimos y les dimos de comer. ¿Miedo? ¿Cómo vamos a tener miedo si están muertos de cansancio? Yo creo, fíjese", añade, "que les dejaron salir a propósito. Si se llega a montar una bronca, nos acusan de racistas y justifican mejor el nuevo centro".

La tensión sigue alta, dentro y fuera del CPA. Lampedusa está tomada por los carabineros. En la plaza, el ayuntamiento ha montado una tienda de campaña y ha colgado decenas de carteles. "La cárcel en el Norte, allí también hay sitio". Algunos de los 25 hoteles, cerrados en invierno, han abierto para alojar a unos 300 militares llegados a la isla.

Ayer resultaba imposible acercarse a menos de 100 metros del CPA, situado a 600 metros del pueblo, tierra adentro. Una decena de carabineros impedía el acceso a los periodistas "no autorizados". Dando un rodeo por una colina, el panorama era triste. Los siete modernos barracones que forman el complejo están situados en una hondonada: sombra casi todo el día, el viento silbando. Los inmigrantes, que parecían tranquilos, saludaban desde las ventanas, patios y balcones.

"Ahí hay sitio para 700 personas, no para más", explica Massimo, que es voluntario y echa una mano en el centro. Lo que ocurre dentro, asegura, "es indigno e inmoral". "Están durmiendo en la calle, al raso o en tiendas de plástico. Si llueve, se mojan, y los baños son una cloaca, es imposible acercarse. Están entre mierda".

La situación mejoró algo el viernes, cuando el Gobierno trasladó, de madrugada para evitar a los vecinos, a 400 mujeres y niños hasta la antigua base de la OTAN, el lugar donde Maroni quiere habilitar el nuevo CIE. Aprovechando el traslado, el ministro declaró que el centro estaba ya operativo.

Angela Maraventano, ex vicealcaldesa de Lampedusa y hoy senadora en Roma por la Liga Norte (elegida en Emilia Romagna), volvió ayer a casa para dar un mitin pro Maroni. Sus paisanos la recibieron con gritos de traidora y vendida. Maraventano encabezó hace años la protesta contra la construcción del CPA. Ahora las cosas son distintas, explica. "Yo no he traicionado a nadie. Aquella vez rechacé el centro porque no bloqueaba la inmigración de los traficantes de hombres. Ahora lo defiendo porque Maroni me ha prometido que lo hará. Mis paisanos entenderán en unos días que el Estado es más fuerte que ellos. Maroni nos salvará a nosotros y salvará a las víctimas de los traficantes".

Decenas de habitantes de Lampedusa, acompañados por inmigrantes llegados a la isla del sur de Italia, protestan frente al Ayuntamiento de la localidad contra la decisión del Gobierno italiano de sustituir el actual centro de acogida por un Centro de Identificación y Expulsión.
Decenas de habitantes de Lampedusa, acompañados por inmigrantes llegados a la isla del sur de Italia, protestan frente al Ayuntamiento de la localidad contra la decisión del Gobierno italiano de sustituir el actual centro de acogida por un Centro de Identificación y Expulsión.AFP

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