A partir de Alemania

Antaño fue un sistema político de tres partidos. La bisagra era la que podía llegar a cambiar el color del gobierno cuando ninguno de los dos grandes tenía mayoría para gobernar en solitario. Primero aparecieron Los Verdes, en competencia con los liberales de la FDP. Luego ha aparecido Die Linke, la izquierda, en competencia con Los Verdes y con el SPD. Ahora se está convirtiendo en un sistema de cinco partidos, dos pequeños centrales con capacidad de coalición con todos y otro pequeño extremista a la izquierda que todavía no vale en el plano nacional. Todo se hace más difícil y conduce, a veces por desesperación, a la gran coalición. Pero también da lugar a nuevas y extrañas combinaciones. Jamaica, por su bandera: el negro de la derecha democristiana, el amarillo de los liberales y el verde de Los Verdes. Hubo ya el semáforo: rojo de los socialdemócratas, amarillo y verde. El sistema permite experimentar a nivel regional lo que todavía no se ha podido hacer en el Gobierno federal.

Algún día, quizás no muy lejano La Izquierda, Die Linke, estigmatizada por dos flancos, se convertirá también en fuerza honorable con la que pueden pactar, como mínimo, los más próximos: no lo es ahora, a excepción de los länder de la antigua Alemania del Este, por la traición a la socialdemocracia de Oskar Lafontaine y por el aroma del régimen totalitario que todavía creen oler muchos alemanes en el rastro de los poscomunistas. La extensión de Die Linke a la antigua Alemania occidental es una comprobación sobre el terreno electoral de que la unificación está terminando sus efectos sobre el tejido social. También lo es el castigo que ha sufrido Roland Koch por su campaña xenófoba contra los inmigrantes. La caída en 12 puntos flagela a quienes quieren una Alemania dividida, pero no por su antigua frontera de la guerra fría, sino por el origen y por la actitud de discriminación y rechazo. Por eso el voto de Hesse de este domingo también va a favor de la unidad alemana.

Alemania gira suavemente hacia la izquierda. Justo en el momento en que su economía anda mejor que las del resto del continente. Y también en el mismo momento en que cae un gobierno de centro-izquierda en Italia y hay elecciones en España, con los dos grandes partidos en el codo a codo. Algunos sueñan en una Europa teñida toda de negro conservador. Si Berlusconi regresa al poder, hará con Sarkozy una pareja notable. En todo caso, el juego de equilibrios es prodigioso. Sobre todo en Alemania, país de democracia compleja y sofisticada. Cuando las cosas van razonablemente bien, la gente también quiere que se traduzca en algo de redistribución. Si no la hace el Gobierno, los electores empujan para que lo hagan otros.

De momento, entre Schroeder y Merkel han hecho mejor las cosas que entre Chirac y Sarkozy, que ya estuvo y con altas responsabilidades en los anteriores gobiernos. Francia, en cambio, no tira, aunque todos estén todavía deslumbrados por el fulgor presidencial. Mucho más deslumbrados están todos los conservadores europeos que envidian el poder de Sarkozy, sobre todo porque ellos no tienen problemas con la capacidad de compra que tienen los franceses, o no los tienen todavía. Entre otras razones, porque Sarkozy prometió aumentar el poder de compra y tuvo el pálpito de que con su sola presencia se produciría el milagro: la confianza crecería, los inversionistas desenfundarían la chequera, los consumidores también y al final el convoy arrancaría. No ha sucedido. Y por ahí es dónde puede picarle la avispa a este presidente acelerado.

Dice Pepe Comas, que es muy buen analista y tiene larga experiencia de Alemania, que el batacazo de Koch puede irle bien a Merkel. Se daría entonces la paradoja de que una elección como la de Hesse, que podía debilitar la gran coalición, termine favoreciéndola: el SPD se desplaza algo a la izquierda para cortar el paso a Die Linke y no perder la propia identidad; lo hacen además los cuadros de la siguiente generación, los más críticos con la Agenda 2010 de recortes del Estado de bienestar, algo muy significativo; la CDU sigue centrándose, después de un desastre electoral que desautoriza a los más radicales.

Con un SPD a la baja, lo que se perfilaría en el horizonte sería una nueva fórmula para sustituir a la gran coalición tras las elecciones de 2009. Pero si el SPD aguanta, en la línea de lo que sucedido este domingo, y la CDU empieza a notar también el desgaste, como en Hesse, la gran coalición puede encontrarse con que su vida se ve prolongada una legislatura más. Pero no nos adelantemos en exceso a los acontecimientos. Lo más interesante es interpretar en estos movimientos regionales las tendencias más generales, en Alemania y en Europa, si es que existen. ¿Hacia dónde estamos virando?