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Reportaje:

La crisis inquieta a los consumidores norteamericanos

Los estadounidenses de a pie ponen la situación económica como la primera de sus preocupaciones y no saben qué candidato responderá mejor

En la esquina de las calles F y 13 en Washington, el senegalés Fallou Fal intenta vender flores mientras el mercado financiero se hunde y reflota en Wall Street. Lleva cinco años en el mismo puesto, pero en estos días poca gente se acerca a comprar rosas o margaritas. Las flores son bonitas, pero efímeras. Un gasto prescindible en época de crisis. "He notado cómo ha ido bajando el negocio durante todo el último año", dice el vendedor. "Con todo lo que está pasando estos días, no tengo mucha confianza en que la situación se vaya a arreglar".

A su alrededor, las personas que pasean por esta zona comercial de la capital de Estados Unidos repiten una misma idea: "No es tiempo de derrochar". Y no tienen muy claro cuál es la mejor opción electoral para salir del atolladero en el que está metido el país.

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Hasta hace una semana el eje de la campaña electoral era la controvertida candidata republicana a la vicepresidencia, Sarah Palin. Tras el derrumbe de Wall Street, los votantes, preocupados, se están mirando el bolsillo. El 48% de los estadounidenses piensa ahora que la economía es una prioridad a la hora de votar, frente al 14%, que considera que es el terrorismo o la seguridad nacional, según la última encuesta del diario The New York Times y la cadena CBS, publicada el pasado 17 de septiembre. Casi ocho de cada diez creen que la situación económica del país es "mala" o "muy mala". En la calle, nadie tiene claro qué es lo que puede pasar a largo plazo aunque el Congreso apruebe el plan de rescate propuesto por el presidente Bush de inyectar 700.000 millones de dólares (480.000 millones de euros) en el mercado financiero para evitar su colapso.

El gran efecto inmediato que puede tener esta crisis en los consumidores no es tanto económico como psicológico. "En este ambiente, muchos pueden optar por dejar de comprar", explica Carroll Doherty, director asociado del Pew Reserach Center de Washington. "Y al final, lo que puede suceder es que sean los mismos consumidores los que creen la recesión y provoquen cierres de negocios y pérdida de empleo". La economía del país descansa en gran medida en el gasto de los ciudadanos.

Frente al puesto de flores de Fal, Robbie Combs, joven californiano de 22 años, se anima a pedir un ramo, pero no deja de expresar su preocupación. "Acabo de conseguir mi primer empleo", dice. "Es un trabajo temporal, y tengo miedo de perderlo por la crisis. A mi padre, que alquila una casa en California, los inquilinos no le han pagado en los últimos ocho meses. Llevaban seis años cumpliendo sin problema y ahora no pueden hacerlo. Es una situación gravísima a la que hemos llegado por ocho años de una gestión funesta por parte del Gobierno. Espero que los ciudadanos se den cuenta de que no pueden votar al mismo partido que nos ha llevado a esto y que además ahora está liderado por alguien que no sabe nada de Economía".

La crisis inmobiliaria que afecta a esta familia y que los norteamericanos arrastran desde que la irrupción de las hipotecas basura comenzara a intoxicar el mercado, es uno de los principales factores que ha llevado a la catástrofe financiera del mercado de valores neoyorquino. "En gran parte, la crisis hipotecaria acabó generando la de Wall Street" explica Edward Leamer, economista de la Universidad de California en Los Angeles. "Ninguna de las dos partes podrá recuperarse sin la ayuda de la otra. Es como un círculo vicioso. Es complicado, desde luego, evitar que todo acabe estando relacionado". Al gobierno, añade, le interesa que las familias sigan adquiriendo bienes de consumo duradero, como automóviles o viviendas.

La crisis de esta semana no ha hecho sino agudizar una sensación que los norteamericanos ya tenían desde principios de año: que no pueden gastar sin freno. Los datos económicos son alarmantes. Se han perdido 605.000 empleos en los primeros ocho meses del año y el paro ha superado la barrera psicológica del 6%, la cifra más alta en cinco años. La inflación, situada ahora en el 5,4%, no había sido tan alta desde mayo de 1991.

Los consumidores notan la crisis. Hasta el café de las mañanas les está pareciendo demasiado caro. La cadena de cafeterías Starbucks anunció el 1 de julio que cerraría más de 600 tiendas y despediría a más de 1.000 personas. Los trabajadores retoman el hábito de preparar su comida en casa. La venta de bolsas de embalaje de comida ha aumentado en un 39% sólo en el pasado mes de agosto. Marta Morales, de 26 años, asegura en un centro comercial de Washington que no gasta más "de lo estrictamente necesario". "Miro los precios de la comida y la ropa con mucha atención y todo está muy caro. Ahora con 100 dólares compras mucho menos que hace un par de años".

En plena temporada de vuelta al colegio, la mayoría de establecimientos comerciales han notado un retroceso. Casi todos, excepto Wal-Mart, la mayor cadena del mundo, famosa por sus bajos precios, que se mantiene en una sólida posición. Ha crecido a un ritmo de entre un 2 y un 3% en los últimos meses. Los consumidores están abandonando las tiendas más caras por los supermercados en los que pueden comprar productos genéricos y marcas blancas para ahorrar.

La reducción en el consumo se debe, en parte, a la escasez del crédito. En los últimos meses, las instituciones crediticias han endurecido las condiciones para conceder préstamos a sus clientes. American Express, por ejemplo, se ha visto obligada a reducir los límites mensuales de crédito a las tarjetas de la mitad de sus diez millones de clientes.

Con un incierto futuro económico por delante, los ciudadanos se comportan con cautela. Robbie Combs, el joven californiano del puesto de flores, compra las margaritas naranjas para su novia, que vive en Nueva York, pero no tiene mucha confianza en el futuro. "A ella le gustan mucho. Pero ya veremos hasta cuándo puedo seguir comprándolas".

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